
Las dudas de María.
María se levantaba y se iba a su cuarto.
—Tengo un poco de frío, Jose, voy a por una rebeca.
Pero María tardaba en salir. Jose, que estaba hablando con Lola sobre aspectos relativos al bar, se dio cuenta de la circunstancia y pensó ir a ver si María necesitaba ayuda. Ella estaba sentada sobre la cama y con las manos se cubría la cara. Jose se le acercó.
—¡Eh Eh, Marian, cariño! ¿qué es lo que te pasa? —le preguntó cogiéndole las manos con suavidad y retirándolas del rostro.
Por sus mejillas resbalaban las lágrimas de un arranque de llanto anterior.
—¿Qué pasa, chiquilla? ¿qué pasa?
—Estoy abrumada, Jose, muy abrumada —le decía poniendo las manos en el rostro de él—, ¿no te das cuenta? Soy el centro de atención, la niña y yo, todo el mundo pendiente. Recibimos ayuda de todos y todos están completamente volcados.
—¡Claro mujer, faltaría más!
—Pero es que yo no he nacido aquí ¿no me entiendes? Soy de fuera, soy amiga, no llevo tu sangre, cariño.
—¡Joder, menos mal!
—¡Y todo tan deprisa!... —decía ella en otro arranque de lágrimas.
Lola se había acercado a la puerta de la habitación y se quedó en ella. Jose la vio y le hizo un gesto indicándole que era mejor que no interviniera. María no le vio, había bajado la cabeza y había vuelto a cubrirse la cara con las manos. El de nuevo se las cogió y las mantuvo unidas a las suyas, y arrodillado ante ella, como estaba, volvía a hablarle.
—Pero ¿por qué lloras, mi vida?
—Por que soy feliz, inmensamente feliz, también de felicidad se llora ¿sabes?
—¡Pues eso es lo importante, cariño! ¡lo más importante!
—¿Sí? ¿y que estoy haciendo yo para ganarme esto, eh? ¿sabrías decírmelo? ¿estar contigo? ¿ser tu mujer me da derecho a esto?
—¡Eh eh eh! ¡espera espera! ¡no te confundas Marian!, te voy a decir una cosa. Tú estás aquí antes que yo y por otros motivos. Yo viene porque a mi padre se le ocurrió montar todo este cirio, ¡ya ves, un pastor!, pero un pastor con más sentido común y mas inteligente que muchos Ministros, y de eso me siento muy orgulloso, pero esa es la razón por la que vine, porque me ofreció ayuda, y vine a trabajar. Recuerda que yo me iba a Alemania con mi primo, cuando puse los pies en esta casa, tú ya estabas aquí. Y estamos porque tú necesitaste ayuda en cierto momento, y mis padres te la dieron y… ¿no se te ocurre pensar por que? ¿eh cariño?... porque tú también eres su familia, esa es la razón, Marian, su familia, tanto como yo mismo o los demás, ¿estamos? Tú aquí tienes exactamente los mismos derechos que yo, o que mi primo, o mi tío… sé que te cuesta entenderlo, a todos le cuesta entender algo así, yo lo entiendo a la perfección porque lo he mamado desde pequeño y así lo quiero y así lo deseo. Para mí no hay sangre, hay amor, hay cariño y dedicación, y eso es lo que tú les das, eso, y más cercano que ninguno de nosotros, porque los tenías allí, a dos pasos. Tú viniste antes que yo porque eres su hija y lo necesitaste, que ahora formemos pareja es sólo una circunstancia, una casualidad que no influye para nada en el trato de ellos contigo ¿me entiendes? Todo lo que en esta familia hagan con vosotras, se hace por vosotras mismas, porque os lo merecéis y os lo habéis ganado a pulso, pero no de ahora, esto es de hace tiempo ya ¡eso que te quede muy claro, cariño!
—Pero si es que yo ¿que he hecho? ¡jolines! —intervenía María sin dejar de llorar—, sólo atenderles un par de veces a la semana y cuando podía.
—¿Y tus vacaciones?
—Bueno, también, pero ¿eso que importancia tiene? El salvó la vida de mi hija ¿qué menos podría hacer yo?
—¡Y tú la de ellos!, ¿tampoco entiendes eso?, y no te olvides de Fernando, cariño, él la hizo respirar de nuevo,
—¡No, si no me olvido!, Fernando para mí es otro padre, ya lo has visto. Pero yo ¿qué voy a salvar la de ellos, hombre? ¿qué estás diciendo?
—¿Tú sabes para un padre lo que es estar cada día engañándose, pensando que al día siguiente va a ver a su hijo? y ver pasar el tiempo y ese día no llega, y un año, y otro, y tan sólo consolarse con que lo podrá ver dos días en vacaciones. Si te quitasen a Marieta… ¿podrías vivir sin ella, Marian? ¡dime!
—¡Me moriría, Jose, me moriría!
—Pues eso les pasaba a ellos, se estaban muriendo ¿no puedes verlo así? Y llegaste tú y les ofreciste lo que les faltaba; atención, compañía y mucho amor, y sobre todo preocupación, lo que tendríamos que saber dar los hijos, y no todos hemos sabido hacerlo. Tú hiciste con mis padres lo que ellos hicieron con los suyos. Mi tío Ambrosio se fue, y Faustino se fue. Mis padres se quedaron en el pueblo, podrían haberse ido, pero se quedaron, no quisieron dejar sólo al Venancio, y a la que luego fue su mujer, mira por donde, la madre de Paquita. Yo hice como mis tíos, tú como mis padres ¿cómo no vas a ser su hija, Marian? ¿tan difícil se te hace entenderlo?
—Pero… pero… yo no fui al pueblo por ellos, fui por Marieta.
—Pero te volcaste con ellos.
—Les estoy muy agradecida de por vida ¿qué quieres?
—¡Ah! ¿y por eso lo haces?
—¡No!, no sólo por eso, al final, eso fue lo de menos. Se hacen querer, te atraen como un imán.
—Mira cariño, el que mi padre la salvara sólo fue otra casualidad, mi padre lo hubiese hecho por cualquier otra persona, de hecho, os conocía sólo de vista, del veraneo o de la fiesta, lo hubiese hecho por cualquiera y tantas veces como hubiese hecho falta, sin buscar ningún tipo de agradecimiento ni nada parecido, pero querer a alguien como te quiere a ti y a tu hija, te puedo asegurar que no, y no lo hace por Marieta, por ser su salvador o como le quieras llamar, lo hace por ti y por ella, porque ha recibido de vosotras mucho más de lo que yo mismo le haya podido dar, te pone al mismo nivel que a mí, y en eso, el que tiene que estar agradecido soy yo por lo que te acabo de decir.
—Te repito Jose ¡coño!, que eres de su sangre, yo no, yo no me puedo merecer tanto.
—¡Que te olvides ya de la sangre, leches!, ¡eso para los análisis!, menos mal que no la llevamos igual ¡fíjate lo que me hubiese perdido! ¡coño!
Jose le sacó una sonrisa y ella le abrazó.
—¡Perdóname amor mío, por hablar así! —dijo Jose—, no quiero discutir por esto ¡olvídalo ya!, esto duele. Yo también tengo mis motivos para pensar que no merezco tanto, pero hay que dejar todo eso atrás y entregarse a ellos ¡te quiero mi vida, te quiero!
—¡Y yo a ti también!
—No sufras más y sé feliz, María, y gracias, porque a través de ti, mis padres me han llamado y a través de ellos, estoy contigo, y quiero que sea para siempre ¿lo entiendes?
Ella no respondió, le abrazó fuerte, muy fuerte, después le besó tiernamente y le dijo:
—¡Te quiero Laparda!
—No dejes de hacerlo nunca, Marian, yo también a ti con todo mi ser, cariño mío.
Lola estaba en la puerta y era como un mar de lágrimas. Jose salía para dejar descansar a María. La amiga le cogió por la camisa, le miró a los ojos, él puso sus manos en sus hombros, se sonrieron y se abrazaron, ella le dijo:
—Estoy orgullosa de todos vosotros, orgullosa de formar parte de este grupo, no cambiéis nunca, ¿me oyes? ¡ninguno!
El, sin dejar de sonreír, le dijo:
—Eres la hermana que nunca tuve, Lolica, pero ¡eh!,¡estás mayor!, mañana date un tinte ¿estamos? … je je je —y le dio una palmadita en el trasero, ella le regaló un beso en la mejilla.
Cuando entró en la cocina, Julián, que lo había oído todo desde el principio, dijo a Lola:
—Lolica, esto es una familia y lo demás ¡tontás!
Ella hizo con él lo que hace una mujer agradecida a su pareja, le abrazó y le besó hasta casi dejarle sin aliento.
—¡Ay! —exclamó Julián.
—¡Toma nota, zagal! —dijo Lola a Pedro riéndose.
Pedro también rió y pensó para sí: “mucho toro es esta, para tan poco novillero… je je je”. Aún tardo María un ratito en salir, no muy largo, pero sí lo suficiente para poder relajarse y tranquilizarse en gran medida.
Durante la cena, ella explicó a sus amigos que la rapidez con que se estaban dando los acontecimientos, y el estado clínico en el que se encontraba, hacía muchas veces que las emociones le superasen y llegase a perder el control sobre ella misma.
—Me hubiese gustado tanto que hubiesen estado los abuelos para decírselo… —dijo mientras cenaban—, sé que se imaginan, o bueno, que saben lo que hay, pero os lo diré ahora, y a ellos cuando vengan, en privado y de otra forma. Quiero vender la casa y buscar algo aquí, aunque eso parece que va a tardar, y de no poder hacerlo, la pongo a vuestra disposición para lo que pueda necesitarse, Jose. Y por otra parte, tengo la necesidad de cumplir con el pago del abuhardillado, en alquiler, Lola, yo necesito que sea así, de otra forma, no puedo dejar de sentirme mal.
—Eso tenemos que hablarlo —dijo su amiga—, sigo pensando que me quedo corta contigo, no por el abuelo, Paca o Jose, contigo por ti, si tú te sientes mal si no me lo pagas, imagínate yo, cobrando, eso tenemos que hablarlo María ¿sabes una cosa?, puede que te parezca una tontería, pero yo también te necesito cerca, a ti y a la niña, hay demasiado viejo entre estos tabiques, somos muchos ya en la segunda mitad, y esa criatura, da a esta casa una alegría, una vida y un color, que nunca ha tenido, sea con Jose, Fulanito, Menganito o el Cristo los Faroles. A ti, se te necesita a ti, a Marieta y a lo que de ti pueda un día venir, me gustaría aprender a preparar biberones y a cambiar pañales, los de tus hijos, los tuyos y los de los tuyos también, Jose, y si por suerte son los mismos, pues daré siempre gracias al “Darriba”, como dice tu padre, por haberos unido, y si no, pues bienvenidos todos a mis tierras.
—¿Lo ves cariño? ¿lo ves? —dijo Jose.
María sonrió, cogió la mano de Marieta y la niña le devolvió la sonrisa.
—¿Sabes mamá? ¡yo quiero mucho a Jose!, se parece a papá, ¿por qué no te casas con él?, así tendría dos papás y podría tener hermanitos, porque… —la niña forzaba gestos de tristeza—, porque a veces me aburro cuando estoy sola, y miro fotos en los cuentos para imaginarme que los niños que salen son mis hermanitos, y hablo con ellos, pero…
—¿Pero que, hija?
—¡No me responden!
—¡Uf!, pronto tendrás un hermano, te lo prometo.
—¿Sí? ¿de verdad?
—¡De verdad!
—¿Me dejarás cuidarle? Y a ti también ¡claro!
—Pues claro que sí, hija.
Marieta se levantó de su sitio y se fue hacia Jose, puso su mano en la pierna de él, éste se retiró hacia atrás, cogió a la niña y la sentó en sus rodillas. La niña le abrazó tiernamente y le dijo:
—A ti también voy a cuidarte mucho, Jose, porque te quiero mucho mucho.
Jose le abrazó también diciéndole :
—¡Y yo a ti, princesa! ¡mucho mucho!
—¿Te vas a casar con mamá?
—Pues… esto…
Jose miró a María y vio como le sonreía, seguidamente le preguntó a la niña:
—¿Tú quieres que nos casemos, Marieta?
—¡Sí, claro que sí! ¿mañana?
—Nos casaremos, mañana es muy pronto, princesa, pero quien sabe, a lo mejor…
—¿En Navidad?
—¡En Navidad!, pero habrá que pedírselo a los Reyes… je je je.
—Mi papá me leía cuentos antes de dormir —dijo la niña a Jose con gesto picarón.
—Yo a lo mejor no te los leo —dijo él a la niña para decirse a continuación en voz baja: ¡me los invento!... ja ja ja.
—¡Sí sí sí!
—¿Te gusta?
—Me gusta mucho… ji ji ji.
La niña le dio un beso y le dijo:
—Eres muy guapo ¿sabes? ¿me llevarás al cole?
—Cuando pueda, seguro.
—Ji ji ji —rió la niña volviendo de nuevo a su sitio.
Jorgito lo “flipaba”, se levantó y fue hasta Jose para darle su besito también.
—¡Anda! ¿y eso?
—Porque vas a ser el papá de mi novia y yo también te quiero.
—¡Ven campeón! —Jose abrazó al niño también—¡anda hijo!, termina que se te enfría.
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