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EL LIO DEL BUS

—Oye Julián, casi que tiés que subite con la niña pa que le den la cosa que tié que ponese —aconsejaba Liando—, que se nos está pasando de hora, que yo con este…

 

—¡Bueno, pues na! ¡nos vamos pues! —respondía Julián—, ¡Marieta, chiquilla, nos vamos pa casa!

—¿Y tú tío?

—Yo tengo que subime con el Cristóbal andando, a este no le dejan navegar en esos barcos… je je je.

—¡Jobar!, para una vez que viene conmigo…

—¡Bah, Marieta!, no tiés que preocupate, que ende hoy vas a podelo sacar muchos días. ¡Venga!, os acompaño ande el autobús.

Apenas habían comenzado a andar cuando Marieta dijo a Liando.

—¡Eh tío!, agáchate que te digo una cosa.

Liando se agachó y la niña le cuchicheó algo al oído.

—¿Si? —se extrañaba el pastor.

—¡Si tío, venga!

—¿Tú crees?

—¡Que sí, ya verás hombre, que sí!

—Je je je… ¡venga, amos pues!, miá que si no sale…

—Je je je… que sí tío, que yo lo he visto.

Ya en la parada del autobús, vieron que apenas quedaban un par de minutos para su llegada.

—Toma Julián, paga tú la boleta y síguenos la corriente, ya sabes, tú como si na ¿eh?, tú solo paga y en paz.

—Je je je… y ahora que se tabrá ocurrío, rapaz.

—¡A mí no! ¿eh? La culpa es desta, así que la azotaina pa ella, a mí dejame el culo en paz… je je je.

Liando buscó en su bolsillo las gafas que había comprado al mantero y que ya se había guardado al ir cayendo el sol, se las puso.

—Como no salga, Marieta, vas a tener que llevame el tabaco al calabozo… je je je.

Ató el extremo libre de la correa del perro al collar del animal haciendo un lazo más corto, y al terminar este preparativo hizo su llegada el autobús. La niña tomó al pastor por el brazo y le ayudó a subir, Liando se hacía pasar por invidente.

—¿Será posible hija?...¡gentuza! ¡marranacos mal nacíos! ¡robale a un probe ciego! ¡quitame el bastón, a un viejo que casi no pué tenese! ¡que desgracia! ¡ande sa visto eso!

—¡Que malos son, tío! ¡que malos! ¡no tienen corazón! ¡los va a castigar Dios!

El cabrero hacía como que tactaba buscando asidero en el autobús. Dado que había tantos viajeros y gran número de ellos en pie, apenas tenía espacio para mover el brazo. Liando deslizaba su mano por todos cuantos teóricos obstáculos encontraba por delante, barras, asientos, calvas, melenas, brazos… En uno de esos fingidos intentos por buscar apoyo, su mano ayudada por el tirón de arranque del vehículo, fue a terminar su recorrido en el trasero de una joven que viajaba junto a su novio.

—¡Oiga señor! ¿qué hace? ¡descarado!

—¡Uy, tié usté que perdoname!, me sa figurao que era el asiento, así que extrañábame a mí que tan blandicos y redondicos los hubiesen puesto ahora… je je je. Es que, al no velos… ¿sabe usté?

—¡Hombre!, lleve usted el perro delante como todos los guías.

—¡Es que me lo han traío de Suiza! ¿sabe usté?, ¡si hombre, desos de los barrilicos!, y el probe no conoce las costumbres… je je je. ¡Amos Cristóbal, pasa!

El novio de la propietaria del trasero al que Liando tomó medida con su mano, se extrañó mucho y preguntó al pastor:

—¿Cristóbal? ¿no dice usted que es suizo?

—¡Si, hombre!, ¡dallá arriba!, de la montaña, pegaíco a la Italia esa de los romanos, pero tié nombre internacional como el Colón las Américas, que lo conoce tol mundo entero, y en Suiza también han de hacésele los honores.

Marieta, que por su poca estatura pudo avanzar por delante de Liando, tomó al perro del collar y tirando un poco de él, dijo al cabrero.

—¡A ver si puedes pasar un poco más adelante, tío!

—¡Liando!, quel chófer me da que no acaba de creéselo, miá ver si pués tirar un poco más palante —dijo Julián al cabrero en voz muy baja.

—¡Venga, voy voy!, no vayamos a liala.

Liando, con la cabeza rígida y mirando siempre al frente, hacía sus esfuerzos para dirigir su vista a todos los lados, sin que se le notara mucho tras las gafas. Hizo un intento de avanzar unos pasos soltándose del asidero. Iba buscando el siguiente, cuando casi lo tenía, un nuevo movimiento del autobús hizo desviar el rumbo de aterrizaje de su mano, tomando tierra esta sobre los pechos de una joven que a la sazón, lucía un generoso escote. Al tocar carnes, Liando hizo ademán de cerrar la mano sobre ellos.

—¡Oiga! ¿pero que hace? ¿no le da vergüenza?

—¡Perdón, perdón, señorita! ¡cuánto lo siento! ¡no ha sío mi intención!, mire usté es que… que me había paecío el reposaseseras del asiento, ¡fíjese usté!... ¡y claro!, no quería que me se soltase.

—¡Pero por Dios, hombre!, que por lo suyo se le venga la mano… bueno, ¡tenga un pase!, un accidente, pero que no quiera usted soltarse… ¡ya tiene delito, ya!

—¡Humildemente le pío mil perdones, señorita!, ya le digo que quería sujetame… je je je.

—¡Pase usted ahí que tendrá más espacio! —le recomendó la joven tomándole por el brazo y acercándole al hueco de puertas.

—¡Ah, muchismas gracias! Y tié usté que perdoname, no sabe usté cuanto lo siento.

—¡Oye, para, para ya, Liando! —le decía Julián al oído—, que al final vas a liala, ¡hombre!

—¡Quiá!, ¡anda!, miá ver si pués llevame hasta las puertas, ¡amos Cristóbal!

Después de dos paradas más llegaron por fin hasta las puertas. Al lado del pastor viajaba un muchacho oyendo música con sus cascos, algo sordo debía de estar, pensó Liando, al llevar la música tan alta. El chaval llevaba su móvil en la mano y miraba su lista de canciones. El cabrero iba un tanto molesto por el “chunda chunda” del viajero.

—¿Andestá el botoncico la pará? ¿ande está? —preguntaba mientras levantaba su mano con el dedo índice preparado y en posición de pulsar.

Hizo que su dedo y mano, a propósito, por supuesto, tropezaran con la cabeza del chico enganchando el cable de sus cascos con el dedo y sacándoselos de los oídos. Fingiendo cara de extrañeza, Liando bajó la mano sin mover el dedo de posición tocando la pantalla del móvil en cuestión. Como quiera que al tocarla deslizó el dedo, el móvil dejó de sonar cambiando rápidamente la pantalla al tacto. Al chico no le quedó más remedio que guardárselo.

—¡Uy, tié que perdoname usté!, es que estos autobuses no los conozco bien, ¿sabe usté?, que aún no he podío haceme con los botoncicos, soy de afuera.

El chico no respondió. Julián se dio la vuelta hacia la ventanilla para poder reírse, disimulando ante la mirada de los viajeros. Marieta se reía abiertamente. Llegaron a su parada, el conductor abrió las puertas. Liando estiró su brazo diciendo:

—¡Amos, Cristóbal!, la que man liao con robame el bastón ¡hay que jodese, a un probe ciego! ¿Andestás Cristóbal que no te siento? ¿andestás?

Por llevar el brazo estirado, la mano del cabrero invadió de nuevo el trasero de una señora de mediana edad, la que le dijo muy exaltada:

—¡Sobón! ¡marrano!

—¡Coño! ¡este no eres! ¿ande tiés el pelo? ¿andestás? ¿ande tas metio?

Al subir de nuevo la mano buscando el asidero, volvió a hacer escala en el escote de la joven anterior. La chica, resignada, le dijo:

—¡Que, hombre, que! ¡que si por eso es, se las alquilo, hombre!

—¡Ay, perdón perdón, señorita! ¡cójame el brazo, por favor!, y ayúdeme, no vaya a culcular mal el escalón y acabe esmorrao, que la culpa de to la tién los chorizos y mangantes daquí, que man quitao el bastón que pa mí es como mis ojos ¡oiga!

—¡Venga vamos, lo que hay que ver!, con perdón —dijo la joven.

Y ayudado por ella, bajó Liando del autobús. Detrás de él, bajaba un joven con los pantalones a la nueva moda, esta nueva marranería que han sacado de llevar la cintura de la prenda por debajo del escape. El joven al rebasar a Liando le dijo.

—¡Será usted ciego, viejo, pero es un sobón, colega! ¡vaya tío!

—¡Anda y súbete el calzón! ¡so marrano! ¡que paices un mugroso! , ¿no ha de date vergüenza ir con la zurraspera al aire? ¡Anda ya, pisamostos! ¡y vístete con recatá vergüenza! ¡so piojoso! ¡meacolchones!...

—¡Coño, Liando!, vaya bocatrapo que te gastas ¡no te pases! —dijo Julián—, ¡que te pués meter en líos!

—¡Bah!, el Ilo se lo hicieron sus padres al hacelo, así ha salío ¡vaya juventú!

—¡Y vaya vejé, Liando!, questo que haces tampoco es muy pa tú edá.

—¡Ya, ya!... je je je, pero es que no he podío evitalo, ¡me lo paso tan bien!… ¡oyes!

Desde dentro del vehículo se oyó una voz que decía:

—¡Abuelo! —llamó el conductor al cabrero cuando pasaron por la puerta delantera del vehículo —, ¡que se deja usted el periódico!

Liando hizo ademán instantáneo de volver al autobús, pero cayó en la cuenta.

—¡Rediósla! ¡ma pillao!

El conductor riéndose cerró las puertas y siguió camino.

—¿Y la niña andestá? —preguntó Liando a Julián.

—¡Coño! ¿no la ves ahí?, en el banco sa sentao, que se está partiendo el culo de risa… je je je.

La parada del autobús está en la misma acera que el nuevo domicilio de nuestros amigos y a poca distancia.

—Bueno, ahora vendrá, no pasa na, ¡venga, tira palante!, que nosotros vamos más despacico —propuso Liando.

A penas habían dado unos pasos cuando a su lado pasó Marieta corriendo y sin parar su carrera les gritó:

—¡Que me meo tío, que me meo!

Y siguió corriendo como alma que lleva el diablo en dirección a la casa.

 

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