
Lola y Julián... más que amigos.
Lola le estaba esperando, abrió la puerta al oír el timbre previo atusamiento de su melena y recibió a Liando con una alegría un tanto inusual para el momento.
—¡Buenos días Lioso! (le dio un beso).
—¡Anda! ¿y eso?... je je je.
—Te tengo un cafecito de lo más especial, de lo más de lo más.
—¡Oye, que mi santo aún no ha llegao!... je je je.
—¡Da igual, un amigo es un amigo!
Mientras esperaba el café, sentado a la mesa, hojeaba una revista de esas que a Lola le envían las agencias de venta por catálogo, cuando se oyó la puerta de una habitación, la de la propia Lola. Liando, sin levantar la cabeza, subió su mirada por encima de las gafas que casi siempre solía ponerse para leer y que a menudo llevaba encima, la puerta del saloncito siempre estaba abierta y daba al pasillo interior, al de las habitaciones y vio salir a Julián de ese cuarto, a pecho descubierto y en ropa interior hacia el baño. Liando se sonrío y con mucha sorna comenzó a canturrear en voz baja:
—♬♪ Ha llegao el pavico a corral ajeno... ♪♪♬y a la pavica en su rincón la dao de lleno... ♪♪♬ tiroriroriro riro ♬♪... je je je. Algo me tiés que contar, rapaz... je je je, pero eso ha de ser aluego más tarde. ¡Anda a vestite! que te tiés que venir conmigo, que te voy a dar faena pa un par de días... je je je, o más si mapuras, pa que vayas haciendo cuerpo que falta tace, Julianico.
—¡Venga pues! —le respondió Julián desde el pasillo —, en cinco minutiños me tiés listo y como un arcángel darreglao y de obediente que soy.
—Pos anda ligero, que mucho tiempo no tenemos.
Julián entró al baño al tiempo que Lola salía con los cafés humeantes y oliendo a gloria bendita, tanto olían como apetecían.
—Y bueno Lola ¿cómo estás? ya veo que en ti, el tiempo no sace desperdicio... je je je.
—¡Ay Liando, amigo! que te has traído la vida y la alegría a esta casa.
—¡Que jodía Lola! —pensaba Liando — ¡ande tendrá la vía esta y a que altura tendrá la alegría! ¡Ay señor! Pos ¿que ta pasao?—le decía —¡ya!¡ya ya! no me lo cuentes, ¡ya he visto ya! ya he visto quel postre la cena venía cargaíco dulce... je je je, ya hablaremos un ratico por ahí.
—Te invito a comer y te cuento —respondió Lola.
—En otro momento tié que ser, que hoy vamos más que arreaos y ya ves que aquí, ni en domingo aligeramos faena.
—Entonces ¿te llevas a Julián al Centro?
—Si, pero no te mapures en na, que te lo he de traer a la hora de comer, por si lo quiés pa otro postrecico... je je je.
—¡Liando!
—No has dapurate mujer, pero pa mañana lo tiés que tener listo y a la boca el metro a eso de las siete. Menos la bicicleta, que se tenga preparao y aviao to lo que necesite pa hacer bien su trabajo. Pa unos días no ha de faltale.
Salió Julián ya preparado para poder atender el requerimiento de Liando.
—¡Venga zagal! apriétate ese desayuno y vámonos que te tengo disfrute pa dos o tres jornás y ganancia también, que algo habrá de ayudate. Maquinaria no tace falta y gana espero que tampoco porque el favor es pa mi hermano, que tié que salir al paso de un pedío que la venío a medias y ahí es donde tu entras capitán, que también el favor es pa ti si en eso ha de rellenate una miaja la faltriquera.
—¡Pues venga! ¡no esperamos más! que falta nos hace a tos y algo tengo que contate, que a poco se que va gustate, conociéndote...
—Je je je... de un día Julián, na más, pero confianza... como de to la vía, ¡ya ves!¡venga andando que pa luego es tarde!
Tomaron el metro. Ventas, Manuel Becerra... En Goya tomaron la línea cuatro hasta Argüelles. No tardaron en llegar a pie hasta Alberto Aguilera, a casa de Faustino donde éste les esperaba. El piso de Faustino es grande y muy amplio, bien iluminado y muy acogedor. Pasaron al salón y tras servir Rogelia unas copitas de orujo, ese que Faustino tenía guardado desde su último viaje a Pontevedra, pasaron a los detalles de la negociación. Tardaron muy poco en llegar a un acuerdo y todos quedaron satisfechos. Al día siguiente, Julián comenzaría a afilar todo el material del pedido de Faustino en la tienda de Francisco Silvela.
—Bueno —dijo Liando —¡pos to aclarao y tos dacuerdo!, nosotros nos vamos, que este tié que volvese a preparalo to y a mi me toca hoy hacer los fogones, como tié que ser.
Una vez en la calle, Liando cogió a Julián por el brazo y con su típica sonrisa pícara y burlona le dijo:
—Y ahora tú y yo nos vamos a tomar una cañita al calorcico de una tasca que conozco por aquí cerca, que algo, ya se yo que tiés que contame... je je je.
Julián respondió:
—Ya lo creo amigo, ya lo creo, y mucho, amén de interesante, que se yo bien que algo tabrías tú de esperar.
Se llegaron sin tardanza hasta el pequeño local que refirió Liando, pidieron un par de vinos rojos como la bandera rusa y espesos como el chocolate, se sentaron en una de las escasas mesas que allí habían y comenzaron a conversar.
—Pues sí, Julián, ¿Qué te decía yo antes de ime de la pensión, pájaro? que la Lola esta muy necesitá, que tié mucha sangre en las venas y una ocasión tan apañá no sa de dar to los días... je je je. Me hago el suponer que de economías na habéis hablao ¿no?
—¡Quiá, na deso!,¡na de na!, ¡verás! Algo debió pasale a la calefacción que no templaba bien, dejó de hacelo a media tarde. La Lola había tenío un rato, después de la comía, las ventanas a to los aires pa ventilar y la casa sa había quedao helá, muy ventilá, eso sí, pero helá como la casa un pengüino. El caso es que la Lola se sentó a ver la película esa que dan el Sábado a la tarde y se echó una mantica por encima, tumbose en el sofá y yo en un sillón muertecico frío. Al veme que casi estaba en tiritera me dijo: “Ven Julianico, séntate al lao mío y tápate con la manta, que a mi me sobra un cacho” ¡y claro!, yo que estaba jodidico frío y soy tan obediente...
—¡Amos, que no lo dudastes un momento ni na!
—Pero sin intención ¿eh?,¡de eso na de na! y de a pocos que me fue entrando la modorra y fui a caeme encima su “repisa”, sin apenas conocimiento ¡y que repisa Liando!, ¡que repisa que me tié la Lola! Apoyé la cabeza en una mitá y la nariz clavá al otro lao el canalillo, pero como respiro por la boca... ¡ni enterame oye!
—¡Ya! y ella entro en temperaturas ¡claro!
—No lo se Liando, pero el caso es que me quedé como un angelico y me se cayeron los brazos, no se cómo ni de que manera, pero una mano fue a parase en la parte su presona que toma asiento, por atrás, la otra solo se que me se enfrió sobremanera y al no haber ande calentala, se conoce que en sueños, debí movela debajo de algo que parecióme la manta y que aluego resultó ser otra cosa.
—¡Ya ya, pájaro!, debajo las faldas.. quieres decir que debajo las faldas la mesa camilla ¿no?
—¡Quiá! ¡de las suyas Liando, de las suyas! ¡ya ves! y desperté de sopetón al sentir que tentaba carnes ¡que susto, chico, que susto diome! Pero vi que muy a desgusto no debió quedase porque sabía dormío y tenía el sonreír de una oreja a la otra. Al cambiame de postura debiose resentir, pero sin despertase. Me vencí pal otro lao y venciose conmigo, cayóme encima y por miedo a despertala quedeme quieto hasta que despertó, bueno quieto de casi tol cuerpo, porque cayóme de tal suerte que una mano suya fue a parar ande tu ya sabes, al tronco las alegrías, y ni que decite tié que una mano en esa puerta no deja bisagra quieta, pero amos, ella en sueños me iba colocando lo que en mi involuntariedá yo le descolocaba.
—Je je je... digo yo, que tuvo ella que dase buena sorpresa al despertase ¡ya ya!
—¡Que va, na! Levantose despacio, templá, con cara de haber dormío bien, y aún no estaba espabilá del to cuando me dijo: “arréglate Julián que aquí hace frío, nos vamos a cenar fuera”. ¡Ya ves!... y nos fuimos al restaurante ese que hay en la mesma plaza, ahíbajo.
—Y algo más pasaría, porque no ma paecío que hayas salío esta mañana precisamente de la despensa, Julián... je je je.
—Pasó cabrero, pasó... y pasó que la cena estaba muy buena y el vinico mejor, pasó que estábamos muy solos, pero muy solos y a nosotros naide nos espera, pasó quel istinto y la gana de sentise uno hombre y la otra muller a veces sale sin llamalos. Nos acordamos de la siestecica y cuando volvimos a casa nos quedamos de nuevas acurrucaícos en el sofá, con la manta, pero esta vez las manos andaban de apostas y las dos almohadas del cuerpo la Lola buscás. Acabó lo que ponían en la televisión y yo me quedé apurando un Soberano, ella se fue a su cuarto y díjome de hacele un rato de compañía, que la oscuridá le daba un poco de miedo.
—¡Ya ya! la oscuridá esa tan oscura ¡ya!... je je je
—Y una cosa llevó a la otra y la otra a la otra, ya sabes tú.
—La verdá es que ya y a estas alturas, na va comprometeros y se quedará en un buen ratico pasao en carnes, una buena noche y tan amigos.
—Miá Liando, la verdá es que la Lola páiceme buena chica, se porta buenamente conmigo y es to amabilidá. A mi lo mesmo dame estar aquí que allá, pero un hombre se cansa de estar solo y hay veces que en un par de días o más, no hablo más que con mi sombra. Ella tié ya mucho andao y mucho mundo, pero según están las cosas y por lo hablao, también se siente muy sola. Estaba esperando me saliese algo de faenilla por aquí pa alargar la estancia y creo que como aún conservo pal viaje y la madre está bien atendía andestá, que así me lo han dicho mis primos anoche por teléfono, si lo de tu hermano da pa una semana más aquí, creo que tendré que aprovechala. Ya te dije que no eché raíces en parte alguna y quiero saber si echando una mano de alguna manera en la pensión, aunque solo haya de ser de amigo de los éntimos, la compañía la Lola me pué hacer mucho bien.
—Y yo sé que a ella también —dijo Liando —, la veo ahora más correosa, pero oye, ve con tiento, no me la vayas a desgraciar en cuatro días... je je je.
—Lo que ha ocurrío no habría ocurrío si de antes no hubiese habío engrediente, Liando.
—¡Ya me imagino, ya! Pues oyes, si pa bien es de los dos ¡bienvenido sea!, ya sabes ande tiés un amigo. Bueno, a lo nuestro, ¿ya sabes andestá Francisco Silvela, ande tiés que ir?
—No, pero la Lola me trae mañana al centro o ande haga falta.
—Bueno, ahora pa volver, ¿te coges el metro o te acompaño?
—¡Bah, na! llama a la pensión que viene ella a recogeme, ma dicho algo de una tienda ropa aquí cerca, en Goya. Mira ande tiés una cabina, mejor llámale tú que te apañas mejor.
—Je je je... ¿Una cabina? ¡Quiá!, eso ha de quedase pa los probes... je je je.
Liando, muy orgulloso y estirado, sacó de su bolsillo su móvil nuevo. El afilador estaba asombrado.
—Miá Julián, vas a ver lo qués la tenología aplicá, no me quites ojo, ¡miá! le doy aquí y me se enciende ¿lo ves?... je je je ¡miá, miá a ver si conoces a este!
—¡Rediósla cabrero! ¿y que haces así, con esa cara estreñío? si paice que estás....
—¡Bah! las cosas del sobrinico, ahora le doy aquí y ahí sale to la numeración y to los nombrecicos que tengo acontrolaos... F, G, y L... la L de la Lola, Lola pensión, este. Ahora pongo el deo aquí y salta el melagro, ¡miá miá, escucha!
—Pensión Lola ¿Dígame?
—Lola hija ¿pero aún no más conocío el numerico?
—No Liando... je je je ¿eres tú? en el fijo no se me queda grabado.
—Pues has de ir pensando en cambialo, porque ende ahora pué que te llame más veces con el alfon este que man regalao.
—¿Ya habéis terminado con lo vuestro?
—¡Coño! que dicho así, tal y como me las soltao, paice un romance mal acabao, Lolica!… je je je ¡Y bien terminao! Que no ha habío beso en los morros, ¿qué ta paecío?... je je je. Así que ya pués venir a recogelo a este, no vaya a ser que alguna otra hotelera haya de limpiátelo por la tardanza... je je je. En la Plaza Colón te lo dejo, pegaíco al museo la cera, que daquí aún sales bien, si es que la cacharra esa tan vieja que tiés aún sabe andar entre tanto coche moderno, de los que andan por estos barrios... je je je.
—¡Que va, hombre! si ya no tengo la Luciana, la Citroën ya se ha muerto; ahora tengo otra, un furgón que cogí a buen precio y está imponente, prácticamente nuevo, es de los de kilómetro cero, que lo cogí por no quitarle mucha vida al coche pensando que le sacaría algún rendimiento, pero… bueno, al final no me está resultando más ahorro ni más ayuda que lo que me resulta el coche. Que no, que no hay problema, que se conoce Madrid como yo la palma de mi mano y va como los ángeles la cacharra esta.
—Je je je ... como sea como la del Fernando... la última vez, a empujones en la cuesta las perdices la arrancamos. Bueno, ¡no tardes! No vaya enfriásete la piedra de afilar aquí al relente ¡un besico salá!
—¡Un beso Liando!, ya salgo.
—Me sace Julián, que aquí voy a tenete pa una buena temporá.
—¿Tú crees?
—Eso dímelo tu mesmo, que esa que viene a buscate, más que mujer ,paice una pantera.
—¡Bueno!,¡andando que hay camino!
Comenzaron a caminar. Glorieta de San Bernardo, Bilbao... Más tarde entraron el la calle Génova. Ya llevaban un trecho andado y Liando explicaba a Julián:
—¡Miá Julianico! esa endificación a tu izquierda... por ahí no pases si pués evitalo, questán los pepeses y son tos medio peluqueros. Están atijeraos, to es pasar y te recortan los pelos, los sueldos, las pensiones... y si te andas en descuidos, los pantalones y el interés.
—¡Leches!, ¿Qué interés?
—El que tié la Lola ahora por ti... je je je, ándate con cuidao zagal. Y aquí a la derecha... ni se te ocurra salite de la ley ni por medio céntimo, que aquí habrían de traete después de la plaza Castilla pa echate sentencia, pero algo bueno tié, que te sacan en la tele... ja ja ja. Bueno y aquí a la vuelta es ande tengo que dejate, que tié que estar la Lolica al caer y tendrá prisa por adecentate, que eso lo sé yo. Aquí, en domingo, a mal sitio no ha de llevate, pa mi que va ser al corte los ingleses que tién de to. ¡Venga Zagal! mañana o pasao te veo.
—¡Gracias Rapaz! ¡que Dios te pague to lo que haces en mi presona!
—¡No me sufras!, que por pagao me doy si esto ha de servite de algo. ¡Cuídate amigo!
—¡Igual tú, rapaciño!, ¡nos veremos en na y menos!
Liando se dio la vuelta y como de costumbre, levantó el brazo con su típico gesto de adiós al amigo, intuyendo que éste haría lo mismo como así ocurrió. El cabrero se bajó a pie hasta la estación de Atocha, no había olvidado el encargo del tabernero de su pueblo vecino, Juan, el de Fuentecangrejos. Miró, remiró, buscó y rebuscó entre todo lo que le salió al paso; tiendas, locales, escaparates... Llegó a la estación y allí tomó un autobús que le llevó hasta el barrio. Abrió la puerta de la casa y allí encontró a Julia afanándose en la cocina.
Haciendo click sobre la foto accedemos al audio del fragmento.