
Marieta sufre por María.
Mientras, Liando se había quedado en compañía de Cristóbal, hasta que al cabo de poco tiempo apareció por allí Alfonsa.
—¿Que pasa Liando, cómo vas?
—Preocupao Alfonsa hija, eso no puedo negalo, pero esperanza no me falta ¿y tú?
—Pues bueno, con to esto que ahora está pasando, tú comprenderás, pero tirando, poco a poco. ¿Y la Paca y el Juan?
—Se han subío pal pueblo pa recoger las cuatro cosas que hacen falta, si ves que tardan es que el Juan sa echao un rato, que esta noche le toca estar en vela, si es que se tié que quedar ingresá como han dicho.
—Bueno, pues na, en poco han de llegar los chicos, si es que no los han dejao ya.
—No, aún no.
Nada más decir esto Liando, apareció el transporte escolar en la plaza.
—Míalos Alfonsica, ahí los tiés ya.
Salieron los dos niños corriendo hacia la casa. La niña sin decir una sola palabra se abrazó a Liando, y sin soltarle le preguntaba:
—¿Dónde está mamá, tío Liando? ¿dónde está?
El cabrero no pudo evitarlo, y apretándola contra su pecho rompió a llorar, era un drama verles. Alfonsa se metió en el portal donde también rompió en lágrimas, pero en silencio. A la niña no se la debía de impresionar. Jorgito se sentó al lado de Cristóbal, éste dio un lametazo al niño, Jorgito le abrazó por el cuello y lo atrajo hacia sí, el perro, abrazado dio un suspiro, se dejó caer al suelo y colocó su gran cabezota entre las piernas del niño que comenzó a acariciarle. El crío, aunque muy afectado, se mantenía fuerte a duras penas, tampoco sabía tanto de lo que le ocurría a María, pero sólo de ver a la niña sufría como los demás.
—Yo no quiero que se muera mi mamá, papá tiene que esperar más porque soy muy pequeña. ¿Es que se va a morir, tío Liando? dime que no, que no se va a morir ¡dímelo tío, por favor!
Liando estaba hecho un mar de lágrimas y sólo podía decir a la niña:
—No hija, no se va a morir, ¡te lo prometo! No se va a morir, porque el tío Liando confía en la Señora del Cesto y la del Prado, y esta tarde man dicho que no, que tiés que estar tranquila.
—Pero ¿es que la han visto? ¿la han visto tío?
—Claro hija, están las dos con ella y la cuidan, no tiés que preocupate de na.
El pastor acariciaba el pelo de la niña que lloraba sin consuelo, y así consiguió que poco a poco se fuese calmando. Jorgito había bajado la cabeza y sus lagrimillas caían sobre la de Cristóbal, el perro a veces subía su cabezota y con el morro le daba un golpecito, Jorgito le miraba de nuevo y volvía a acariciar al perro, consiguiendo con ello el animal, llevar también poco a poco al niño a la calma. Alfonsa salió del portal, se acercó a la niña y le dijo:
—Marieta hija, no has de ponete mal, porque la madre se va a curar. A veces todos nos hemos puesto malicos, ahora ella un poco más, pero pa eso está en el hospital qués ande mejor se curan las presonas cuando tién mal, ya verás como muy pronto la María está contigo, que pa irse con el padre aún todavía mucho le quea. Si el tío Liando te lo ha prometío, ten por cuenta que se cumple, se lleva bien con el Darriba, que fue el que le mandó pa sacate aquel día de la poza, y como hizo bien el mandao confía en él, y por eso hoy le ha traío aquí, porque estando él es to pa bien, no has de preocupate, que no va a pasar na.
—¿Es verdad tío que te mandó El? —preguntó la niña cesando en sus lloros por sorprendida.
Liando se secó las lágrimas, se pasó el pañuelo por su tocha nariz y le respondió:
—Sí hija, El me mandó, el Darriba y me dijo: “Miá cabrero, que no pués fallame, que de ti me fío que eres hombre de bien”. Y pa mí sus mandaos son órdenes, así que me guió y ya ves, sin saber andame por el agua, aquí estás tú abrazando al tío Liando, y el tío Liando diciéndote que ya está to arreglao con el que me mandó pallá aquel día, y que no tiés na que preocupate y los miedos has de quitátelos de encima, que sólo sirven na más que pa mojate el vestío, ¿lo ves? ¡Miá! —le indicaba señalándole las marcas que las lágrimas de la niña habían dejado en su vestido.
—Pero ¿porqué se ha llevado a papá?
—Miá hija, el de las alturas vio que tenía que cumplir una misión, tú fíjate bien, ¿ves cuantos viejos somos aquí? ¿los ves? Y cuando vivías en la capital ¿a que también veías muchos viejos en los parques?
—Sí, claro tío, viejos hay muchos.
—Pues eso es, hija, el Darriba ha confiao en tu padre pa hacenos sitio a los dabajo, pa cuando subamos, porque hay tanta gente en el cielo, que a veces sacen un poco lío y tié que haber alguien pacer sitio, y es un trabajo tan importante tan importante, que sólo podía hacelo tu padre, y allí está el hombre trabajando. Pero como allí no se muere naide, algún día, dentro de muchos años, volverás a abrazale, y desde ande se quedó cuando se fue, volveréis a continualo, y eso será pa siempre ¡por estas, como me llamo el tío Liando!
—Bueno —dijo Alfonsa— y pa cuando venga la madre vea que os habéis portao bien, vamos a hacer un poquito de merienda y aluego los deberes, así que pa dentro los dos.
Cristóbal se levantó y lamió la mano del niño, dio un ladrido y esperó a la niña para que pasara, Marieta le acarició y el perro también le respondió con otro ladrido, comenzando a mover su cola como si fuese un ventilador.
—¿Ves Marieta? —preguntó Liando a la niña—, el mesmo Cristóbal te lo está diciendo, y deso él sabe mucho, que tan viejo es como yo casi, y de tanto como ha vivío también. ¿A que no me equivoco, Cristóbal?
Dos veces ladró el perro.
—¿Ves Marieta? él lo ha dicho.
Se fueron los niños dentro en busca de su merienda, para hacer sus deberes después.
—¿Por qué quieren paeceme a mí estos dos al cabrero y a la Paca, cuando tenían su edá? —dijo el pastor a Alfonsa.
—La inocencia de los niños, Liando, la inocencia y la falta de maldá, y de seguro que también la mocedá, ¿cuántos mayores desearían ser niños otra vez al terminar su camino en este valle de lágrimas?
—¡Que razón llevas, Alfonsa!
Haciendo click sobre la foto accedemos al audio del fragmento.