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El Milagro de la vida.

Como muchas otras veces, la mente del cabrero se puso a navegar…
—Lio Lio, ¿sales ya? —se oía desde el centro de la casa.
—¡Sí! ¡ya voy! ¡ya voy! ¡Aprisa madre! que si llegamos tarde don Galo nos reprende y aluego nos deja sin patio.
—¡Venga, zascandil, arreando! —le decía la madre mientras daba los últimos toques a esa especie de plantación de cardos que llevaba Liando por pelo — Y cuando salgas te vas al tío Macario que tarregle esa caeza.
—Si madre, pierda usté cuidao —le respondía Liando mientras salía —¡Amos Frasquita, que llegamos tarde!
El pastorcillo cogió la enciclopedia de Frasquita, la puso bajo el brazo con la suya, le cogió la mano y los dos echaron a correr como gallos perseguidos por la zorra. Habían pasado varios corrales y dos calles y al dar la vuelta a una esquina, Liando paró en seco.
—Espera Frasquica, que me sa olvidao.
—¿El qué?—preguntó Paquita muy apresurada.
—Mear en casa ¡y me lo hago!
—¡Jo, pues aprisa, amos, que tién questar entrando!
Ni corto ni perezoso Liando pasó los libros a Paquita, se echó mano a su Leoparda y comenzó a aliviarse, al tiempo que con su tinta natural dibujaba una “F” casi perfecta, en la lisa pared de la casa de la tía Fernanda. Paquita le miraba indignada mientras lo hacía.
—¡Miá, miá Frasquica, mestá queando prefeta, ¡míala, prefeta!... je je je.
—¿Y ahora te pones a jugar?¡amos que te va a dejar las orejas Don Galo como las puertas de la iglesia!
Y Paquita comenzó a caminar. Cuando Liando hubo terminado salió corriendo hacia ella y sobre la marcha cogió de nuevo los libros, le tomó la mano a su amiga y siguieron corriendo como gamos hacia la escuela. Es posible que el episodio relatado poco antes y ocurrido al cabrero en el baño, con su perentoria necesidad de alivio, mientras trascurría esta última noche en casa de Fernando, le hubiese condicionado el sueño, trasportándole a aquel día, como ocurre en sus ya frecuentes viajes oníricos al pasado, muchos de ellos venidos a partir de alguna vivencia actual.
—Perdone usté Don Galo, pero es que hoy me san pegao los ojos, apenas he dormío porque anoche mi padre y yo estuvimos de parto y sin descansar.
—¿cómo? Si tu madre aún no…
—No, no que va, la vaca del Sacromonte, que le tocaba ya y nos vino a buscar.
—¿Ah sí?, ¿y nos lo puedes contar?
—Bueno.
—Quédate aquí, y tú Paquita a tu sitio, anda.
Liando hizo un guiño a Paquita y ésta le devolvió un gesto de enfado, que no tardo un instante en cambiárselo por una sonrisa.
—¡El milagro de la vida en el mundo animal! —exclamó el maestro — ¡Vamos Liando, cuenta cuenta!
Pues verá usté Don Galo, a la vaca le tocaba ya, mu grande tenía la tripa y no debía venir la chota mu bien da, porque el Sacromonte vino a buscar a mi padre pa que le ayudase; el hombre tenía miedo de que estando solo y sin ayuda, no pudiese arreglar la cosa pa que la vaca bien pariera, más que na porque la lechera es nerviosa y esta algo mal.
—¿cómo algo mal?—preguntó Don Galo.
—Que está enferma, Don Galo —respondió Paquita desde su asiento— que la tendrán que sacrificar cuanto antes.
—Ah, pero ¿tú sabes de esto Paquita?
—Un poco, lo que me ha enseñao el Liando.
—Ven, acércate aquí hija, y contadnos, contadnos que en esto mucho me vais a enseñar a mí, y a estos que son gentes de tierras de sembrar y segar, que de animales entienden mas bien poco, si acaso, los que luego irán a cazar… je je je.
—¿Me enseñará usté a hablar así de bien, Don Galo? —preguntó la niña.
—A hablar, a escribir, a sumar, multiplicar y dividir, que es de ley que en vuestra vida, con el correr de los años os acordéis de Don Galo, que siendo gente sencilla sepáis esquivar lo malo, que por poco que aprendamos, la cultura no está de más, y ahora seguid, hijos ¿Está enferma la vaca?
—Si, algún mal tié de por dentro que no le deja engordar, no da buena leche y se le siente dolor cuando por la noche no deja de mugir —respondía Liando—, y eso antes de ser preñá, Don Galo.
—¡Ah! ¿Y le tocaba ya, dices?
—Si, Don Galo, —respondió Paquita— y el Sacromonte fue a casa del Venancio y le pidió ayuda.
—Mi padre entiende de ganao, se lo enseñó su padre, y a mi abuelo el de mi padre.
—Y tú aprenderás, Zagal.
El resto de los niños, no muchos, los del pueblo y alguno venido de pedanías, de las más cercanas, a pie o en caballería, según el poder económico de la familia, atendían como si de aquello no hubiesen oído nunca hablar.
—El Liando también sabe mucho, sí, Don Galo —apostillaba la niña— se lo está enseñando su padre.
—Je je je… chiquilla, ¿y sabes qué? Que algún día tú sabrás tanto como sepa él, que de su saber saldrá lo que de animales tú sepas. Y mirad que no sé porque me da, que vosotros compartiréis leche y pan, y también sudor y sacrificio, pero continuemos zagales ¿qué pasó entonces con la vaca? ¿nació el chotillo?
—Chotilla ha nacío, Don Galo —respondió Paca— será de leche y de criar, porque la madre se muere. La ventura del Sacromonte es que no teniendo pa comprar le ha venío una hembra que tendrá, cuando sea de edad, que ocupar el sitio de la madre.
—La chotilla venía mal —continuaba Liando— y a la madre hacía daño, al punto que el Sacromonte pensaba que iba a morise antes de parir, por eso también mi padre llevaba el útil de cortar, por si había que sacala ¿me entiende usté, Don Galo?
—¡Sí hijo, sí! y ¡a ver! ustedes campesinos ¿lo entienden también?
—¡Sí, Don Galo! —respondieron todos al unísono.
—Pero no hizo falta, por lo que contáis.
—No, Don Galo —respondió Liando—, según decía mi padre, se le podía ayudar, el Sacromonte achuchando a la Lucera, la vaca madre y sujetándola si era de necesidá.
—Pero hay que hacelo aprisa —intervenía de nuevo Paquita— porque si la chota entra en canal, al hacer esfuerzo la madre y el propio de la chotilla, se pué asfixiar.
Don Galo se quedó por un momento atónito mirando a la niña, embobado y sin articular palabra. La niña le dijo:
—Es lo que dice el padre de éste.
—Pero ¿tú estabas allí? —preguntó el maestro.
—En ese momento llegué con mi madre, que avisá de lo que pasaba, fue a llevar trapos y agua pa lavase los hombres y un café pa aliviales la noche y la espera, como el Sacromonte vive solo…
—¡Ah, ya! y tú fuiste con ella, con tu madre.
—Si Don Galo, pa ayudar al Liando.
—¡Ah, ya! Bueno, sigue Liando, ¡sigue hijo!
—Pues habiendo entrao la chota en canal, entró de mala forma y satascó.
—¿En canal? y eso ¿qué es?—preguntó Don Galo.
—Pues es un cacho cuerpo de dentro, desde la tripa de la vaca madre, que es ande se cría la chota hasta que nace, y por el que tié que pasar hasta que llega al c…
—¡Bien bien, Liando! —interrumpió Don Galo — eso está muy bien, ya veo que sabes donde se cría, por donde va después y seguro que sabes como se llama cada cosa.
—Sí, Don Galo, el útero, que es donde se cría hasta que nace y también le llaman la matriz, la canal que es lo que le dicho en antes, y por donde sale, que es el c…
—¡Sí sí sí, ya veo, ya veo Liando! —volvió otra vez a interrumpir el maestro —¡ya veo que lo sabes perfectamente!
—¡Yo también lo sé, Don Galo! —exclamó Paquita —, lo que quería decir el Liando es el c…
—¡Ya, ya Paquita! no es importante, vamos a…
—¡El culo el culo el culo! —gritaron todos los niños al mismo tiempo — ja ja ja ja…
—¡Niños, Niños, ya está bien! —se impuso Don Galo — ¡nos están dando una clase magistral de zoología! ¡y lo menos que podemos hacer es escuchar con mucha atención! ¿me han oído bien?
—¡Sí, Don Galo! —respondieron todos los chicos al mismo tiempo.
—¡Continuemos pues! y dices que la chotilla ¿se atascó?
—Sí, Don Galo, pero mi padre dijo que podía ayudala él colocándola con sus manos.
—¿Eh?
—Sí, ¡verá usté! se arremangó la camisa y le metió a la vaca madre su mano y su brazo por el c…
—¡Canal, sí Liando!, por el canal, para colocarla.
—¡Eso es, Don Galo!
—Y una vez que la colocó, la vaca madre hizo que sacara las patas la chotilla —continuaba Paquita—, mi madre cambió el sitio con el Sacromonte, que estaba tranquilizando a la Lucera, y él se fue a tirale de las patas a la chotilla, y tirando y tirando y haciendo fuerza la vaca, al final lan sacao. Al poquito tiempo se ha puesto de pie después que la Lucera la chupara pa limpiala, pero la Lucera ha perdío la fuerza y ahora solo pué ponese de pie, si la ayudan, pa que beba la chotilla de su leche, aluego vuelve a tumbase. Dice el tío Sacromonte que se está muriendo.
—¡Vaya por Dios! —exclamó Don Galo—, hay veces hijos, que unos tienen que morir para dejar paso a nuevas generaciones, es ley de vida.
Los dos niños se miraron y se encogieron de hombros.
—¡Muy bien Liando!, ¡fenomenal Paquita!, seguid así hijos. De lo que estáis aprendiendo cada uno de vosotros, Don Galo es solo la mitad, vosotros sois la otra mitad y aprenderéis el uno del otro, y de la escuela de la misma vida. ¡Que Dios os mantenga juntos muchos años!
—¡Gracias Don Galo!
—Podéis sentaros. Y ustedes, señores del grano y la espiga, que recuerden bien esta lección, los humanos y los animales se necesitan los unos a los otros, respiramos del mismo aire, bebemos la misma agua, vivimos del mismo sol y de la misma tierra. El hombre debe un respeto a los animales, porque el milagro de la vida nos pone a todos en el mismo lugar y de la misma forma, tengamos piernas o patas ¿me han entendido bien?
—¡Sí, sí, Don Galo! —respondieron todos al unísono.
—¡Don Galo, Don Galo! —interrumpía Felipe.
—¡Si, dígame señor Morcillo! —que así se apellidaba el chico.
—¿Por qué, si es que los animales nacen igual que los humanos, mis padres dicen que a los niños los trae la cigüeña?
Don Galo echó una mano al hombro de Paquita, la otra al de Liando, se miraron los tres y rieron a carcajadas. Tras la risa Don galo respondió:
—Mitología, Morcillo, ignorancia e incultura.
Felipe se quedó como estaba el pobre, y algunos más también. Y así fue como aquel día, a partir de un hecho natural, nuestros amiguitos pudieron librarse de un día sin patio y de un más que seguro tirón de orejas para el pastor, con toda una lección magistral de naturaleza para niños de ocho, nueve, o pocos más años. Ese día era uno de los pocos que podían acudir casi todos a la escuela, Don Galo tenía que trasladarse por la tarde a otra pedanía para enseñar a otros niños, lo mismo que a estos de El Villar, porque año arriba o año abajo, rondaban la misma edad y nivel. Unas veces el maestro iba a pie, trayecto que aproximadamente cubría en una hora, dependiendo de cómo estuviese el día, su ánimo o su cuerpo. Otros días lo hacía en algún vehículo que con suerte pasase por El Villar, y otras, sencillamente no iba o lo hacía en bicicleta, en primavera, cuando el suelo estaba practicable. Era un hombre de edad y no se atrevía a correr aventuras no necesarias para el desarrollo de su profesión, que en el ámbito rural, por aquellos tiempos dejaba mucho que desear, eso es lo cierto.
Estuvo Don Galo, el maestro, hablándoles de números y de naturaleza, aunque tocaba religión, la dejó de lado, esa era materia reservada al cura párroco, y que en El Villar habría de cubrir Don Galo, un republicano camuflado, por decirlo de algún modo, “secreto”, ya que al párroco, salvo en defunciones o bodas, y de esas había pocas, por El Villar no se le solía ver el pelo. De hecho, si había algún nacimiento, poco frecuente también, como es obvio, había que esperar a que la criatura pudiese ser llevada a Fuentecangrejos para bautizarla en la parroquia, o esperar a alguna defunción o acontecimiento similar para, bien por la mañana uno y por la tarde otro en caso de deceso, o al mismo tiempo si de boda se tratase, celebrar ambos actos. Varios casos se dieron tiempo atrás, que por no demorar la espera, alguna que otra pareja pensaron antes en el bautizo de la criatura que en la boda, celebrando ambos actos a la par, que con excusa tan singular era perdonado el atrevimiento. Tras las primeras enseñanzas de la mañana salieron los niños al patio, era un solar derruido por la guerra, con sorpresa de todos, por cierto, dos fueron las bombas y las únicas que cayeron en toda la guerra, porque durante ese tiempo, tan pequeño era El Villar y tan poco interés tenía, que por allí la guerra, a excepción de ese hecho aislado, no pasó, y de ella se libraron dos mozos, dos hermanos que por ser de dudoso padre, jamás su madre los registró. Nacieron uno seguido al otro, pero si se han de echar cuentas no saldrían, el primero fue fruto de una juerga en un granero, de un momento de gloria y excesiva puntería de un segador peregrino, que cierto verano realizaba su trabajo en tierras de El Villar. Se encaprichó de la hija de la tuerta que estaba de toma pan y moja, no así la madre, que además de tuerta y coja apenas podía hablar y decía aquella mujer que el segundo del mismo padre era, que un año después volvió por Fuentecangrejos sin subir a El Villar, pero que ella fue a visitarle para arreglar un apaño que funcionase. Después las malas lenguas hicieron correr la voz cierta de que el padre del primero había muerto cinco meses después de haberla dejado preñada, de una mala puñalada al estilo gitano, dicen que por una mujer unos y otros que por amigo de lo ajeno, que bien mirado, podría coincidir el motivo, y que el segundo de los hijos viniese por un desatino similar en pajar, granero o la propia alcoba de la moza, que al untar el visitante a la coja, se hiciese además de tuerta y coja, sordomuda. Bueno, y todo eso ¿que más da?
Liando y Paquita salieron al patio con los demás, poco había importado el hecho de llegar tarde, si con eso y su completa lección magistral, según dijo Don Galo, los demás habían aprendido algo sobre el milagro de la vida, no era de recibo dejarles sin salir, ellos dos eran inseparables ya desde aquellos primeros años y no eran muy dados a compartir juegos en el patio con el resto de niños, ese momento se lo reservaban para ellos y lo de jugar con los demás lo dejaban para la calle, que era más de aprovechar por espacio y tiempo de juego.

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