
¡Si es que son como niños!...
¡A taponazos!.
Llegó el camarero a tomar la comanda, les había ofrecido en un momento dado de la conversación, las cartas de los menús. Efectivamente se trataba de un restaurante francés, por lo que el que transcribe esta historia, pudo deducir de las explicaciones del cabrero, posiblemente al estilo marsellés. La carta estaba editada con gusto, el nombre de los platos en francés, con su correspondiente traducción al castellano en letra más pequeña, incluso al inglés. Liando, ¡vaya por Dios, hombre!, se había dejado sus gafas de leer en casa, pero se fijó en una fotografía que le llamó la atención, unos muslos de pollo con dos salsas: “Poulet au Ciel” ponía como nombre del plato.
—Miá Paca, fíjate ahíneso... no sé que pone, pero tié questar de muerte, tié buena pinta... ya sabes que yo soy mu de pollo y tú lo comerías de diario ¿qué te paice? si es de pollo no tié que costar mucho... je je je.
—Por eso no te preocupes Liando, ¡hombre!... je je je —apuntó Rogelia.
—¡Me paice bien, eso mesmo! —respondió Paca.
Cuando ya tocó el turno de comanda para Liando, el camarero le preguntó:
—¿Monsieur?
—¿Eh? ¿qué ma llamao?—preguntó el cabrero a Julia con sorpresa.
—Nada tío, tranquilo —le dijo ella colocando su mano sobre el brazo del pastor—, Señor... te ha llamado señor, en francés.
—¡Ah bueno! Pues miá zagal, ¡vas a velo!... pa mí y pa esta... el pollico este del retrato, que tié buena pinta ¿qué ta paecío?... je je je.
—¿Quoi?—volvía a preguntar el camarero, significa “¿qué?” traducido al castellano y se pronuncia “cuá”
—¡Este, este daquí! —insistía Liando y señalaba la carta, que estaba cerrada sobre la mesa —, este, el pollico... pa mi y pa esta, ¡que tié tanto pico de tanto comelo!
—¿Quoi? —volvía a preguntar el garçon.
—¡Anda! ¡pero si es dandalucía y no mentiende !Que cuál dice, Paca...je je je, que cuál queremos... je je je.
—¡Este, zagal!
Liando cogió la carta mientras el resto del grupo no podía sujetar las risas. Abrió la tapa, se humedeció la punta de su dedo en los labios y comenzó a pasar páginas hasta llegar a la foto del plato en cuestión.
—¡Este, ni más ni menos, zagal! ¡este que tiés aquí abajo retratao! el pollo este que dice ¡kikiriki! ¡kikiriki! cuando aluego sace más grande ¡hombre!... Cuá no... cuá es el pato, el pato a la naranja y esta y yo lo que queremos es el pollo, pollo pio pio ¿me comprendes?,¿me se entiende?—poniéndose la mano abierta en vertical con los dedos abiertos sobre la cabeza a modo de cresta — ¡pollo, chico... ¡cococococo! cuá ser pato, ¡pato! ¿mentiendes? ¿sil fous flais?
El camarero entre risas le respondió:
—¡Oui Monsieur!¡si señor! poio, poio... je je je ¿si?
—¡Ahí te visto zagal!¡yes yes yes!
Y volviéndose hacia Julia le dijo:
—Julita hija, vas a tenenos que enseñar los indiomas, pa sacar a tu tía, pa hacese las turneses por la ciudá.... je je je.
—ja ja ja ja... —rieron todos con muchas ganas.
Cuando la totalidad del grupo hubo pedido su plato y a Liando le hubo explicado Rogelia, que allí colocarse la servilleta a modo de babero no era lo apropiado, Liando se sintió relajado y muy feliz. En su interior vivía una sensación como de una gran satisfacción al ver a su familia reunida. Sólo hubiese deseado tener allí también a su hijo, porque desde hacía un tiempo, ocasiones como esa se daban pocas, salvo en algunas contadísimas. Tenía la pareja de cabreros a su hijo en Gerona, su situación tampoco era demasiado fácil, su ausencia, la distancia y las circunstancias hacían que Liando y Paca se apoyasen más en Higinio, y éste, por ser como era, tenía a los cabreros en un pedestal. Liando tiene hoy en día, para su sobrino y Julia, al igual que Paca, prácticamente el mismo trato que unos padres a su hijo, y de la misma forma les es correspondido.
—Bueno, tío —dijo Julia a Liando — ahora que os vais a venir, estas reuniones serán más frecuentes... je je je, el círculo se cierra.
—¡Bah!... esto cuando vosotros queráis, pero de tascas o bodegones, que ya veo que vosotros sois de la cosa la lujosidá y nosotros… de la poca cosa.
Se metió de nuevo Liando la mano en el bolsillo, y sacando el fajo de billetes con las elásticas cruzadas, dijo a Julia:
—No siempre llevamos las gomicas tan apretás... je je je —Y volvió a guardarse su improvisada y atípica “cartera descapotable”.
—Ja ja ja... —rió Higinio — no te apures tío, que me sé unos cuantos tugurios por ahí.
—¡Bah, ande sea!, de ti me fío, de tu padre… je je je, no tanto —dijo Liando, riéndose a “pecho abierto”—no vaya ser que con tanto lujo, un mal paso dao... y nos vemos friegando to los platos y to la cobertería hasta la hora el juicio.
En realidad todos estaban disfrutando de eso que a Liando y a la misma Paca se les cae a borbotones con toda la naturalidad; de su contagiosa alegría, de su forma de aceptar cada situación por difícil que sea en cada momento, de su capacidad para afrontarlas, de su simpatía, de su descaro y sobre todo, del inmenso cariño que les irradia. El pastor se sentía en aquel momento orgulloso de todo eso y de cómo a partir de una de sus “cabezonás”, habían podido vivir unos días activos como pocos en la vida con su familia, a pesar del incidente de la pobre Paca. Se sentía orgulloso de haber tenido el valor suficiente para emprender esa aventura en el camino, que para los tiempos que vivimos, es como se diría, una tontería de un loco, a la edad de Liando, pero como el mismo ha ido diciendo, una promesa es una promesa, eso para el es tan importante y respetable como costoso y arriesgado. Orgulloso de haber conocido a Julián, de haber depositado en él una confianza desde el primer momento, como solo lo puede hacer alguien con el espíritu y el corazón de Liando Laparda, arriesgando pero dando él mismo lo que también exige a los demás. Orgulloso de haber ido dejando su huella por donde ha pasado, de haber sido un loco inconsciente cuando se jugó la vida por salvar la de Marieta, aún sabiendo que pudo, de no haber salido las cosas como salieron, haberse dirigido a una muerte segura. Orgulloso de su amistad con Fernando, con Juanito, con María, la madre de Marieta, y sobre todo de Lola, que fue para él y Paca el mejor apoyo que han tenido y tienen, como amiga en los mundos urbanos, desde sus primeras incursiones por los alrededores de la capital del país, para ferias y sus “negociables” ganaderos.
Se sintió muy orgulloso esa noche también de su mujer, como ella lo estaba de él, y esa noche fue como un premio más a su constancia y a su tesón, no sabemos si mal o bien llamada por otros, “cabezonería serrana” del cabrero. Pensando en ello, mientras el resto hablaba de alguna cosa de esas que a él se le escapaban, hizo un guiño a Paca y ella le devolvió una sonrisa sin despegar los labios como aquellas que se cambiaban en la escuela las pocas veces que fueron, mientras el maestro les leía la lista de los reyes godos o la de los ríos de España; como aquella que se cambiaban bajando los ojos y mirándose de “soslayo”, cuando el señor cura los tenía a los dos frente a sí, frente al altar, cuando les explicaba lo que habría de significar para ellos la primera comunión... ese tipo de sonrisa.
De cómo transcurrió aquella cena, incluso al mismo Liando le cuesta expresarse para que el relatante deje constancia de aquellos momentos que fueron singulares, como en realidad el resto lo han sido y lo seguirán siendo mientras su misión en la vida les mantenga en pie, pero esa cena en particular, con un significado especial, como así lo son ellos, la pareja de cabreros. Durante la cena Paca estuvo atenta al consumo moderado que estaba haciendo de vino, su marido. Una de esas veces que ella se quedó mirando su copa, Liando le dijo:
—Paca hija, ¡que este pega!... je je je.
—Pues no le tires mucho el gusto, cabrero, que a este no le tiés tú la costumbre.
—Oye Higinio, igual me sa echao a perder el de la bota, que estaba ya en el culo.
—No no, te la he repuesto —respondió Higinio.
—¡Mialó Paquita, mialó!¡está en to el jodío!, si es que es llegar y como un rey, chica, es asomame y tomar to el mando ¡Gracias hijo, Dios ha de pagatelo algún día!
Higinio le respondió con un guiño y a continuación le dijo:
—Por cierto tío, ahora que recuerdo, al final te vas y todavía no he terminado de explicarte lo del teléfono.
—¡Bah! no tapures, que llamar y cogelo se y como voy a volver de a prontos, lo haré con tiempo pa hacelo.
—Ya sabes que sitio hay —le dijo Faustino— venid cómo y cuando queráis, cuando os haga falta o cuando os dé por ahí, que haceros falta... serán varias las veces y en poco tiempo, tenéis papeleo por delante, capitán.
—¡Y vendremos! y hasta questo de la Lolica esté bien feniquitao, las veces que sean de menester... je je je. ¡Ya pues ir cargando bien la nevera, que con tanto meneo van abríseme las hambres, ¡y a tu cuñá, pa que contate, zagal!
Llegados a los postres, el ambiente familiar de la cena estaba resultando ser de un carácter muy diferente a lo que tenían por costumbre hasta el momento. No es que las anteriores hubiesen sido más anodinas o menos amenas, todo lo contrario, esa familia tiene algo no muy corriente hoy en día y es que cuanto más se ven, más comparten y más se necesitan, cuando la tendencia actual es algo distinta; a veces, aún con la facilidad que hay para el uso de las comunicaciones y transportes, las distancias se hacen enormes, son barreras y las carreteras, a menudo son fronteras; la falta de comunicación, alejamiento... a veces desidia a veces olvido... En cierta ocasión, Liando juró en uno de sus encuentros, que mientras viviera, por mucho que se alejaran sus familiares y amigos y que por muy vacío que se quedase el pueblo, estaría en contacto con todos, y en la medida en que puede hacerlo, a día de hoy es palabra cumplida.
Pero la cena de esta noche fue particularmente intensa, significaba también un cambio muy importante en la vida de la pareja de cabreros. En este viaje habían conocido también a Julia y habían conectado desde el primer momento. Se sintieron ayudantes y ayudados, integrantes de una familia e integrados todos en ella. Liando en particular, de esos días se guardó algo para él, crucial en su vida: su sobrino le había hecho sentir joven en algún momento, y por joven, capaz. Julia le había hecho sentirse pieza muy importante del grupo, se preocupaba por el, al punto incluso de haber tomado la decisión de emplear parte de su tiempo en poner “al día” al pastor, en esa cosa tan rara de la gramática básica. Esta pareja de criadores de cabras eran para el resto y lo seguirán siendo, mientras su misión en este mundo no se haya terminado, una auténtica lección continua de sencillez, nobleza y naturalidad, de cómo en esta vida, la importancia de las cosas es subjetiva y relativa. Todo para ellos dos, tiene la importancia que se le quiera dar, para unos menos y para otros más.
Venía ya el garçon con el champagne francés, como no, la ocasión lo requería. Liando cuchicheó algo al oído de Rogelia, ésta se sonrió, se recostó un poquito hacia atrás y confirmaba con Liando:
—¿Si?
—¿qué ta paecío?
—¡Ay señor! —suspiró Paca por otro lado.
Faustino comprendió aquello y no pudo hacer otra cosa que reírse, pero aduras penas conteniéndose un tanto, para no desvelar la circunstancia antes del momento justo. Al ver Higinio los movimientos de Liando, exclamó:
—¿Eh? ¿hoy también?
—¿Qué ocurre?, ¡no entiendo nada! —preguntaba Julia extrañada.
—Vas a descubrir ahora otra faceta de Liando que no conocías, Juli —le respondió Faustino — esto, él lo ha hecho tradición, ¡ahora verás!
Cuando llegó el camarero, Faustino le pidió que no abriera la botella, tan solo que la depositara con su cubeta en la mesa y eso fue lo que hizo el sirviente.
—Estás mal situado, cabrero, ¿cambiamos el sitio?
Faustino se levantó, se acercó a Liando y le susurró al oído:
—Ve a mi sitio, que aquí tienes delante a todo el salón, desde ahí va directo al rincón, no tenemos mesas por delante, ¡pero ojo! que no haya catalejos.
—¡Venga, va! —dijo Liando.
Y así lo hicieron, los dos hermanos intercambiaron sus puestos en la mesa.
Tomó la botella el cabrero, retiró el trenzado de alambre del tapón, y la volvió a colocar de nuevo en la cubeta. Faustino, sin levantarse de la mesa, por aquello de no llamar la atención, intervino:
—¡Ñoras!¡Ñores!.... quisiera proponer un brindis en honor a bla bla bla bla... y para que todos aquellos sueños y deseos sean cumplidos...
Todos miraban muy serios a Faustino, casi en posición de firmes, bueno, la verdad es que todos no tanto, Rogelia estaba haciendo unos esfuerzos terribles para no arrancarse a carcajadas porque, de hacerlo, sería a “pecho libre”, y se contuvo a base de mordisquearse los labios y mirar al techo. Julia, que no sabía de que iba aquello ponía unos ojos como platos, y miraba a Rogelia como pensando... “¿y esto?¿qué tiene de raro? si es normal hacer un brindis en ocasiones como esta ¡Mi suegra es que se parte el culo de risa! aunque lo disimule... ¿por qué?”
—¡Y volvamos a encontrarnos todos de nuevo, durante muchos años! —terminaba Faustino.
—¡Amén! —concluyó Liando.
—¡Ay señor, llévame pronto! —fue el epílogo de la “televisiva Paca”.
Rogelia no despegó los labios por miedo a “romper aguas”.
—¡Salud y suerte! —deseó Higinio.
—¡Salud! —le replicó Julia encogiéndose de hombros.
—¡Proceda señor Laparda! —ordenó Faustino .
—Con su permiso señor Laparda —respondió Liando
El cabrero tomó de nuevo la botella, sentado, apoyándola en su barriga y afianzándola con su mano izquierda, fue aflojando el tapón hasta un punto en el que el gas del líquido, ya por sí solo, empujaba el propio tapón hacia fuera. Previamente a esto, los que ya conocían el procedimiento fueron acercando sus copas al alcance de Liando. Una última mirada del cabrero hacia el techo y fondo, calculando trayectoria y dirección... y ¡PLOP! Salía el tapón por los aires como un proyectil, impactando de lleno en el centro de una placa de escayola donde la consabida bala rebotó dejando su sello, camino de una reproducción de la Monalisa que se encontraba colgada frente a ellos y que de no ser por eso, por ser un cuadro, hubiese lucido un hermoso morado en un ojo al cabo de un rato, producido por el rebote de un misil taponero que partía ahora, en busca de la terminada taza de café de un señor, que con su esposa, se había levantado ya de la mesa con intención de irse; taza, que al sentir el impacto corchotaponero, dio su réplica lanzando al aire algunas gotas del resto del café que contenía, de las cuales, un gran número de ellas decidieron aterrizar sobre la gabardina clara del señor en cuestión, para quedarse unos días esperando hasta nueva visita a la tintorería. Como quiera que el tapón, tras impactar en la taza aún conservaba buena parte de su fuerza de inercia, consiguió que se le diese por perdido en combate entre cortina y ventana, donde acabó su frenético vuelo. Como por inercia también nuestros amigos se hicieron los “suecos” cuando Julia vio que desde dos o tres mesas más al fondo, alguien había presenciado la escena al detalle. Tras abandonar el proyectil los dominios del cabrero, éste, sin perder un segundo ni tampoco una sola gota del preciado líquido, comenzó a servir las copas. Cuando estuvieron todas servidas brindaron.
—¡Salud! —exclamó Faustino.
—¡Salud! —respondieron todos.
Tras el primer sorbo:
—¿Ves Julia? —dijo Higinio a su novia —Por eso había que esperar a que se marchase el camarero... ja ja ja.
Julia, tras una micropausa de dos segundos, arrancó a reír, llevándose consigo a Rogelia, que por fin pudo “romper aguas”.
—¡Chits! Sace más puntería con la del Gaitero, tié mejor trayetoria... je je je —reía Liando.
—¡coño! ¡la madre que te parió, tío! y ¿esto es siempre así?—preguntó Julia.
—Hasta que uno de los dos Laparda que ves aquí la dobla —respondió Faustino.
—¡Salú y bebamos! —ordenaba Paca.
Acabados los postres, los cafés y el champagne decidieron trasladarse a la madrileña calle Mayor a por los últimos capuccinos, a los que Rogelia, más que afición tiene adicción.
—Esto está un poco alejado Rogelia, y Paca aún está convaleciente —explicaba Faustino a su mujer.
—Chits —chistó Paca —si no ma matao el hambre, tampoco va hacelo la pierna ¡si no es na!¡andando que pa mañana es tarde!
—Ahí la tiés —dijo Liando —pior que el Patton ese el desierto o dande sea.
—¡Tú mandas, tía! —sentenció Higinio.
Y se encaminaron, pero a saber por donde, por que a Liando no se le queda el nombre de las calles ni por escrito, llegaron a una de ellas, inclinada y fácil de andar.
—Y todas estas ¿dande han salío?—preguntaba Paca con mucha curiosidad, al ver varias chicas apoyadas en tantas puertas como había.
—Je je je…—reía Liando —¡que no tenteras Paquita! questas son pelinguis, las señoritas esas que fuman en los bares que tién las luces toas de colores, ¡Paca hija!¡y miá que valientes son! que van con la mitá las carnes afuera, ¡y con to el frío que hace!
—¡Tranquilo, tío! que estas enseguida entran en calor —apuntó Higinio.
—Bueno, están en la edá—dijo Paca.
—Je je je... ¡amos, que nos dan las uvas! —apresuró Liando.
Entraron a la Plaza Mayor, la cruzaron y salieron por uno de los arcos para llegar hasta la cafetería.
—¡Leches, a mi esto me suena! —dijo Liando al doblar la esquina.
—¡Claro! esta es la calle donde está el mesón en el que comimos el otro día —respondió Higinio.
—¡Rediósla! pos tampoco es tan grande Madrí... je je je.
—¡Que va, hombre! es lo que te tiene que ser, ni más ni menos —apuntó Rogelia.
—Liando, ¿te has fijado en la estatua del caballo de la Plaza?—preguntó Julia al cabrero.
—¿No voy a fijame? si es el caballo más grande que he visto nunca, ni el percherón del tío Facundo era tan gordo. Hace ya mucho que esa estatua y yo nos vamos saludando al venos.
—¿Sabías que era hueca?
—¡Eso no lo sabía, miá tú!... je je je
—Pues hueca es —prosiguió Julia —Una vez, aunque no recuerdo bien la historia, por alguna razón tuvieron que repararla, y el caso es que cuando se pusieron con ello, descubrieron gran cantidad de huesecillos y restos de pájaros dentro del caballo.
—No me fastidies ¿y vas a decime quel bicho lo que hace es coméselos?
—Pues hombre, no, ahora no, pero en su tiempo el caballo tenía la boca abierta, allí se posaban los pájaros, algunos por alguna razón, caían dentro y claro, no podían salir y morían. Cuando se reparó la estatua se decidió sellar la boca al caballo, y así evitar tan triste muerte a los pájaros.
—Mala venturanza tenían los probes, sí. ¡Oye hija! tiés que contanos to lo que sepas daquí pa contalo en el pueblo, que no digan que los cabreros no tién cultura... je je je —dijo Liando a la novia del sobrino.
—¡Cuando quieras, ya sabes! —respondió Julia.
Entraron en la cafetería, cada uno pedía a Faustino aquello que más le gustaba. Liando había bajado al servicio, las mujeres tomaron acomodo en una mesa y padre e hijo se quedaron en la barra esperando su turno. Estaban ya en la comanda cuando apareció el cabrero.
—¿Y tú que quieres tomar?—preguntaba Faustino al cabrero.
—Uno, pero de puchero —respondió Liando desde la mesa.
—¿Uno con hielo? —se extrañó el camarero.
—¡No no! en su lengua eso viene a ser un cappuccino ligero, ligero de espuma, claro... je je je.
Higinio preguntó a su padre:
—¿éste siempre ha sido así?
—Mira hijo, a este cuando nació, la comadrona le dio unos azotes en el culo para que rompiera a respirar el solo, y en vez de llorar, ¡el muy cabrito se descojonaba solo! Es de nacimiento esto, pero vamos, que tratamiento no necesita, no es peligroso, solo crónico.
—¡Que jodío el tío!
—Pues tiene su mérito ser así, después de haber recibido palos por los cuatro costados, ya te digo, pero por los cuatro ¿eh?... Si por cualquier cosa un día se fuese tu tía antes que él, el mismo día que ella partiese para allá arriba, este sacaba billete para el mismo sitio. La tía es algo más seria que él… o no, según se mire, pero es su mástil, donde el cabrero se ha atado cuando ha habido temporal.
—¡Quien lo diría! ¿no? Yo veo que es él quien tira del carro.
—Si y no, hijo ¡verás! Aunque tu ves que él decide, que él va por delante, que es él el que más habla, todo lo que dice y sobre todo lo que hace, gira en torno a lo que conoce de Paca, y lo conoce todo, absolutamente todo desde que eran críos, y desde entonces nunca se han guardado ningún secreto. Cada uno sabía del otro hasta el más mínimo detalle y ha sido así hasta hoy. Entre ellos todo esta aceptado y nada de lo que haga uno lo discute el otro, por que esta hecho en base al conocimiento mutuo. Por ejemplo, tu tío nunca hubiese hecho un preacuerdo con Lola si no hubiese estado seguro, al cien por cien, de la aceptación del mismo por Paca, ni habría hecho este viaje solo, sin ella, si le hubiese quedado una mínima duda de que tu tía no lo aceptaría ¿me entiendes?
—Si, si te entiendo, pero eso ¿es ignorancia o falta de personalidad o algo así? ¿o es fusión plena?
—Es eso último hijo, fusión y respeto sobre todo.
—¡Que nos dure mucho papá!
—¡Eso espero hijo! eso espero, que por ley natural iría yo después, y... ¡joder!, mal lo iba yo a llevar sin él, ya ves.
—Y del tío Ambrosio ¿qué sabemos?
—Poco, ni tu tía ni tus primos llaman, no se que pasará últimamente.
—Esta semana llamo yo Papá, quizá un día nos de a Julia y a mi por ir a verlos, a ver como se plantea.
—Bueno, y si llamas nos cuentas, a nosotros y los cabreros.
—Ok, papá.
Se sentaron padre e hijo cuando les llevó el camarero los cafés.
—¡Tío, por cierto! mañana en una de las cajas que he preparado vamos a meter un monitor plano, un lector DVD y un terminal fijo que me he subido de la escuela —comentaba Higinio — son de retiro. Ya sabes que todo lo que va de retiro al contenedor pasa antes por mis manos... je je je. Me vas a hacer un favor, yo te los llevo a la Elipa mañana, que me va a pillar cerca porque voy a dar el visto bueno a una instalación en la escuela taller, para dos terminales de red, se lo dejo todo a Lola y luego como vas en coche...
—Si, esta vez sí, hijo, en coche, que la promesa ya la he cumplío, que solo de pensalo en repetilo me se llena el cuerpo escalofrescos desos... je je je —respondía el cabrero.
—Bueno que te los lleven entonces, me los pones en la buhardilla, en el cuarto donde leo cuando voy, que un fin de semana de estos los arreglo para cuando vaya.
—Miá zagal, mu pronto me sace que tu quiés ir pallá, mejor va ser que te lo quedes to un tiempo, poco va a ser, que ande he dormío yo han de cabete, y en cuanto la cosa esté arreglá, que pronto va selo, te queas con una llave del piso la Lola, que te veo venir, hijo... je je je, te buscas cuarto, que de ti me fío como si fueses yo mesmo y montas ahí to lo que tengas que montar, que pa llevalo al pueblo, montalo y desmontalo en na, es una tontá ¿no te paice?
—¡Venga pues, así lo hacemos!
—¿Y si se queda visto mañana?—preguntó Faustino.
—Pues más contento me voy en sabiéndolo, antes me pongo con ello Faustino.
—Pero ¿tienes que y a quien vender?
—El qué... si, y a quién... también, questá el Nemesio, el del trator, loco por cogese las tierras de la vega y la cerrá darriba. Solo hay que hablalo con la familia la Paca, y hablao está, es to della, lo mío ya sabes que es poco y no se si de momento... ¡en fin!
—O sea, que tardarías poco.
—Na y menos, así que si mañana vas, mañana mesmo me lo dices.
—Bueno, pues venga, a ver, si habéis terminado… —apresuraba Faustino.
—¡Aún quea un algo! —dijo Liando —lo primero es pagalo esto, que hasta ahora habéis sío vosotros los que habéis puesto los billetes encima el plato, bueno, los billetes por decir un algo, que veo que la mayoría las veces ponís el carnés y el cartoncico colores, queso debe ser como el dinero —seguía Liando mientras sacaba el consabido fajo con sus gomas —y después, que os tengo que dar... que aquí tendría que llevalos... ¡si, aquí están! este pa vosotros, qués el décimo que va pal pueblo, y este que lo he querío coger pa que este año vaya la cosa a iguales en loterías, quel año pasao con eso de las prisas, no cogí ni pa mí ni pa nadie, que solo me jugué lo que me dio el pueblo, y la que me mandasteis, pero to sin esfuerzo, así que ahí va, y a vosotros sobrinicos lo mesmo en números y en cantidá, pa que sea más el reparto si toca... je je je. Y ahora, ya mesmo nos vamos.
Pidieron dos taxis que les dejaron en el aparcamiento.
—Entonces ¿te vas con Higinio, Liando? —Preguntó Paca.
—Si, que ya es mu tarde Paca, tiés que perdoname hija, pero así mañana ya me traigo las cosas y ya daquí nos vamos, solo es otra noche y tu no vas a necesitame.
—Con ello contaba pastor, y necesitate hoy... va ser que no, que ma bajao la regla esta mañana... je je je.
—¿Qué te decía Higinio?—dijo Faustino a su hijo —ahí los tienes, sesenta y pico años y con ese humor.
—Ya veo Papá, ya veo... je je je.
—¿Tienes el coche cerca?
—Si, ahí a la vuelta, ya desde aquí, andando vamos en cinco minutos.
—Bueno pues, ¡hasta mañana!
—Venga, ¡hasta mañana entonces!
Pagaron los taxis y cada mochuelo a su olivo.
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