top of page

Un viaje a Sevilla

                            Y así ocurrió que al día siguiente partían las dos camino de Sevilla. Lola llenó su coche de combustible, y saliendo a las ocho de la mañana, ya no pararon hasta llegar a Valdepeñas para tomar un café.

            —Mira Paquita, esta es zona de vinos, de lo mejor de España en todas sus calidades.

            —Ya hija, ya… je je je, pero soy serrana, y a los serranos, no sé si será mal común, o sólo de los de mi zona, pero tenemos querencia más bien a otras tablas, miramos para el Norte. Para mí el Rioja es el Rioja, chica, ¡que le vamos a hacer!

            —No, no, si a mí también, en la variedad está el gusto, pero un Valdepeñas es un Valdepeñas, eso es así, a la vuelta nos llevamos un surtido.

            —¡Eso sí!, mira ¡ahí le has dao!, y si eso… ya negociará el Juanito.

            —Que cambio ¿eh?

            —¿El de Juanito? ¡ya te digo!, pero en todo ¿eh?, pero mira, es lo que hay, aquí tiene que tratar con mucha gente y hacerse una imagen, si tú lo hubieses visto los últimos tiempos en el pueblo…

            —¿Estaba mal?

            —¡Peor!, ni negocio, ni cuartos, ni nada, sólo se reía cuando estábamos nosotros, y Alfonsina lo mismo, ¡no era vida, mujer! El otro día me dejó caer algo, no seguro, pero…

            —¿Sobre qué? ¿le falta algo?

            —¡Le sobra!, yo creo que le sobra el pueblo —decía Paquita con gesto de preocupación—, me da que quiere venderlo todo menos la casa y buscarse algo aquí.

            —Pues muy pronto me parece, no sé ¿y si no funciona esto?

            —Igual daría, se quedaría de todas formas, creo que se lo ha pedido el chico, y le apoya Alfonsa, y con toda la razón del mundo, dicho sea de paso.

            —Pues yo… oye, ¡ya lo sabéis!, en todo lo que pueda ayudarle…

            —Tú le has dado la vida, Lolica, no hace todo el mundo lo que has hecho tú.

            —No me ha costado nada, Paquita, ya lo he dicho mil veces, con todo el gusto y me siento pagada de sobra, no todo hay que cobrarlo en dinero, hija, ese es el mal de la sociedad, ¡el puñetero dinero y así nos va!

            —¡Como lo sabes, hermosa!

            —Bueno chica, la siguiente en Córdoba, la gitana o ¿la mora? ¿cómo era eso?

            —¡Bah!, las dos cosas y así no pecas.

            —¡Pues andando!

            Un rato más de carretera, mucha cháchara y se presentaban en Córdoba. En alguna calle, de cuyo nombre hoy ya no se acuerdan, aparcaron el coche, salieron y comenzaron a andar.

            —¡Mira, Paquita, la Mezquita! ¡que pasada!

            —Que… ¿qué?

            —¡Que qué maravilla, Paquita!... je je je.

            —¡Ah, sí, sí que lo es!

            —¡Fantástica! ¡ya lo creo!, vamos a entrar ¿te parece?

            —¡Perfecto! ¡y luego a comer! ¿eh?, que voy canina de hambre.

            —¡Uf!, que oscuro está esto ¿no?

            —¡Ya lo creo!, anda, que de venir el cabrero… ya estaría con el mechero en la mano… ji ji ji ¡qué estará haciendo el jodío!

            —¡Va va, anda, que solamente van a ser dos días! ¡a disfrutar, chica!

            —Y a ti Lolica ¿qué te dijo el Julián?

            —Ji ji ji… que como no le hiciese bien “el mandao”, no me pagaba.

            —¡Pues ya sabes!, toma buena nota… ji ji ji.

            Las dos visitaron con detenimiento la Mezquita, el Patio de los Naranjos y todo a lo que antes de comer les dio tiempo.

            —Bueno Lola ¡alto alto alto!, que voy desfallecida ¿aquí donde se come?

            —Oye ¿a ti te gusta el rabo?

            —¡Por Dios, Lola, hija! ¿y eso a que viene ahora? ¡como eres! ¿no? ¡y lo sueltas así! ¡hala!... ja ja ja.

            —Pues a mí me gustaría comerme un buen rabo… ¡de toro Paquita, de toro!, que aquí es típico ¡mira que eres mala! ¿eh?

            —¡Ya ya, Lola, ya ya!... je je je ¡que nos conocemos!

            —Mira, allí, al otro lado de la plaza.

            —¡Coñe!, como te conoces esto ¿no?

            —Unas cuantas veces he venido, sí, ¡que tiempos!

            —¡Venga, vamos!

            Cruzando la plaza se encontraron con dos paisanos, dos galanes cordobeses que tampoco es que les guardaran mucha distancia en edad a juzgar por su aspecto. Seguramente vendrían o irían a alguna boda o algo similar, así lo entendió Paca y así lo daban a entender sendos claveles colocados con gusto en el ojal de sus chaquetillas camperas y el ramo que uno de ellos portaba.

            —¡Ole y ole esa grasia! ¡vaya peaso mujé y vaya peaso la compañera que han caío en esta plasa! ¡ese verano y… la primavera! ¡ole esa guapura, mi vía! —dijo uno de ellos.

            —¡Ea ea! —dijo el otro mirando a Paquita.

            Ella, con más asombro que otra cosa y con unos ojos como platos, respondía:

            —¡Ele ele, aza!

            —¡Ahí te he visto, ea, una mujé bonita y bien plantá! ¡van eso dos clavele, uno pa ca una de ella, que no vaya a desirse que en la Córdoba sultana, no se atiende como se es debido a semejante bellesa!

            —¡Ea ea! —decía el otro.

            Y sacando sendos claveles del ramo, entregó ese cordobés uno a cada mujer.

            —¡Con Dió, señora!, ¡y que tengan ustede buen día, mi arma!

            —Muchas gracias caballero, es usted muy amable —respondió Paca al galán andaluz.

            —¡No hay de qué, mi arma, poca cosita pa tan hermosa hembra, por Dió! ¡beso a usté la mano, señora!

            —¡Ea ea! —dijo el otro.

            —¡Con Dio y a más ver, presiosidade!

            —¡Adiós adiós, muy amables!

            Cuando se hubieron separado ya un poco de ellos, Paca comentaba con su amiga:

            —¿Así son todos aquí?... ja ja ja.

            —¡Bah, no, mujer!, que tendrán hoy un buen día, será. El andaluz es simpático por naturaleza, pero esto es el tópico, esto no es todos los días y en cualquier sitio, pero vamos, que no me extraña nada.

            —¡Anda! ¿y por qué?

            —¡Pero chica! ¿no te ves?, a ver quien te da a ti la edad que tienes y según vas… ji ji ji. Y pensar que Liando te veía como pieza de desguace el día que viniste con la pata chunga… ji ji ji.

            —¡Uy uy uy! ¡sí sí sí!, pero bueno, quitando que Marian me ha peinado un poco antes de salir… ¡no sé!, normal ¿no?

            —¡Bueno, sí, normal, eso sí!, pero vamos, a la vista de un tío, con sesenta y pico… es que vas hecha un bombón, chica, el pelo rubio, esa ropa… ji ji ji.

            —¡Lola, que soy rubia, mujer!, pero rubia clarita, clarita, además.

            —Bueno bueno, rubia no sé, clarita sí, ahora, aún más, que un poco de Copito de Nieve si que tienes, un poco… ¡bastante, que la edad no perdona!

            —La verdad es que mira que he cambiado de tintes, y no doy con mi antiguo color natural, eso sí que tiene guasa, pero bueno… ¡bah, el pelo!...

            —¡Y la ropa, Paca, y la ropa!

            —¿Qué le pasa a la ropa?

            —¡Mujer!, con esa cazadora y ese vaquero…

            Paquita se paró y se miró pantalón y cazadora, después preguntó a Lola:

            —¿Qué les pasan?

            —Venga Paquita, que ya nos conocemos… ja ja ja. Sabes que tienes un culo que ya nos gustaría a todas, ya, y nada mejor que esos vaqueros para marcar cachetes y ¡a moverlo! ¿o no?... ja ja ja —reía Lola.

            —¡Pues sí, coño, claro! ¡lo que se han de comer los gusanos…!

            —¡Quién te ha visto y quien te ve! ¡y marcando por detrás y por delante!, si es que con el tipo que te gastas, ¡que quieres, hija!, y luego ese suéter, esa cazadora, ahí, todo bien puesto, que parece esto una corrida de Miuras.

            —¡Ya ya!, pues en eso del pitonaje, tampoco vas tú muy escasa, tampoco.

            —¡Por eso lo digo, por eso!, pero ¡leñe!, que eres mayor que yo y mira que bien presentas.

            —¡Bah, Lola!, que ese trabajo es todo soporte, no creas, teniendo buena cornisa hay que ponerle buen andamio, ¡ya te digo!, y estos tan ligeritos, que parece que no… y te lo traen así, todo para el centro, como para adentro, y “to parriba”...

            —Ja ja ja… eso en tiempos, no lo había.

            —Ni falta que me hacía, hija —respondió Paca con rotundidad.

            —Ya me imagino, ya, que hacías tú misma más que el propio andamio.

            —¿De joven?,  ¡bah, ya te digo que apenas hacía falta!, pero no por figura, no, por el Liando, que no le gustaban los andamios ¿sabes?, tenía vértigo a las alturas “la fachá sin atalajes”, decía… je je je. ¡Que no Lola!, yo no soy ni voy a ser la típica viejecica de la bata de lunarcicos, ni la de la faja hasta el ombligo, para armaduras, ya están la de las Cruzadas, y en España, Don Quijote ¿no te parece?

            —¡Qué razón llevas, Paca, que razón!

            —¡Venga! ¡vamos a comernos ese rabo que se enfría! ¿es de lidia?

            —¡Ah, no sé!, que más da, mientras sea de toro… ¿no?

            Las dos rieron con mucha gana, y entraron a comer, y comer, lo que es comer, comieron mucho y a placer. Y después decidieron quedarse en Córdoba el resto del día, irían viendo tiendas y restaurantes, después un hotel para pasar la noche y al día siguiente partirían hacia Sevilla.

            Lola, esa tarde hizo un listado bastante interesante de tapas y menús típicos de la ciudad moruna, estuvieron recogiendo ideas sobre material y objetos de cuero, marroquinería y, sobre todo, guarnicionería; fotos, catálogos, direcciones, etc. Un buen trabajo de información comercial por parte de la antigua dueña de la pensión, y por la noche, las consabidas llamadas dando novedades de lo visto y vivido en la Sultana.

            —Déjate trabajos y gaitas gallegas —decía Liando—, Frasquica, tú a divetite y a coger la cultura, que tiempo tendrán estos pa ponese al día de esas cosas, ¡bah!

            —Ja ja ja… con lo entretenido que es esto, ¡anda!, ya vendremos tú y yo, y no tardando ¿qué te parece?

            —Pues en pensalo y ponese, poco ha de llevase, mujer.

            A la llamada “hora del café”, se encontraban ya en Sevilla. Diez de la mañana. Sentadas en una típica terraza andaluza, comentaban sobre lo que harían ese día en la ciudad, pero ocurrió lo que no se podrían imaginar en ese momento, por delante de ellas pasaba una grúa cargada con un coche, Paca exclamaba:

            —¡Anda, mira, Lola!, no eres a la única que le copian el vestido.

            —¿Y eso? ¿por qué lo dices?

            —Mira, un coche igual que el tuyo y se lo lleva la grúa, la de la policía, esto, como en todos los sitios.

            Lola volvió la vista para ver a lo que se refería Paquita.

            —¡Joer, sí que es igual, sí, ya te digo!, marca, modelo y color, bueno, algo habrá hecho ¿no?, ¡así aprenden!, que si no hay orden no hay concierto, se creen que pueden hacer lo que quieran, ¡bah!

            —¡Llevas razón! ¡así aprenden!

            —¡En fin, Paquita!, vámonos a meter el coche en el parking y a buscar hotel para la noche ¿no?

            —¡Venga!, así de camino al coche, vemos un escaparate que he visto de reojo al venir, hay unos bolsos que quitan el sueño ¿qué te parece?

            —¡Ah, por mí perfecto, hija! ¡andando!

            Pasaron por ese escaparate y contemplaron lo que allí se exponía; bolsos, carteras, portafolios, cinturones… todo en piel.

            —¿Y esto funcionaría allí? —preguntó Paquita.

            —Según Pedro, sí, en fin, ya veremos. Yo confío.

            —Bueno, que se nos va el tiempo, vamos por el coche, ¡va!

            Dos calles más y llegaron a una travesía donde una hora antes habían aparcado.

            —Pero Lola ¿no estaba por aquí?

            —Pues eso mismo digo yo ¡coño, que me acuerdo de esta tienda perfectamente!

            —¡Joder, no quiero pensar que nos lo han robado!

            —Pues mira, ¡no sé!, ¡no sé que pensar!, la calle es esta, vamos a ir algo más para allá, no vaya a ser que no nos acordemos bien, hija.

            —¡Vamos!, pero ahora que lo dices…

            —¿Qué Paca, qué?

            —¡No, nada, vamos!

            Llegaron hasta el final de la travesía y las dos se miraron con gran preocupación.

            —¡La calle es esta! ¡ay Dios mío! ¡ay Dios mío! —se lamentaba Lola.

            —Mira, la verdad es que sí, yo juraría que habíamos aparcado allí, donde hemos dicho antes, frente a la tienda esa de ropa.

            —¿Estas segura?

            —No del todo, no, pero es que es lo que más me suena.

            —¡Ay Señor, mira que nos lo han robado!

            —No eches a volar las campanas, anda, volvamos.

            —Pues no está ¡y era aquí! —dijo Lola al llegar—, estoy segura, ahora sí.

            —Pues yo también, Lolica, anda, no te preocupes, vamos a pensar que hacemos.

            —¡Eh eh eh! ¡Paca, espera!, el coche de la grúa, ahora que recuerdo… ¡joder, ahora lo veo! ¡llevaba el tigretón detrás! ¡la madre que los parió!, entonces, tendrá que haber una… —decía Lola rebuscando por el suelo—, ¡espera!, mira, aquí está la pegatina. ¡Coño, Paquita! ¡se lo ha llevado la grúa!

            Lola miró hacia la pared y exclamó:

            —¡Leche, ahí lo tienes, el puñetero vado!, pero ¿cómo no lo habré visto antes? ¡hombre!

            —Bueno, a veces pasa, mujer, se recoge y en paz.

            —¡Sí sí, verás el multazo!

            —¡Nada!, se paga y a otra cosa, no sufras por tan poca historia, mujer.

            —¡Se fastidió el día!, y el viaje y todo, ¡cagüen sus muertos!

            —¡Tranquila, anda!, llamamos un taxi y se recoge, y mucha suerte sería que estuviese eso ahí mismo.

            —¡Venga vamos! ¡vaya mierda!, la primera vez que me pasa y me tiene que pasar aquí.

            —¡Taxi, taxi! —llamaba Paquita con el brazo en alto.

            El taxi paró y las mujeres subieron al vehículo.

            —¿Dónde vamo, señora? ¡bueno día!

            —¡Eso quisiéramos saber! —dijo Lola—, verá, creemos que nos ha llevado el coche la grúa, y no somos de aquí ¿sabe?, no sabemos donde hay que ir ¿lo sabe usted?

            —¡Vaya por Dió! ¡que faena! ¡ar polígono!, tenemo que ir ar depósito, ahí lo llevan, pagan la murta y lo sacan.

            —Bueno, el caso es sacarlo, ¡que se le va a hacer! ¿y sabe cuanto puede ser esa multa? —dijo Paca.

            —A mí la última, dosiento sincuenta, súmele grúa y tal… ¡uno tresiento setenta!

            —¡Joder, vaya atraco! —exclamó Lola.

            —¡Ya le digo, señora, ya le digo!

            El taxista miraba por el retrovisor y veía la cara de preocupación de Lola, y como de vez en cuando se pasaba un dedo por los ojos, como para retirarse alguna lagrimilla perdida.

            —¡Vamos Lola, hija, que no lo vas a perder, chica!

            —Si no es eso, Paquita, no es eso.

            —Señora, cuando esté usté ahí, fíjese bien en la firma de la murta —le dijo el taxista—, si sólo hay una, esa murta no tiene való, no puede retirale el coche, es su palabra contra la del guardia, diga usté que lo tenía en otro lao.

            —¿Cómo?

            —Eso me dijeron un día, pero argo hay de eso, oiga, yo que usté me fijaría a ver.

            —¡Uf, no sé yo esto!, ya veremos, ¡gracias por la información!

            —¡De na, mujé!, ar fin y ar cabo entre condustore, hay que ayudase.

            Llegaron enseguida al depósito.

            —¡Bueno día, señora, y que Dió reparta suerte!

            —¡Muchas gracias amigo, que tenga usted un buen día! ¡hasta otra!

            —¡Adió, adió!

            —Bueno Lolica, vamos, para la multa llevo aquí, si es eso.

            Entraron hasta el mostrador de la recepción.

            —Buenos días señoras.

            —Buenos días, agente. Venimos a ver si han recogido un coche gris, un Opel ranchera.

            —¿Matrícula?

            —¡Blanca con letras negras!, española —intervino Paquita.

            —¡No hombre, no!, el número.

            —Es antigua, de Madrid, M–5865-NS —respondío Lola.

            —¡Eso es más viejo que la Pasionaria! ¡oiga!

            —¿Y eso importa mucho? ¡pues está como nuevo!

            —Bueno bueno, si no digo nada, sólo que le va a costar la multa más que lo que vale el coche… je je je ¡voy a ver!

            —¿Y este gilipollas? —dijo Paquita en voz baja a Lola, cuando el agente se fue en busca de la multa.

            —¡No sé!, pero ¿por qué tiene que decir eso? ¡que poca vergüenza! ¿no?

            —¡Bah!, se creen que por llevar una gorra, pueden hacer y decir lo que les dé la gana, ya no hay educación ni vergüenza.

            Salió el agente de uno de los despachos y dijo a Lola:

            —¡Lo siento!, tienen que esperar un poco, aún no ha llegado la multa, bueno, el que la tiene que supervisar.

            No les quedó más remedio a las dos viajeras que esperar, pero ese poco que les dijo el agente, se convirtió en casi una hora.

            —¡Que barbaridad, coñe! ¡esto es increíble!, voy a preguntar otra vez.

            —¡Eh Paca, espera! —dijo Lola—, voy a poner a grabar esto por si las moscas, que ese ya me cae gordo, ¡venga!

            Lola puso en marcha la grabadora su teléfono móvil, en previsión de alguna que otra mala respuesta del agente.

            —¡Venga, ya está! ¡que hartura! ¡vamos!

            —Oiga, guardia ¿falta mucho aún? —preguntó Paca.

            —¡No lo sé, señora!, si tienen prisa vengan otro día.

            —¿Cómo que otro día? ¡me lo llevo ya!, si ustedes no han podido esperar una hora para llevárselo, yo tampoco ¿sabe usted?, no somos de aquí y hay prisa.

            —¡Ese no es mi problema, oiga!, ¿no sé sabe el código de la circulación?

            —¡Hay que joderse! —exclamó Lola—, seguramente mejor que usted, que cuando nació, yo ya estaba harta de hacer kilómetros, y mantenga usted un poco el respeto y la compostura ¡que ya está bien!

            —¡Siéntense y esperen!, no tardará.

            Ellas se iban a sentar sin responder al agente, cuando llegaba el policía responsable del depósito.

            —¿Qué pasa Ramón, como vas? —le preguntaba el policía de recepción.

            —¡Aburrido!, ya ves. ¿Qué tal la solicitud?

            —¡Admitida! ¡mírame bien!, ¡estas viendo un futuro policía nacional! ¡a la mierda el Ayuntamiento!... je je je.

            —Bueno, ¡enhorabuena Fermín!, ahora a estudiar.

            —¡Sí!... je je je ¿qué tenemos hoy?

            Lola se acercaba disimuladamente, los agentes no se dieron cuenta de ello.

 

            —¡Esas dos pericas! ¡vienen a por una reliquia!

            —¡Ah bueno!, voy a ver esa “receta” a mi despacho.

            —¡Venga!, ¡hasta ahora!

            Lola volvió con Paquita que había permanecido sentada.

            —¿Has oído eso? ¡pericas! ¡nos ha llamado pericas! ¡manda huevos!

            —¡Sinvergüenza! —exclamó Paca.

            Al poco, salía el agente después de haber sido llamado por el responsable.

            —¡Aquí tienen señoras, el regalito! ¡trescientos setenta euretes de nada!, ochenta por retirar el vehículo y el resto lo pagan por procedimiento normal.

            —¿Cómo? ¿trescientos cuanto?

            —¡Y una leche! ¡a ver esa multa! —exclamó Lola—, mira Paquita —dijo señalando la firma—, ¡sólo una!

            —¡Bah, déjalo!, pagamos y nos vamos.

            —¡No, ni hablar! ¡perica su madre! ¡oiga!, quiero hablar con su jefe ¡ahora mismo! —dijo al agente.

            —¡Está ocupado, no puede ser!

            —¡Y una leche!, exijo que…

            El policía que ostentaba la dirección del servicio, se asomó a la puerta de su despacho al oír aquellas palabras subidas de tono.

            —¿Qué pasa, hombre? —preguntó el jefe.

            —¡Aquí, que quieren hablar contigo!

            —¿Y para eso tanto jaleo?, pasen por favor.

            Las dos mujeres entraron y tomaron asiento.

            —A ver, ustedes dirán —dijo el policía.

            —¡No estamos de acuerdo! —dijo Lola.

            —¿Con qué?

            —¡Con la multa!, el coche no estaba donde dice ahí.

            —¡Oiga, está firmada por el agente!

            —Por un agente, sí ¿y donde están los testigos? El coche no estaba allí, y aquí, esta señora es testigo.

            —¡Venga ya!, ese cuento ya me lo conozco señora.

            —¡Razón de más!, no pienso pagar.

            En ese momento entraba una mujer policía también, Sargento para más señas de la Policía Nacional.

            —¿Tienes un momento, Fermín? —dijo la mujer.

            —Pues ahora mismo, no.

            —¡Sí, sí que lo tienes! ¡ven para acá!

            Fermín se levantó y con la agente se fue hacia un rincón. Nuestras amigas notaron como a ella le costaba sujetar el llanto.

            —Mira Fermín, mira esto bien —le decía al agente municipal enseñándole un papel—, ¡positivo Fermín, positivo! ¿te das cuenta? ¿eh?

            —¡No jodas! ¡Dios mío! Y ¿ahora qué?

            —¿Ahora qué? ¡tú sabrás! ¿cómo qué y ahora qué? —preguntaba la Sargento indignada.

            —¡Espera espera, ven aquí dentro!

            Lola volvió a poner de nuevo la grabadora de su móvil en marcha, dentro de su bolsillo. Los policías habían entrado a un despacho contiguo, y con el nerviosismo del momento, no llegaron a cerrar la puerta totalmente.

            —¡Te lo dije! ¡te lo dije! —exclamaba ella—, pero claro, tú no podías esperar, no había medios ni ganas de buscarlos, no podías esperar ¿no?, había que hacerlo ¡joder, que me has hecho un bombo como la Maestranza!

            —¡Tranquila Celia, cariño, tranquila!, algo haremos, lo importante es que no debe saberse, si no, mal lo llevamos ¿estamos?

            —¡Y una leche Fermín, si caigo yo, caemos los dos! ¡eso te lo juro!, y más vale que no se entere tu mujer hasta que esto no esté arreglado, tú sabrás lo que te conviene.

            —¿Y tu marido?

            —¡Nos mataría!, y olvídate de entrar a la Nacional. Por eso, va a estar un mes fuera, ese es el tiempo que tenemos ¿estamos?

            —¡Tranquila cariño, tranquila!

            —¡Y una mierda tranquila!”, ¡que te den!, ¡adiós!

            Ella salió con un enfado tremendo de aquel despacho, él lo hizo con gesto de gran preocupación y leyendo aquel resultado de una analítica de embarazo, se volvió a sentar. Lola había grabado y guardado aquella conversación, pero tocando los botones del móvil, puso en funcionamiento el reproductor de su teléfono.

            —“Esas dos pericas” —se oyó en el aparato.

            —¡Uy, perdón, me ha saltado un tono!... ji ji ji —dijo Lola riendo.

            La mujer fingió un pequeño lío con su móvil, y volvía a escucharse muy bajo:

            —“Un bombo como la maestranza”

            —¡Jolines! ¿pero qué demonios le pasa a esto? —dijo Lola disimulando.

            Fermín, aunque lo había oído, no estaba seguro a ciencia cierta de que pudiese ser la voz de Celia, su compañera de aventuras amorosas, dejó el papel sobre la mesa y se disponía a intervenir cuando, por la puerta del despacho, apareció la esposa del policía.

            —¡Hola Fermín! —saludó ella.

            A toda velocidad, el policía guardó el documento bajo su mesa sobre la cajonera. La recién entrada jefa de seguridad de la Policía Local, pasó al despacho contiguo.

            —¡Fermín! ¿puedes venir un momento? —le requería su mujer.

            —¡Sí, ya voy, enseguida!

            El se levantó rápidamente dirigiéndose a la puerta del otro despacho, momento que aprovechó Lola para, por la parte trasera de la mesa, la que daba a ellas, por el espacio entre el tablero superior y el faldón, meter la mano tan rápido como el ataque de un escorpión cabreado y sacar esa prueba de embarazo. Se la colocó encima de sus rodillas, donde el policía no alcanzaba a verla y volvió a preparar su móvil.

            —Mira Fermín, creo que con estas pruebas y un poco de manga, estás dentro del Cuerpo, eso sí, tienes que mantener el expediente aquí intachable.

            —Eso está, no hay problema, cariño.

            —¡Ojo!, el que te tiene que firmar es el marido de Celia, y ya sabes que le caes como una patada en el culo, por cierto, la he visto salir ¿a que ha venido?

            —¡Ah, no, nada!, a traerme un temario que tenía de cuando ella… es muy amable.

            En ese momento, la pareja hablaba en la puerta del despacho. Fermín no había entrado aún y se oyó el disparo de la cámara fotográfica del móvil de Lola.

            —¡Uy, que tonta! —exclamó nuestra amiga—, este para mí no va a valer, muy complicado, Paquita.

            —Toma este, si no… —respondía Paquita—, ahí está el número del gestor.

            —¡Ah bien!, déjamelo, sí.

            El policía miró sorprendido a las mujeres, haciendo lo mismo cuando después Lola repetía el disparo con el móvil de Paquita.

            —Pues este igual, Paca, me pasa lo mismo, es que es poner el dedo aquí y salta la cámara —dijo Lola conteniendo la risa.

            —¡Ah, trae, trae!, habrá que bloquearlo, sí.

            Los dos policías seguían en el mismo sitio.

            —¿Te estás enterando de lo que te digo, Fermín? —le preguntaba su mujer.

            —¿Eh?, ¡Ah, sí, sí, claro!, que no hay problema mujer, está todo limpio.

            —Mira que a la mínima ese capullo te lo echa para atrás, que no sé que le pasa contigo pero te tiene ganitas ¿eh?

            —¡Bah, nada! —respondía él.

            —¿Y esta foto, Lola? —preguntaba Paca a su amiga con un guiño.

            —¡Ah! ¿esta? ¡es una prueba de embarazo!, sí, de Celia, mi hija… je je je.

            —¡Ah!, es que es la misma que tengo yo aquí, mira.

            —¡Claro!, será de cuando… ¡oye, fíjate!, tengo aquí lo mejor del teléfono… ji ji ji ¡internet!, ¡fíjate que bien entra la web de la Policía Nacional!

            —¡Es cierto! ¿y esto? ¡jo, cómo carga, tú!

            —¿Esto?, el correo electrónico del Cuerpo… ji ji ji. ¡Uy! ¿qué he hecho?, he dejado adjunta la foto de la prueba de Celia, ¡uf!, casi la mando a la Policía, sólo con darle aquí…

            —¿Y si la mandas? ¿pierdes la foto? —preguntaba Paquita a su amiga.

            —No, que va, además si se perdiese, tengo aquí el original ¿ves? —le dijo haciendo como que le enseñaba el papel que Celia había traído a Fermín.

            —¿A ver? ¡ah, sí sí!, Celia pone aquí… ji ji ji ¡y está embarazadísima!

            —¡Del todo! ¡totalmente, hija!

            El Policía se estaba indignando, además de ponerse muy nervioso por la situación, temía que su mujer, por el hipotético “descuido” de Lola con su móvil, se llegase a enterar de su infidelidad fructificada en el cuerpo de Celia.

            —Pero atiende a las señoras, Fermín, atiéndelas.

            —¡No no, cariño, si estas señoras se marchaban ya! —decía el policía al tiempo que rasgaba la multa en varios pedazos—, ¿verdad señoras?

            —¡Sí, sí, claro!, ha sido usted muy amable, agente.

            —Aquí está su llave, señora —dijo el policía apretando los dientes.

            —Muy bien, agente, si no hay novedad, que no la habrá ¿verdad?, en tres meses le envío este resguardo —decía Lola al policía mientras guardaba en su bolso el comprometido documento.

            Paquita había recogido la llave y aconsejaba a Lola.

            —¡Cuidado con el teléfono!, no se te vaya a escapar ese correo con lo de tu hija Celia a la poli, lleva cuidadico hija, mucho cuidadico.

            —¡Sí, sí, no te preocupes!, que dándole a este botoncico, se debería de cerrar… ¿a ver?

            —“Como la Maestranza” —se oyó en el móvil.

            —¡Joer, pues no!, será este, mira a ver tú, Paquita.

            —Trae, yo lo cierro… je je je, hay que darle a este otro ¿ves?

            Y se volvía a oír:

            —“Un bombo como la Maestranza”.

            —¡Señoras! —exclamó el policía.

            —¡Ya, ya, ya nos vamos! ¡no se apure!, vamos Lolica, que hay prisa.

            Nuestras amigas salían por la puerta del despacho hacia el mostrador de recepción, Fermín salió con ellas.

            —Ramón, llévalas hasta el vehículo y que se vayan —dijo a su compañero.

            —¡Vale vale, ya voy!

            Allí, Lola abrió el coche y las dos subieron. Cuando salían por la puerta de acceso, dijo Paca a Ramón casi a gritos:

            —¡Adiós, periquito!

            —¡Que te vaya bien, “Loreto”! —dijo Lola.

            Y se marcharon riendo. De vuelta al centro, Paquita dijo a su amiga:

            —Oye, este me lo cierras y no lo saques hasta que nos vayamos a casa ¿vale?

            —¡Vale, Paca!... ji ji ji.

            —¡Ay Señor que clavario! —exclamó Paquita.

 

  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • c-youtube

Síguenos

bottom of page