
La despedida de Cristóbal.
Entraron al parque, paso corto y lento, muy cerca uno de otro. Liando procuraba llevar floja la correa de Cristóbal, el perro caminaba con la mirada fija en lo que intuía como el camino que deberían llevar, pero con la cabeza baja y sin apenas separarse de su dueño, sino lo suficiente para no dejar de mantener esa correa floja.
Cristóbal y el cabrero llegaron al borde del estanque, Liando soltó el mosquetón que une el collar a la correa y dijo a Cristóbal:
—¡Ahí la tiés soldao!, no es la Ribera, pero pa mojate los pelos te pué servir, no es la mesma agua, ya lo sabes, pero es lo mejor que tiés en la capetal. Pués bañate como aquel, que naide va decite na ¡amos, anda! ¿a que esperas?
Cristóbal se acercó un poco más hasta poder llegar con su hocico al agua y olisquearla, pero no entró. Y sin moverse ni un centímetro más, se sentó, miró a su alrededor y permaneció sentado.
—¿No entras soldao? ¿no vas a mojate?
El perro movió la cabeza, miró a Liando, se relamió el morro y de nuevo volvió a girar su gran cabezota, para quedarse mirando al frente, clavando su vista al otro lado del estanque, totalmente inmóvil. Liando dio los dos pasos que le faltaban para ponerse a su lado, se puso las manos a la espalda, se las cogió y mirando también al frente, dijo:
—¡Ya, que no es la Ribera! —y dejó escapar un suspiro largo y pausado.
El perro le miró rápidamente, volvió la cabeza a su anterior posición, de nuevo volvía sus ojos al frente dejando su vista perdida en algún punto fijo, pero seguramente lejano.
—No es tu sitio, no, no pué selo.
Cristóbal se puso en pie, se dio la vuelta, caminó unos tres o cuatro metros hacia atrás alejándose de la orilla, y de nuevo se sentó en la hierba observando a Liando, que se había quedado al borde del estanque pensativo, en la misma posición que tenía hacía apenas unos instantes, cuando el perro se apartó. El cabrero bajó la vista, volvió a dejar escapar ese suspiro de agobio, se dio la vuelta y se sentó al lado del animal. No había mirado a Cristóbal, mientras lo hacía, simplemente dejó caer la correa al suelo y se sentó a su lado.
—¿Y yo que culpa tengo, chico?. Si por mí fuera, ahora mismo, la hubiese metido en esa papelera, o la hubiese echao al agua ¡leches!, que no ha de selo por falta ganas. Pero… ¡bah!, aquí ni somos ni valemos, pelanas.
Se quedó un momento pensando y por primera vez miró a Cristóbal y éste a él. Liando esbozó una sonrisa y el perro volvió a relamerse el morro.
—¡Aquí no somos na!, y nosotros no ponemos las leyes, esto es ley de ciudá y no la nuestra, soldao, qués ley del campo, la ley del pueblo, y allí, ni correa ni bolsa ni na ¡carajo!
Liando buscó en el bolsillo su paquete de tabaco y se encendió un cigarrillo.
—¿Has visto esto Cristóbal?, mechero plástico y butano, de señoritos ¡bah!, y en haciendo una miaja de aire, tos dando vueltas como los trompos, buscando de que lao encendelo, pa que no se apague, y si sacas aquí el chisquero cuerda, tos han de quedase mirándote, y ese no lo apaga ni el tornao más grande ¡bah! ¡señoritos!
Liando se encendió el cigarro.
—¿Sabes que te digo compañero?, que pa los fríos na más, que aquí no somos naide, que en entrando el buen tiempo, a la Ribera y al Ribazo, y con las cabras parriba y pabajo.
El perro, que estaba sentado, estiró sus patas delanteras y se tumbó barriga al suelo y el lomo al cielo, metiendo la cabeza entre sus “manos”. Liando dio una calada profunda a su cigarro y recorriendo con la vista lo que le rodeaba, dijo de nuevo al animal:
—¿Sabes lo que somos aquí Cristóbal?, naide, tú un perro y yo un paleto, na más que eso, un paleto, sin letra, un pisaterrones, y tú… tú un saco pulgas, sin pedigrís ni lustre en el pelo, eso somos, pero… ¡es lo que hay!, que vamos pa viejos, y de cuidanos terceros, aquí más allegaos estamos y eso… ¡hay que hacelo soldao! ¡eso hay que hacelo! A ti y a mí, ¡bah!, al final nos da igual, si hemos de quedanos en nuestra última bocaná en la cerrá, en la vega o en la majá, ¡si al final es en el pueblo!, y de doblala allí a los cuatro vientos, más felices quel bomba, que habremos de cascala ande nacemos y ande pacemos… je je je.
El cabrero acarició el lomo del perro y éste apoyó el morro en la pierna de su dueño, y de reojo le miraba como queriendo decir a Liando que le comprendía.
—Yo me debo a la Paquita y al Faustinico, y a la Rogelia, y a tos, a tos los que han confiao en nosotros y nos quieren, y la Paca, ya sabes que mejor cuidá que aquí no va estalo en El Villar.
El pastor volvía a dar otra larga y profunda calada a su cigarrillo y dejando escapar el humo, lo seguía con la mirada mientras le decía a Cristóbal:
—¡No puedo ime, amigo!, tú eres libre, tú pués hacelo, vete con el Fernando, allí tiés tu vía, la que siempre ha sío, tus cabras y tu campo, y arriba, tu cielo, quel sol no dejará de acompañate en el día, ni las estrellas en la noche, y la luna pa alumbrate cuando quiera hacelo ¡vete con el Fernando, compañero!, que naide ha de echátelo en cara, que sé que aquí te estás muriendo.
Liando no podía evitar dejar escapar sus lágrimas mientras acariciaba el lomo de Cristóbal, su perro.
—¡Ha llegao el día pelanas!, y es que la vía pasa corriendo, y al final, to tié que acabar en su sitio, qués ande tién que estar las cosas pa llevar to su orden. ¡Hay que jodese! ¡que envidia te tengo, compañero!, que tú no has de sometete ni a jubilaciones, ni a negociaos ni a preocupaciones de naide, tan sólo que no te falte ni la comía ni el techo, poco pago pa lo que tú haces. Perro pastor has nacío y te mereces algo mejor que ir a acabar tus días entre semáforos, guardias, bolsicas y cables, mal acabar tendrías si decides quedate, Cristóbal. ¡Vete con el Fernando! ¿me oyes?... que ya iremos a visitate y bajaremos a esas, ande haga falta bajalas, y subilas y volver a bajalas, y tú como siempre, delante, o detrás si más te place, pero con ellas, qués tu sitio y no este, lleno de perras señoritingas con lazos en las orejas, y la Lazarina esperándote. Pero yo he de quedame, ¡como haber Dios que tengo que hacelo!, que la Paca ya ha dao aviso, y en una desas de grave, o ella o yo puedo quedame, mientras la ambulancia esa tira pa ande tenga que llevanos.
Cristóbal, oyendo esas palabras no dejaba de mirar a su dueño, levantando un poco sus orejas cuando Liando, ya tomado por el agobio que le producía despedirse de él, bajaba tanto la voz que el perro parecía no oírle. El cabrero estaba profundamente agobiado, le costaba hablar, se emocionó mucho y le temblaba la voz. Cristóbal, a su manera, se dio cuenta de cómo se encontraba el pastor, distinguía perfectamente el estado de ánimo de su dueño por el tono de voz que empleaba en cada momento, y en este, se evidenciaba especialmente. Liando apuró su cigarro y volvió a encenderse otro enseguida.
El perro poco a poco se había ido acercando hasta colocar su cabeza en la barriga del que le acariciaba el pelo.
—Miá soldao, que hace sólo unos días no me hubiera imaginao esto, pero la vía es así, y no queramos manejarla, que en eso no alcanzamos hacelo y es ella misma quien nos va marcando ande tenemos que ir pasando, pero siempre me se ha hecho que en llegándose el día que uno de los dos se fuese a buscala al otro barrio, estaríamos juntos, uno pa ise y el otro pa despedilo, y nunca podía decise quien iría primero, que tú con tu edá de perro y yo con la mía de pastor cabrero, mu desemparejaos no andamos en eso de quien la casca primero, y eso es lo que me paice, ¡amos!, qués lo que me da miedo, el no estar contigo ese día en que tú o yo la palmemos, que me pasó con la Zurri y to por un mal ingreso, qués lo que tenís los perros, que nunca dais a las claras cuando vais a dejanos, y a veces lo hacéis de puro amorramiento. Así que ya sabes, mal harías en quedate siendo libre como el mesmo viento, que acabao de decítelo en antes, ¡amos!, que deso hace na y menos, y pa estar aquí na más que esperando, ¡bah!, te vuelvo a decir lo mesmo ¡ahí tiés al Fernando!, que encantao estará de llevate. Y en cuanto pueda hacelo y la Paca esté con el ánimo, tranquilo, que allí nos vamos, que en llegando los calores ha de ser pa to el verano, soldao.
Con toda la delicadeza con que era capaz de hacerlo, Liando cogió entre sus manos la cabeza del perro, le miró a los ojos, y en los suyos clavó su vista Cristóbal sin tan siquiera parpadear.
—¡Y ni te se ocurra olvidame, zagal!, por bien que te cuide el Fernando, que juntos hemos pasao lo nuestro como buenos compañeros, ni te olvides de la Paca, que como un hijo te ha cuidao, como un hijo más que a un perro, que nosotros de ti hemos de acordanos cada vez que el día asome y por la noche vuelva a cerrase, y en paseando solo por esas calles, por el parque o por donde en cada momento hayan de llevame mis pasos, de seguro que habré de mirar a un lao, y sin dame cuenta buscate, porque tanto he de echate de menos, que ni al patio podré asomame sin esperar de ti un ladrío o un quejío… ¿y quien de comer va a echate?, habrá que guardar la escoba y el recogedor y el balde, que ya recoger lo tuyo, falta no ha de hacer, y el no hacelo, va a doleme ¿me oyes? ¡Que no pués hacelo Cristóbal! ¡de nosotros no pués olvidate!
De alguna forma el perro también se sentía agobiado, apretaba su cabeza contra la barriga del cabrero, y cuando este se quedaba pensando y por ello abstraído, dejando por un momento de acariciarle, el animal, con un pequeño golpecito de morro volvía a atraer su atención, necesitaba que su dueño le hablase.
—Tiés más de hombre que de animal, Cristóbal, así que tiés que entendeme, que aquí pa na eres estorbo, y pa la niña ¡ya lo has visto!, su ángel, su amigo y compañero de muchos juegos. Sitio tiés pa quedate, y… ¡oyes!, si es que el patio no ha de gustate ¡coño, pues pal piso!, pero es que no es eso lo que tié que pasate, que en peores sitios has dormío, que este ya lo has visto, que tenía el defunto la Lola a los suyos que vivían como marajás desos ¡te quejarás del casillo!, que tié to las comodidades ¿ande has visto en antes que ande duerma un perro haya hasta calefacción?, anda que has estao mal al lao el tubo la caldera. Pero esa no es la manera ni creo que eso te importe, si no tiés a las cabrillas al lao, que eso es lo que a ti te está quitando las fuerzas, el recuerdo de las barquillas, que de estar ellas lejos y nosotros en este lao, te tié el corazón partío, fuera sitio y amorrao, Cristóbal. ¡bah!, que has de ite zagal, y no le demos más vueltas, ¡y a lo hecho, tol pecho!, que lo demás son puñetas, poca vía nos quea y hay que vivila.
Tú eres como yo, yo tengo a estos y tú aquellas, y no pués abandonalas y cuídamelas bien ¿eh?, y una cosa he de decite que tiés que hacelo.
Liando, acercándose a la oreja del perro le dijo en voz baja:
—Y a la Lazarina tendrás que preñala, que en teniendo discendencia, la estirpe de la que vienes no ha de perdese, que tiés que guardala ¿estamos?, la mía ya las visto, que mucho le costó a la Paquita y a mí dejala, a ver si el Liandico quié seguila, que paice que no termina de clavala. Que pastores hemos nacío Cristóbal, y seguro que ya no van a seguinos, saliendo al campo digo, pero el alma y el sentimiento del que pastor ha nacío, no es cosa que se pierda aún en pasando el tiempo, que igual que sirve en el campo dande viene el conocimiento del oficio, ha de servir a los que vienen detrás, quel saber de lo natural, del campo y de lo animal, si no ha de ser pa una cosa, habrá de selo pa la otra, pero… igual quel saber no ocupa lugar, lo natural de otros traío, habrá de darles servicio.
Liando pensó que ya era hora de “levantar el vuelo”, como a veces decía él cuando abandonaba algún lugar en concreto. Se levantó, así lo hizo también Cristóbal y cuando el cabrero fue a engancharle la correa, en un instante cambió de idea.
—Pero ¿ande tiés tú el peligro? ¡rediósla!, ¡anda y que le den morcilla al chorizo!, tú aquí a mi lao y pegaíco, que la correa es pa animales, que pa ti no se ha hecho ni correa, ni ataúra que te amarre ¡bah! ¡ámonos!
Liando y Cristóbal dieron un paseo por el parque hasta que recibió el pastor la llamada de Fernando, bajaría desde la Elipa en pocos minutos. Cuando llegó al parque, ya estaba Liando en el Planetario esperando, sentado en un banco acariciaba a Cristóbal.
—¡Ahí lo tiés Cristóbal!, has de comportate con él como si yo mesmo fuese, y cuida bien de la Lazarina y las cabrillas y miá a ver si pués hacele algo, si quiera que te siga el apellío chico, que seguro que a ella no va importale ¡hombre!, que tampoco ha de perdese la casta del pastor el día que la doblemos.
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