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La primera noche en casa.

Liando y Paquita tras recoger la bicicleta de Venancio, bajaban la cuesta de El Caballo en dirección de su casa, su nuevo hogar.

—No hace na de frío ¿eh Frasquica?

—Na chico, se está bien. No viene recia la madrugá.

Paquita se quedó parada con la vista puesta al otro lado del puente.

—¡Espera Lio, mira!

Paquita reclamaba la atención de Liando, le señaló el arroyo que visto desde la barbacana, en lo alto de la cuesta, presentaba unos reflejos como pocas veces habían visto sus ojos. En realidad, se puede decir que ninguna. Siempre que habían bajado esa cuesta fue para trabajar, para ir a la siega o al ganado. Liando alguna vez más que ella en dirección al huerto, pero en cualquier caso, de día o con prisa. Con luz diurna, la contemplación de aquel paraje es placer para los sentidos, todo un abanico de colores, el pardo del monte bajo, el verde del alto, el amarillento de los chopos cuando empiezan a perder la hoja, el ocre de la tierra de labor o el amarillo del rastrojo en verano, el rojo de la amapola y el azul puro del cielo. De noche, es una antología de brillos y reflejos cuando la luna, haciendo alarde de generosidad, ilumina para el nocturno espectador aquel escenario natural.

Paquita se apoyó en la barbacana, Liando también apoyó la bicicleta sobre ella y se unió a Paquita en la contemplación de aquella escena. Los dos, mirando el panorama que se abría ante sus ojos, se abrazaron por la cintura y ella apoyó su cabeza sobre él.

—¡Es maravilloso! ¿verdá Lio?

—¡Tú mesma lo dices!, el campo no sólo nos da la comía, también nos da los sentíos, fíjate ¡que bien huele!

—¡Mira mira Lio! ¿lo ves bien? ¿aquel brillo?

—¡Sí sí!... je je je, son las ventanas de la casa nuestra ¡quien iba a decilo! ¿eh Frasquica?

—Ya hemos crecío Lio, ya no somos criaturas, nos toca levantar el vuelo como dice el padre.

—¡Y tanto! ¡vuélvete ahora! ¡a ver si te abre!, en diciendo que no, es que no ¡amos! nos tié encerraos al nido.

—Llevamos mucho tiempo juntos, mi vía ¡mucho!

—¡Sí!, y hemos pasao tantas cosas ¿eh?... je je je.

—Tú nunca vas a ite ¿verdá Liando, cariño mío?

—¡No digas tontás, hija! Ande uno vaya el otro ha de ise también, pero la vía la tenemos aquí. Yo no podría estar en otro sitio, este lugar paice que lo hizo el Darriba a nuestra medía y pa nosotros, aquí he nacío, aquí te trajo a ti y aquí nos hemos criao, aquí han de nacer nuestros hijos, mi vía, aquí mesmo Frasquica.

—Y aquí nacerán, pierde cuidao cariño.

Los dos se abrazaron y besaron tiernamente. Paquita se sonrió, dio una palmadita en el hombro del cabrero y le dijo:

—¡Amonos, la casa espera, pastor!

Liando recogió la bicicleta de nuevo. Cuando iban a emprender camino y tras pensar un segundo, él le dijo a ella:

—¡Eh Frasquica! ¿te atreves? —le dijo señalando con sus ojos la barra de la bicicleta.

—¿Como en tiempos?

—¡Venga, como en tiempos!

—¡No sé Liando!, hace mucho ya deso, y paice que no, pero pesamos.

—¡Quiá!, ¡si estás echa un espárrago!

—¡Anda ya! ¡venga sí! ¡amos!... ji ji ji.

Ella se acopló como pudo en la barra de la bicicleta, rodeando sus piernas con la falda de su vestido para evitar mancharlo o deteriorarlo con el roce de los pedales o la propia cadena. Era un vestido blanco y muy fino de los que usaba en día de fiesta, y que por indicación de Liando se había puesto, por aquello del estreno de la casa.

—Merece la pena ponese guapa, esto no sace tos los días —le había dicho él.

Después de dar un par de bandazos a los lados, Liando recuperó la verticalidad y la línea, comenzaron a descender la cuesta, una pendiente no muy inclinada en ese tramo, los dos reían, les divertía esa forma de montar. Después de la curva de El Gallo, la cuesta se hacía algo más inclinada. Liando mantenía la velocidad, la poca que llevaban hasta el momento accionando intermitentemente el freno trasero de su máquina, enseguida comenzaron a tomar velocidad. El freno cada vez sujetaba con más dificultad el peso y el empuje, la inercia que la cuesta les proporcionaba.

—¡Lio Lio, questo se embala!

—¡Lo sé, lo sé Paquita!, ¡no frena bien!

—¡Mete el pie y páralo un poco!

—¡Tranquila tranquila!

Liando intentó meter el pie entre la barra vertical y la rueda, el cabrero calzaba unas alpargatas de las de estar por casa, muy finas de suela.

—¡Coño, quema, joder!

—¡Que nos la pegamos Lio, que nos la pegamos!

—¡Tranquila Paquita!

—¡Que coño tranquila! ¡si vas a to trapo, hombre!

—¡Ahí, ahí paramos!

Liando conocía un hueco casi al final de la cuesta, donde se podría girar para salir del camino. Allí sabía que había hierba bastante alta y una junquera que con seguridad detendría el frenético descenso de vehículo y viajeros. La toma de la curva para salir del camino fue espectacular, una tumbada de vértigo con un derrape de los que hoy hubiésemos grabado en video para concursar en esos programas como el famoso “videos de primera”. Entraron derechos de frente al arroyo, parando en seco contra la junquera. Paquita salió despedida con un impulso tal, que tras volar como lo hace un saltador de trampolín, fue a caer de bruces al agua. El arroyo bajaba con poco caudal, pero con el suficiente para amortiguar la caída de Paquita, sin provocar mayor daño. Liando, más corpulento, rodó por la hierba hasta quedar a pocos centímetros del borde del arroyo. La mujer tardó un poco en reaccionar, seguramente por el susto. El pastor, asustado también, corrió hacia ella metiéndose en el río, el agua le llegaba a la altura de los muslos. Cuando llegó donde fue a caer Paquita, ésta ya se incorporaba.

—¡Paquita Paquita! ¿estás bien? ¡Dios mío!

La respuesta de la chica fue un arranque de risa entre frenético e incontrolado. Se reía a todo pulmón, tanto, que contagió al pastor. El le ayudó a terminar de incorporarse, ella no dejaba de reír, era incapaz de cesar en sus carcajadas. El cabrero le tendió la mano y Paquita se la cogió para impulsarse, les costaba mantenerse en pie, toda la fuerza se les iba en risas. Una vez que Paca recuperó totalmente su verticalidad, él abrió sus brazos en cruz y se dejó caer hacia atrás. Paquita se partía en dos al verle, cogió al pastor por una mano y tiró de él para indicarle que había que salir ya del agua. Todo fue por gestos porque eran incapaces de hablar. En la orilla se sentaron unos instantes para ver si de alguna forma podían parar aquel ataque de risa histérica, y cuando lo consiguieron, la muchacha preguntó a su cabrero:

—¿Pero que le pasa a este trasto? ¿no te había dicho na el padre?

—¡Que sé yo!, se conoce que a él no le hacía falta frenala tanto, vete a sabelo. ¡Bah!, ya la arreglaremos, no pasa na, y en no pasando na… pero ¡amos!, que no pasando na, arreglala hay que arreglala.

Se levantaron, estaban empapados, Liando cogió de nuevo la bicicleta.

—¡Pues hombre!, yo no le veo na—dijo Liando después de echar un vistazo al artefacto.

—¿No se ha roto?

—Yo creo que no, ¡bah!, no es de extrañase, es muy buena, sus dos cabricas le costó al padre, en un rato perdío he de arreglale yo lo que tenga.

—¡Bueno, ámonos!, que ya casi estamos y nos queamos fríos.

—¡Venga, andando!

—¿Y eso que hay al lao?—preguntó Paquita.

—¡Ah mira, el tabaco!... je je je.

—¿El tabaco?

—¡Sí!, me lo ha dao el Felipe, es mejicano, se lo ha traío un compañero que tuvo en el seminario. Se hizo cura y se fue a las misiones una temporá, se lo ha traío en un paquete que vienen diez cajetillas. Anoche, cuando fui a por el vino, sacó un cigarro y me tiró de la curiosidá, y le pregunté. Me dio uno y me dijo que me queara con la cajetilla de recuerdo, no pensaba fumar, pero hoy al ver al padre, me ha dao un algo. ¡Bah!, voy a echame uno ¡miá! viene enfiltrao y desos rubios.

Liando se encendió un pitillo y dio dos caladas, tuvo la suerte de que tabaco y chisquero cayeron juntos en la junquera. Paquita le retiró el cigarrillo de los labios y ante el estupor de él, dio otras dos caladas también, diciendo al pastor:

—Enciéndete otro, anda.

Fumando los dos se encaminaron hacia la casa. Paca, mirando su cigarrillo preguntó a Liando:

—¿Y si nos casamos cabrero?

—¿Ya? ¿qué prisa tiés, Frasquica?

—No, ninguna, pero gustame… me gustaría.

—Mejor esperar ¿no?, siquiera a los veintiuno.

—En habiendo consentimiento del padre y de mi madre nos podemos casar ya mesmo.

—Bueno, to se andará, tranquila y pierde cuidao, que escapate no te escapas, mujer.

—¡Me gustaría tanto! llevamos juntos desde niños.

—Te lo prometo, en teniéndolo to puesto, nos casamos Paquita.

Llegaron a casa, entraron con rapidez, Liando dejó la bicicleta en la misma puerta por no perder tiempo más que por otra cosa, porque se estaban ya quedando fríos. La casa estaba caliente, gracias al empeño que puso Venancio en mantenerla así, para que su hijo y la muchacha pasaran allí su primera noche. Por la mañana Tomasa había encendido el fogón y la chimenea con la leña que previamente había preparado el mayor de los cabreros, hecho, que tanto Liando como Paquita imaginaron cuando bajaron allí por primera vez, y vieron salir el humo por las chimeneas. Subieron a cambiarse al dormitorio, no había mucha luz en casa, el fluido eléctrico venía desde un pequeño salto de agua que había entre El Villar y Fuentecangrejos, y no llegaba a alcanzar totalmente el voltaje nominal de las propias lámparas, pero ellos, acostumbrados a cualquier tipo de carencias, no dieron a esta circunstancia mayor importancia.

Liando se desprendió de toda su ropa que, aún al colocarla sobre el respaldo de la silla, dejaba caer alguna gota de agua al suelo, se secaba con una especie de toalla fabricada a saber de que retal de tela recogido de la casa de Tomasa, y al levantar la vista, pudo contemplar la belleza de Frasquita en todo su esplendor. Su fino vestido calado se ceñía a cada curva de su cuerpo, a cada centímetro de su piel, el tejido se le adhería ensalzando su figura, envuelta en él, su imagen tomaba una nueva dimensión. Se acercó a ella y mientras la observaba, acarició su melena rubia, la recorrió con sus manos, con sus rudas manos de pastor cabrero, pero lentamente, con suavidad. Cuando llegó al final de su vestido con toda la delicadeza con que podía hacerlo y subiendo sus manos buscando el rostro de Paquita, las posó en sus senos, ella temblaba, tenía frío, demasiado tiempo mojada. La muchacha hizo ademán de quitarse el vestido, a lo que el pastor respondió sujetándole las manos y diciéndole al oído:

—Yo he de hacelo, principesa.

Y con exquisita delicadeza así lo hizo. Ella mostraba su finísima piel tomada por el frío de la humedad y el frescor de la noche. Liando la secó, la tomó en sus brazos y sonriéndole la llevó hasta la cama, la acostó y la cubrió. El pastor al oído le susurró:

—¡Frasquita, no llevabas na debajo el vestío, hija!

—No he querío tardame, estabais tan metíos en ilusión que sólo me lo he dejao caer el vestío.

El cabrero se acostó también, la atrajo hacia sí y la abrazó con todo su cuerpo.

—¡Como en el río Frasquica!, enseguía has de entrar en templanza, la casa está calentica.

—¡Como en el río, Lio! ¡como al principio!

—¡Como al principio, Frasquica!

—Pero tengo que decite una cosa, mi vía.

—¡Dímelo, dímelo cielo!

—Es que hoy es de fácil, tiés que sabelo.

—¿De fácil! ¡vaya por Dios, no pué ser pués, no pué selo!

—¡Sí, sí que pué ser!, miá Liandico, que ya llevamos muchas primaveras juntos y conocenos nos conocemos de sobras. Hemos disfrutao solicos to lo que hemos podío, ahora podemos ser una familia, la nuestra y disfrutaremos de otra manera, no tié porque selo peor, ni na ha de quitanos ser padres, no tié porque selo, da igual que hoy sea día de fácil quedase en preñez, que mande la naturaleza, Lio.

—Miá Frasquica, que to es responsabilidá, no podemos traer al mundo una creatura sin tenele seguro el sustento, hay que esperar un tiempecico, es de necesidá esperalo y cuando to esté en su sitio y con toas las bendiciones, será tiempo de hacete ese hijo que tanto quiés tener y que yo mesmo tanto lo quiero, pero cada cosa tié su tiempo y cada tiempo tié su cosa.

—¡Que no Lio, que no!, que la naturaleza lo pide y hay que obedecela ¿cuándo hemos hecho nosotros algo que no fuera de natural? o ¿cuándo hemos dejao de hacelo si de natural la vía nos lo pidiera?

—En esto tiés to la razón Frasquica, y la naturaleza nos ha dao lo que somos y tié lo que tenemos, malo sería faltala y no dale lo que al cambio nos reclame, pero si de quedate está la cosa ¡miá! que va a tener su dificultá.

—¡Que na tié que importanos eso!, que si miras lo que te rodea, to lo que te rodea te da. Que na ha de faltanos ni a nosotros ni a la creatura, si de en esta me queo preñá y ¡venga! no lo pienses ya más.

—¡Que sea lo que Dios quiera, Frasquica!, a ti no se yo contrariate y lo que sea tendrá que selo. ¡Te quiero Frasquica, mi vía!

—¡Yo también mi cielo, yo también!

Y Paquita consiguió así convencer a nuestro amigo que decidiese la vida, la naturaleza, en ese día que llamaban ellos “de fácil”, que no era sino uno de esos días dispuestos en la mujer para el milagro de la vida.

Paca llevó a Liando al séptimo cielo y éste a ella la paseó por los jardines del paraíso. Sus cuerpos fueron como siempre fundidos como el carbono en el hierro cuando se trata de buscar el mejor acero, unidos en uno sólo donde no había ni principio ni final, él dentro de ella sintiendo en sí mismo el calor de lo más íntimo e interno de su Paquita. Ella sintiéndole a él en sus entrañas como quien recibe la vida de su otro medio universo, como sentía en ese momento entrar hasta sus pulmones el aíre que le daba sustento, buscando de él su semilla, para hacerla germinar en su cuerpo, deseaba esa criatura con toda su alma, con todo su ser y se sintió madre antes de serlo, él así lo sabía y quiso dar a su mujer en aquel momento lo que tardó su tiempo en llegar. No pudo ser entonces, pero tenían fe y sabían que tarde o temprano, su ilusión se vería cumplida. Quiso dar a su mujer el mejor regalo que le podía hacer la vida y se derramó en ella como la nieve en la sierra en los días de invierno y fue inmensamente feliz, cuando sintió pasar la semilla de su cuerpo al de Paquita y su pastora lo fue también, al sentir como su vientre recibía aquel torrente de vida.

—¡Dios mío, que me se haga raíz y crezca! —pensó ella para sí.

Con el tiempo asumieron que quizá no estaba escrito en su destino que aquella noche dieran origen a nueva vida. Lo asumieron y lo justificaron con esa frase tan repetida por el cabrero “la naturaleza prepone y el Darriba dispone”.

Liando se dejó el alma aquella noche en su afán de dar a su mujer cumplimiento en sus deseos y quedó dormido enseguida. Paquita no tanto, aún tardó en perder el nerviosismo que le provocaba la ilusión de poder ser madre habiéndolo buscado, siempre habían tenido en cuenta los “días de fácil” para evitar embarazos tan joven, en aquella ocasión, a caballo entre los diecisiete y dieciocho años, optó por abandonar las “cuentas” y fue feliz, muy feliz, se sintió libre y sobre todo capaz.

 

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