
De compras.
Cuando Paquita estuvo preparada partió hacia el hospital. Llegó sin dificultad, aunque con una ligera variante sobre su plan inicial, en alguna estación se confundió y salió del metro antes de llegar a su destino. Ante la duda, y en previsión de un nuevo error, decidió tomar un taxi que le dejó en la puerta del hospital. Una vez allÃ, junto con Rogelia y Liando visitó a MarÃa, que se encontraba muy animada, bastante mas fuerte que en la jornada anterior y nerviosa por salir del centro hospitalario. Hablaron con la paciente de todo un poco e hicieron algún que otro plan para los primeros dÃas de alta. Al cabo de un rato, más o menos una hora desde la llegada de Paquita, se les comunicó la hora prevista en la que MarÃa recibirÃa el alta y dijo Rogelia a sus cuñados:
—¡A media mañana dicen! ¡Bah!, me quedo entonces, que si no entre ida y vuelta no hago nada. ¿Necesitáis ir a algún sitio o hacer algo?, a mà no me importa quedarme con ella un rato.
—¡Miá, sÃ!, si no te importa voy a bajame un momentico a ver si veo al taxista y quedo con él, me gustarÃa que fuese él mesmo—dijo Liando.
—¡Venga, yo voy también!, vamos a buscar un par de cosillas rápidas y asà luego ya estamos más libres —dijo Paquita—¿Necesitas algo, Rogelia?
—¡No, no, marchad tranquilos! ¡va!
—Ahà en la bolsa está la muda y la ropa, MarÃa hija, por si te quieres cambiar cuando sea.
—¡Gracias Paquita!, en un poquico me cambio ¡venga!, que la ciudad os espera—respondÃa MarÃa.
Cuando la pareja salió de la habitación, MarÃa dijo a Rogelia:
—¿Sabes Rogelia?, vengo notando estos dÃas algo raro en Paquita, ¿tú no?
—Je je je… si yo te contara… Pero mejor, no, tienes que descubrirlo tú misma… ji ji ji, y te aseguro que te gustará. Un cierto cambio sà que lo hay, sÃ.
Ya en el ascensor, Paquita hablaba con Liando:
—Igualica que el primer dÃa ¿eh, Lio?
—¡Quiá, menúo cambio!, está hasta rejuvenecÃa, quel dÃa que la vi cuando iba ya de camino en plan de aperegrinar, hubiera dicho que más blanquica de cara me sacÃa y algo más arrugá, pero la jodÃa es que miá questá guapa, aún estando en desaliño, ya las visto.
—¡SÃ, sà que lo está, sÃ!, pero es que es guapa como ella sola, pero tiene que cuidarse. Oye ¿llevas dinero?
—¡SÃ, hija!, que ya me imaginao que algo habrÃa que comprase, además no te veo yo asà según vas muy pa la ciudá, ¡no te veo, no!, bueno, vamos a organizanos ¿ande quiés ir?
—A por el teléfono querÃa, y ya que me ves asÃ, igual podÃa mirar algo para ir más cómoda ¿no crees? ¿Tú vas a cambiar de boina o definitivamente la has abandonado?
—¡Quiá, eso pal campo!, y de lo de cogete algo, ¿qué si lo creo?, lo creo y debo creelo ¡amos!, que debo decite que sà ¿no?
—¡Más te vale, pastor!
—¡Pues venga!, que ese cuerpecico aserranao que tiés, se merece ir mejor enfundao.
—¡Tú vas hecho un plaisbois, hijo!, a ti te hizo un hombre tu hermano el dÃa la cena con darte ese traje.
—¡Guapo estoy, miá, de seguro!, que al riflejo de los escapirates paice que no soy yo mesmo, y a punto estao de a mà mesmo saludame, pero ¡amos!, tampoco es cosa de ir tol dÃa encorbatao, que paice que soy el menistro las haciendas, hija.
—Bueno, mira, una cosa vamos a hacer, tú ahora de ciudad vas vestido, yo más bien que voy a la siega parece, ahora buscamos un trapo pa mà y, de tener tiempo Higinio, que te lleve él que sabe donde puedes elegir, que el chico tiene buen gusto pa esas cosas ¿qué ta paecÃo?
—Ja ja ja… to me paice bien, prefeto pués, como tú dices, bien hablá… je je je.
—¡Mira Lio, la tienda naranja!, vamos a lo del teléfono, que yo esto me lo alivio rápido, que tengo muy claro lo que quiero ¡vaya!
Entraron a la tienda de telefonÃa donde les atendió una joven muy agradable.
—¡Buenos dÃas señores! ¿en que puedo ayudarles?
—Pues querÃamos un Alfon pa la mà mujer, que aquà la tié usté, pa que pueda comunicase conmigo si tié la necesidá o con la familia, si el menester se lace.
—Perdone, ¿un qué?
—¡Un Alfon, hija!, un paratico desos pa hablar por teléfono, destos negros aplanaos con el botoncico detrás del cristal.
—¿Alfon?
—¡Déjame a mÃ, Liando, anda!, que ya te veo yo venir. Un smartphone, señorita.
—¡Como este, vaya! —dijo Liando sacando su teléfono y mostrándoselo a la vendedora.
—¡Ah claro! ¡un Iphone!, ese teléfono es una máquina.
—¿También? ¡ah, pues mire usté!, eso no me lo ha dicho el sobrino… je je je. ¿Y por donde hay que metele el papel?... je je je.
—¿El papel?
—¡SÃ! ¿no me acaba de decir usté qués una máquina?, como tié letras en las teclas… como la Oleveti que tuvo el Faustinico cuando se quedó con la tienda, una máquina de escribilo.
—Ja ja ja… —rió la dependienta—, ¡No hombre, no!, querÃa decir que ese teléfono es una bomba.
—¡Hala! ¡no me joda usté! ¡a ver si va explotame!
—¡Bah!, no le haga caso, es un bromista—intervino Paca— lo que quiero es un HTC Desire X, si lo tienen.
—¡SÃ, claro que lo tenemos! ¡por supuesto!
—¡Miá bien que tenga los interneses, Paca! ¡y los guasás, hija!, que en enseñándomelo el Higinio, te lo pué enseñátelo a ti, qués ahorro pal bolsillo, hablar sin tener que llamar.
—¡Si señor, de todo eso tiene, caballero! —respondió la dependienta—, y ahora veamos la tarifa.
—¡La más sencilla! —dijo Paca—, luego ya veremos.
—¡Bien, pues esta! —indicó la dependienta, señalando una de las varias tarifas existentes en el catálogo que tenÃa sobre el mostrador—, ¿Con tarjeta de un giga? ¿de quinientos megas?
—Que tenga pal menos… seis Ortegas ¡oiga!, que son la tÃa, el tÃo y los cuatro hijos que tié en Segovia, gigas no paice que vaya hacele falta, que de moros no tié familia ¿sabe usté?
—¡Calla Liando, hombre!, que eso no tiene que ver, eso debe ser cosa de la fuerza que tiene el teléfono. Con esto igual hablas con los Ortegas que con los MartÃneces, chico.
—¡Ah vale, vale!... je je je, yo por si acaso, no vaya a sete pequeño, mujer.
—¡Póngame usted la más grande! —dijo Paquita a la dependienta.
—¡Pues ya está!, aquà lo tiene usted, y la cartilla con el DNI, los datos… en cuestión de una hora lo tendrá usted activo. ¡Muchas gracias!
Paca firmó, pagó y salió de la tienda con su nuevo teléfono.
—Luego lo pongo a cargar y que me lo ponga el chico a funcionar, aunque en esto Liando, no te dirÃa yo que no fuese tan hábil como tú, porque…
—¡Ya ya, hija, que sÃ! ¡no me lo digas! ¡ochenta y siete canales!
—¡Y las revistas, Lio, y las revistas!, y ahora vamos ahÃ, a Ibiza, que al pasar he visto algo que igual me hacÃa el cogerlo.
—¡Venga! ¡vamos pues!, ya puestos…
Llegaron a una tienda de ropa para señoras donde en el escaparate se mostraba un conjunto montado sobre un maniquÃ, al que Paca le habÃa echado el ojo al pasar camino de la tienda de telefonÃa.
—¡Mira ese Liando! ¿qué me dices?
—¡Pues no sé, Paquita!, que de estate bien, mal voy a veme pa sujetame… je je je.
—¿Te gusta?
—¿Qué si me gusta?, más ha de gustame contigo dentro ¡venga, amos! ¡pa dentro!
—Caro tan poco me parece ¡pues vamos!
Entraron en la tienda, Paquita se probó el modelo, le caÃa como un guante y estaba realmente guapa con él.
—¿Cómo me ves, Lio?
—¡Con ojicos avariciosos te veo, Frasquica!, que voy a tener que peleame con to Madrà si has de ponete eso.
—¡No seas tonto, hombre! ¿me lo quedo?
—Si es de tu gusto… ¡ya estás tardando Paca!
—¡Pues andando! ¡me lo llevo!
—¿Se lo quiere llevar usted puesto ya? —preguntó la dependienta que le atendÃa.
—¡Ah pues sÃ! ¿por qué no?
El conjunto le fue preparado retirándole las etiquetas y el seguro antirrobo. Tras satisfacer su importe salieron a la calle.
—Y con ese que tas quitao ¿qué piensas hacer?
—¿Este?, de colchón para el Cristóbal, ¡que vas a hacer con éste ya!, mira Lio, que estás viendo a otra mujer, ¡este es pa viejas, hombre!
—¡Paquita hija, que tú tampoco eres del dÃa!
—¡Ni nacida en Atapuerca! ¿Tú que te crees Liando?
—¡Bah!, llevas mucha razón.
—Entonces ¿te gusta este nuevo? Lio… ¡oye! ¡que te estoy hablando! ¿por qué vas tan atrás?
—¡No mujer!, ahà que me quedao mirando de refilón una cosa en el escapirate, ¡na na, amos!
—Te decÃa que si me cae bien.
Liando caminaba un poco despistado y volviendo la vista continuamente hacia un lado.
—¡Que si me cae bien, Liando!
—¿Cómo? ¿qué?
—¡Oye! ¿quieres dejar de mirarme el culo? ¡hijo, deja eso para luego, hombre! ¡que esto no es el pueblo!
—Es que… ¡cuidao Paquita! ¡cuidao que te quita años ese pantaloncico!, y te pone, te pone y mucho.
—¿Qué me pone mi pantalón?
—¡Buena fegura! ¡que te pone buena fegura, digo! ¡mu bien torneá y modelá, Frasquica!
—¡Espera! —dijo Paquita al cabrero al llegar a uno de los semáforos, estirando el brazo por delante de Liando—, ¡hay que cruzar en verde!
Al bajar el brazo, Paquita, sin mirar, rozó por debajo de la cintura del cabrero.
—¡Y deja ya de mirarme el cul…! ¡coño!, ya veo que te gusta, ya, ¡vamos!, que más que verlo, es que lo he sentido ¡vamos que sÃ! ¡que ponerte, te pone!... ji ji ji. ¡Anda vamos, zagal! ¡que ya hablaremos luego!
Liando se sonrió, se encogió de hombros y acabó riéndose con Paquita. Al momento exclamó:
—¡Hombre, miá, el taxista!, este va a la pará, vamos a velo a ver si puedo hablar con él.
—Tranquilo que tiempo hay —dijo Paquita.
Liando pudo hablar con Andrés, el taxista, que ya se habÃa convertido en un amigo más, y éste se comprometió a estar en el punto de recogida a la hora que se le indicase.
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