
Cristóbal, un perro muy marrano.
Ocurrió al poco de entrar que el perro sintió la necesidad de dejar allí su regalito en forma de excremento canino.
—Pero tú ¿ande te crees questás, Cristobalico hijo? ¿es que no tiés ya bastante con el cerrao aquel, que tiés que ir llenando tol parque con tu firma, hombre?
El perro le miraba con cara un tanto triste, como diciendo: “¡pues ahí va quedase eso, que yo ya no puedo aguantame!, questo es vía de perros”. Liando proseguía con su arenga al perro.
—¡Míate hombre!, que van a decir que los de a pueblo no estamos ni medio cevilizaos, chico, levanta el culo y vamos apresuranos al cerrao, questo no pué hacese ¡hombre!
El perro no daba su pata a torcer, ni sus riñones a levantar. Estaba completamente decidido a poner su pica en aquellos Flandes.
—¡Pero no me jodas, galán!, que no he traío la bolsica chico, y la papelera ande están las bolsas nos pilla a tomar por saco a la izquierda. Tiés que hacelo un poder ¡hombre!
No sirvió de nada la insistencia del cabrero. El perro se dio media vuelta, seguramente entendiendo, que así su dueño dejaría de abroncarle y ni corto ni perezoso, comenzó a aliviarse. En unos instantes, más que su firma dejó allí su testamento.
—¡Estarás contento! ¿no? ¡estarás contento! —decía Liando un tanto enfadado—, y que no tas conformao con na, galán, queso es más grande quel sombrero un picaor ¿y ahora que hacemos? ¿eh?, ¿llamamos al Vicente pa que venga con la pala, y al Ruletas con el camión? ¡hay que jodese, hay que jodese Cristóbal!, ni siquiera el percherón del Florindo deja así esas torreznás. Ahora vas a quedate aquí, no vayan a robátelo, que yo voy a ir a por la bolsica, o un saco si te paice, y no se te ocurra añadile más párrafos desos al escrito, que eso que ta salío por el culo paice el Quijote ¿estamos?
El perro agachó la cabeza y se quedó quieto. Liando emprendió camino hacia la papelera que le había enseñado Julián, y al volver, vio al perro acompañado de un policía municipal que comprobaba el collar del perro, buscando seguramente algún indicio de identificación.
—¡A los buenos días, señor guardia!
—¡Buenos días caballero! ¿es suyo el animal?
—En de que me lo trajo el Pancracio de Albacete, sí, una bola pelo era cuando me lo dio de cachorro.
—¿Y ha visto usted lo que tiene al lado? ¿Cómo lo deja suelto, hombre?
—Pues lo dejo solo porque es responsable como naide, que él solico ha sabío bien de siempre manejase con el ganao, cuando su dueño no ha podío, y tié conocío este campo ende que lo he sacao el primer día.
—¡Ya ya!, pero es que no se le puede dejar solo por aquí ¿sabe usted?
—¡Pues no!, no lo sé porque el Cristóbal no es de aquí ¿sabe usté?, qués del Villar de los Conejos y allí ceudadano es de pleno derecho, y libre va, y suelto como libre qués el probe, ahora, si aquí ustés no les tién la concencia de tratalos de natural, y tién que llevalos como llevaban a los probes negros de la esclavitú, esos, los de la cosa africana, a los campos dalgodonaje de los estaos rejuntaos esos americanos ¡usté mesmo!, y aunque llevo la correa, ni corazón tengo pa eso ¡mire usté!, aunque llevalo lo he llevao, pero ha de pasale que a veces el hombre tié que esperame sentao por la cosa las apreturas, pa dar fe de lo cagao más que otra cosa, en tanto yo busco la bolsica pa recogelo y depositalo ande se deposita el natural cagar del perro, ¡oiga usté!, y deso vengo, de buscar el recepiente que a tal zurrullá ha de correspondele.
—¡Pero vamos a ver, oiga! ¿la mierda es suya o no es suya?
—¡Quiá!, que la mierda no es mía, qués del perro, anda que no se nota, ¿me ve usté a mi con cuerpo pa eso?
—¡Le veo vacilón, caballero!, y esto hay que multarlo.
—¡Chists! ¡alto ahí, guardia!, que la piedra del perro es, pero del perro que la haya echao, que no tié por que ser deste perro, eso es de suponer que habrá que hacele las pesquisas que tenga usté que hacele, si quié usté demostralo.
—Entonces, ya me dirá usted que hace ahí.
—¿El perro?, ¡vigilala! como pastor qués y bien mandao, no vaya a ser que venga un envidente y el probe se meta de lleno en eso, qués como caese en un cenagal desos que te llevan pa dentro, como sale en las películas del Tarzán ¡oiga!, que peor mal no pué habelo pa quien no pué ver los pasos que da.
—¡Hay que tocarse las narices! ¿me está usted tomando el pelo, caballero? ¿me quiere decir que esta truña no es suya?
—¡Oiga!, que me está usté ofendiendo, que ya le dicho que mía no ha de selo. ¡Ah!, y a sabelo sí será del perro, que si yo hubiese tenío que echar eso, habría sío entre dolores de parto, y no creo que estuviese yo en condiciones de contáselo ¡rediósla!
—¡Vamos a ver, hombre!, que tontos no somos.
—¡Por eso, por eso!, más listo quel hambre hay que selo pa trabajar en lo que trabaja usté, qués cosa de investigar y bien que saben hacelo, que en la tele lo he visto y en varios de los canales, que ochenta y siete tengo en el pueblo, y en todos hay cosa de policías, y muy de vez en cuando ¿qué quié usté, investigalo?, hágalo usté sin poblema, y pa que vea que soy colaborante con la cosa el orden, y por lo aprendío puedo decile el primer paso. Habría que empezar asegurándose de cencia cierta, si la cosa coincide en el tiempo, aquí tié usté al animal y ahí la montaña estiércol, pué usté comprobar si fría o caliente está pa acusar al animal, que pa poder hacelo aún debe estar templá, que en enfriase tarda, pué usté tocala si quié, que al perro no ha de importale.
—¡Oiga, esto le va a costar caro!, la multa de cien euros no baja.
—¿Cómo?, ¡amos a velo!, en caso de quel pellote del Cristóbal fuera, cosa que tié usté que demostrala, y acetara yo que lo fuera, me daría por ofendío, y él aún más. ¿Cien euros por ese peazo mierda? ¿ande la visto usté en igualdá?, si el sólo poder vela ya vale mucho más ¡hombre!. Sólo el valor que tié el podela contemplar ya vale cien veces eso, cebollás desas no se ven to los días y cosa rara son, que una vez vi en la tele que en algún sitio de los egicios, guardaron pal museo un pellote bien conservao de algún faraón que lo hubo cagao, y en poniéndolo en conserva, había llegao hasta hoy, pues si esa por antigua… ¡oiga!, esta por hermosa y solemne, que más bien habría de dase usté con un canto en los dientes de habésela dejao ver gratis, antes de poneme a reciclala, y lo que vengo a decile, en de que se ma puesto usté de inflao, que de que sea del Cristóbal por demostralo está ¡a ver si me comprende!
—¡Pero hombre! ¡si salta a la vista! ¡coño!
—Eso va a selo que le bailan a usté los ojos, que bien pegaíca al suelo está ¡como pa no estalo!, la ley de la gravedá ¡oiga!, que por lo grande, gravedá tié y mucha, como pa echar a volar está, qués una mierda importante, y no hay vendaval que la menee dande está.
—Que digo que por eso mismo, que el perro es grande y la mierda monumental.
—¿Y eso que tié que velo? ¿qué tié que velo eso quel Cristóbal sea grande y la zurrullá como el planiterio? ¿es que no ve usté la color? ¿ande ha visto usté una góndola tan cargaíca fósforo, hombre?, quel Cristóbal ni probalo, de fósforo na, ni las cerillas me toca, las de encender la lumbre en el pueblo, y el pescao no pué ni velo, ende que una raspa a poco le robó los alientos ¡pues sólo faltaba!
—¡La evidencia caballero, la evidencia!
—Ni la evidencia , ni la no cencia, ni la pacencia que estoy teniendo en hablale a usté, que pa acusale hay que tenelo de seguro y a cencia cierta, de que del culo del acusao ha salío tal maravilla ¡oiga usté!, y si pa ello tié que probalo, ya pué investigalo y no puedo pasame aquí el día ¿ha visto usté al perro cagalo? ¿Ha podío usté retratalo? ¡no! ¿verdá?, pues guárdese usté el cuadernico, y pa la próxima échese usté un Alfon destos, que tién la máquina pa retratar, y en saliendo la vaina, coja usté la prueba el delito, y ahora ¿sabe usté que le digo?, coja usté la bolsica y como buen ceudadano, aplíquese el cuento, ahí arriba tié usté la papelera y alguna bolsa más, por si tié que hacelo a dos manos ¡y de cien euros na!, que con habela visto de gratis semejante pastelá ¡oiga!, hasta barato me paice si tuviese que pagalos ¡Con Dios, señor guardia!, dese por contento questo no se ve to los días.
—¿Será posible esto, hombre? —quedó protestando el agente municipal —, si lo cuento me despiden —se decía para sí mismo.
—¡Amos Cristóbal, amos pallá! ¡ya hablaremos tú yo! —decía Liando al perro por lo bajo—, ¡ya hablaremos!
Liando volvió a atar al perro y se encaminaron a casa.
—Voy a tapiate el culo con cemento ¡peazo guarro! ¿ande sa visto semejante arrojá? ¿Pero tú que me estás comiendo, hombre?, hay que esperase y llegar al corral, no me hagas sacate con la carretilla y la pala, que mal ha de inos a los dos por ese camino ¿estamos?, y a ese ¡ni caso!, qués un licenciao, que de la ley del natural no tié idea y se creen que puén ponete cualquier cantidá porque sí. Lo que has hecho está mal, ese mierdón, ahí, en tol centro ¡hombre! ¡menúo embeleco tas quitao!¡pa tener una desgracia si la cosa viene mal da! Ahora bien, a ese por chulo… ¡miá!, de mierda tuya de fijo, a presunta ha pasao, y tú tas quedao en presunto cagante y desas nos hemos librao, pero no se pué mentir así ¿me has comprendío bien? ¡pues eso!, y ahora pa casa.
Cuando llegaron al portal, Liando volvió a hablar con el perro.
—No sé si subite o dejate en el patio, zagal, que igual hoy estás malico y eso es lo que te pasa. Vas a subite, pero ahí, ya sabes tú, quel culo más cerraíco que to las cuentas de la banca el Vaticano ¿estamos?
El perro abrió la boca y con la lengua colgando y jadeando como un amante en su momento de gloria, respondía afirmativamente al cabrero.
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