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María se enamora.

LA DECLARACION DE MARIA.

María observaba con mucha atención a todos cuando hablaban, y al mismo tiempo intentaba intervenir en la conversación, cuando pensaba que podía o debía hacerlo, pero de vez en cuando, escuchando a los demás, sin pensarlo y sin casi darse cuenta, volvía su mirada hacia el hijo de el cabrero. 
Jose Liando estaba muy metido en todos los temas de los que allí se estaban tratando. A veces, él también volvía la mirada a unos y a otros mientras intervenía, buscando la atención, gestos de aprobación, alguna opinión distinta… Y comenzó a darse cuenta de que estaba siendo observado por María. En un principio, el chico no dio mayor importancia al hecho, en realidad, sus intervenciones eran seguidas con gran interés por el resto de los interlocutores. A la hora de exponer sus ideas lo hacía de una forma desbordante, tenía por el momento, los conceptos muy claros y le pareció de lo más normal que todos le miraran con expectación, excepto esa primera vez que vio como María fue incapaz de sostenerle la mirada unos segundos, y la empezó a sentir inquieta. El siguió hablando sobre el tema que se trataba en el momento y volviéndose de nuevo hacia María, pudo comprobar que una vez más después de haberle estado observando como ensimismada, le volvía a apartar la vista rápidamente, como evitándole, y cada vez algo más inquieta que la anterior.
—¿A ti que te parece la idea, María? —preguntó Jose al respecto de lo que se hablaba.
—Perdona Jose, que al final me he perdido. Estaba por un momento pensando en otra cosa, perdona.
—¿Estás bien? ¿necesitas algo?
—¡No no!, seguid, no te preocupes.
María sentía unas tremendas ganas de levantarse de la mesa para irse un momento a su habitación, ni ella misma sabía que le estaba pasando, pero no lo hizo, no quiso preocupar a los demás. Intentó seguir pero volvió a caer en lo mismo, la situación se repetía. Jose Liando se daba cuenta de que algo un tanto raro le estaba ocurriendo y la buscaba constantemente con la mirada. Ella ahora clavaba los ojos sobre la mesa y le costaba levantar la vista, no quería cruzarla con la de Jose.
—¡Vamos María!, ¡reacciona chica! —se decía para sí misma—, ¿pero que te pasa? ¿estás tonta o que?... no te pasa con nadie ¿y con este sí? ¡vamos vamos!
Las voces a su alrededor se le hacían más difusas, como huecas… lejanas.
—Pero ¿qué me pasa? Si acabo de conocerle como a Pedro, como a Higinio y a Julia hace unos días, ¡pero si acaba de llegar! —seguía preguntándose ella interiormente.
—¡María María! ¿estás bien? —le preguntó Jose un tanto preocupado.
—¿Eh? ¿qué pasa? —le respondió ella así como quien despierta de un sueño.
—Tú no estás bien, chiquilla—le dijo Jose al tiempo que le cogía la mano— ¡pero si estás temblando mujer!
—¡Sí!, no sé… algún medicamento ¡uf, necesito un poco de aire fresco!
—¿Seguro? A ver si va a ser peor.
—¡No, de verdad!, llevo mucho tiempo sin salir a la calle, tan sólo un ratico he salido y me ha sentado muy bien.
—¿Por qué no os bajáis y dais un paseo hasta la entrada del parque? —les propuso Lola—, la noche está buena y no hace frío, ¡te vendrá bien María!
La muchacha no supo responder, se quedó unos segundos en silencio y Paquita insistió.
—¡Bajaos unos minutos!, creo que está algo mareada, el aire fresco le va a venir muy bien.
—¡Venga pues, María, te acompaño!, ellos saben más de estas cosas que nosotros, mujer —le decía el hijo de los cabreros.
Jose no le soltaba de su mano, y eso a ella le robaba la voz, no se atrevía a decir nada, apenas levantó un poco la mirada para asentir con un gesto.
—¡Marieta, trae la cazadora de mamá! ¡anda hija! —pidió Paquita a la niña.
—¡Sí tía, ya voy!
—Es que lleva mucho encima la pobre en pocos días —decía Lola—, a lo peor le han dado el alta muy pronto.
—¡No, no lo creo! eso no es —respondía Paquita con cierta seguridad—, esto es un mareillo y ya está, se le pasará. ¿No ves que ni siquiera está blanca?, si tiene un color que ya lo quisiera yo para mí.
La niña entregó la cazadora a María y mientras se la ponía, Jose iba a invitar a Pedro a que les acompañara, pero desistió al ver que estaba tratando de diseñar algo así como un croquis de montaje en una hoja de papel, para explicar algo a Julián sobre la máquina que habían montado por la tarde.
—¡Hale María, vamos a descubrir el Madrid la Nuit! ¿qué prefieres?, bar de copas, la disco, un Pub o… una cena romántica a la luz de las velas… je je je.
Jose arrancó una sonrisa a María.
—¿Estás de broma chico? —le preguntó ella.
—¡Bah!, yo soy el mejor remedio para tu enfermedad, puedes llamarme D. Optalidón si quieres.
—Ji ji ji… y tú a mí Marián.
—¿Marián? ¿cómo la chica de Robin Hood?
—María de los Ángeles… ji ji ji.
—¡Anda vamos, María de los pájaros celestiales!
—¿Eh?
—¿No tienen alas?, los ángeles, digo, pues eso.
María volvía a reírse de nuevo.
—¿Lo ves María Antonieta?, ya no tiemblas —le dijo cogiéndole la mano de nuevo.
—¡Se llama Marián, tontaina! —dijo Marieta—, ji ji ji.
—¡Bueno familia, ahora volvemos! —se despedía Jose.
—¡Hasta ahora! —le respondieron todos.
En la escalera, María hizo ademán de soltarse de la mano de él.
—¡Eh! ¡chists! ¡no no, señorita, usted está mareada!, eso lo ha dicho mi madre que es medio bruja, y yo, esta noche, si lo ha dicho la bruja, tendré que cuidar de usted, no vaya a caerse por la escalera.
—¡Bah!, si estoy mejor ya ¿no lo ves?, tampoco haría falta…
—Entonces, si no me necesitas como cuidador, esta noche seré… ¡tu amante bandido!... ja ja ja—bromeaba Jose Liando.
Y ella volvía a reír, sus sensaciones cambiaban otra vez y volvía a pensar para sus adentros:
—Lo tuyo no hay quien lo entienda, María. Hace un momento la mujer más insegura del mundo, y ahora… te sientes hasta protegida. Pero a ti este ¿qué te está dando, tía? Pero si le conoces de horas, sólo de horas ¡por Dios!, se te caen las bases, se te rompen los esquemas… pero ¿qué te pasa?
Salieron a la calle y comenzaron a andar.
—Pues hombre, buena buena la noche… no sé yo, algo de fresquete hace.
—¡Sí que lo hace sí, ya te digo!
—¿Tienes frío Marián?
—Mucho no, pero vamos, calor tampoco.
—Oye, ¿te tengo que pedir que seas mi novia para cogerte por la cintura?, ¿o vamos al grano directamente? lo digo por si te puedo dar calor así.
—¿Estás de broma Jose?
—¡Sí claro!, pero el ofrecimiento sigue en pie mujer.
—Je je je… tú no tienes abuela.
—¡Gran mujer la Agustina, gran mujer!, ¡y no te digo nada de la Tomasa!, a ella sí la conocí, pero de la Agustina me hablaron mucho.
—¡Anda tontaina!, como dice mi hija, dame calor, sí, que no está la noche para muchas bromas.
Jose la tomó por la cintura, cuando vio que de nuevo María empezaba a temblar, le puso su otra mano en el hombro y la trajo hacia sí, la tuvo abrazada por unos instantes con ánimo de que entrara en calor.
—¿Esto lo haces con todas? —le preguntaba ella algo nerviosa.
—¡No mujer, no!, esto sólo lo hago con las Marías rubias de Fuentecangrejos, son las que más confianza me dan, no me gusta ser un hombre objeto, y ¡anda!, apoya la cabeza aquí que no te voy a comer.
—¡Que pena! —masculló María por lo bajo.
—¿Cómo dices?
—¡No nada!, que… que faena, la operación dichosa.
—¡Cuatro días!, cuatro días y como nueva.
—Oye Jose, ¿tú eres siempre así?
—¿Cómo así?
—¡Tan descarado, tan lanzadote…!
Jose tardó unos segundos en responder.
—Je je je…. No Marián, no soy así, si te digo la verdad no sé ni como me ha salido esto.
Los dos caminaban muy despacio, juntos, abrazados y muy apretaditos, de esa forma se daban calor el uno al otro y podían hablarse en voz baja. Cada uno y a su manera y para sus adentros se preguntaban como podían haber llegado a ese momento en tan sólo unas horas. Se sentían conectados. En ese momento, en ninguno de los dos, por supuesto, cabía la palabra enamoramiento, ni tan siquiera se la planteaban, pero la conexión era brutal, dicho de una forma quizá más apropiada, era puro magnetismo entre ambos.
—Verás Marián, te he visto muy inquieta, bastante nerviosa, puede que al haber tantos y tanto que hablar, haya podido afectarte un poco, y si te soy sincero, al verte así, a mí también me ha afectado. Mi actitud ha sido esta porque pensé que de esa forma, con un poco de broma, podría ayudarte a superar el trance y… ¿sabes una cosa?, me alegro de ello, me encuentro genial contigo, me das algo que no sé que puede ser, pero tú a mí también me has tranquilizado.
—¿De verdad?, o lo dices para halagarme… ji ji ji.
—¡De verdad Marián! 
—Tú me das confianza, ya ves, una por otra, también me has tranquilizado y mucho.
Llegaron hablando a la entrada del parque, tampoco mucho porque estaba muy cerca. Tan sólo se dijeron uno a otro algunos de los rasgos más importantes en su carácter.
—Habrá que volver ¿no crees? —preguntó María.
—Habrá que hacerlo sí, María.
—¡Marián!, me gustaría que me llamases así.
—Pues como que a mí… ¡Pepe no! ¿eh?, un poco ñoño ¿no?, llámame mejor… vida mía o cariñito.
Ella volvió a reír de nuevo y él le siguió haciendo lo propio.
—¿Lo ves?, eso es lo que trataba de hacer, que te sintieras bien, como yo me siento ¿a que venían esos nervios, mujer?
Ella se paró, se giró hacia él, de nuevo temblaba, él la abrazó, ella hundió su rostro en el pecho de Jose y éste, con delicadeza, comenzó a acariciar su pelo.
—¿Por qué me evitabas la mirada, Marián?
—¡No lo sé! ¡no lo sé, de verdad!, no sabría decírtelo, no te conozco, no sé apenas nada de ti, ¡no lo sé, de verdad, no lo sé!
—¡Tranquila tranquila!, está bien así. ¿Sabes?, estoy acariciando tu pelo y siento esa sensación que tantas veces me contó mi padre que tenía cuando acariciaba a mi madre ¡ese pelo de limón! decía, como el tuyo.
—¡Sigue haciéndolo!, ¡por favor!
—¿Te sientes mal ahora?
—¡No!, de verdad Jose, me siento muy bien.
María levantó la vista y la cruzó con la de Jose, era de noche pero a la luz de las farolas, él pudo ver esa lagrimilla delatora que corría por la mejilla de la muchacha.
—Me sentía desprotegida—le dijo ella.
—Pero Marián, si estás rodeada de un montón de gente que te quiere y te cuida…
—¡No lo entiendes! —le dijo ella mientras volvía a bajar la cabeza, apoyándola de nuevo y buscando ese calor en el pecho del muchacho.
El, colocando su dedo sobre la barbilla de María, la volvió a subir hasta cruzar otra vez sus miradas. Colocó su mano en el rostro de ella, y mientras que con su pulgar retiraba esa lágrima solitaria, le dijo:
—¡Lo entiendo niña, lo entiendo!
—Me pregunto que demonios me está pasando y no tengo respuesta ¡no la tengo!, eres como la continuación de tu padre, pero a mi medida. El me da todo lo que un padre puede dar a su hija, esa hija a la que le falta algo para ser feliz y un padre no puede dar ¿entiendes? Y ahora apareces tú, y estaré confusa, perdida, equivocada… ¡lo que quieras!, pero empiezo a sentir que tú has traído contigo lo que me falta para ser feliz.
—¿Y eso te asusta?
—¡Cómo no me va a asustar!, si sólo son horas Jose, horas, ¿no lo puedes entender? ¿y sabes que es lo peor?, que será cierto, que sólo son imaginaciones mías, que seguro que con el tiempo se pasarán, que todo habrá sido fruto de mi fantasía y mi soledad y sólo habrá servido para ridiculizarme ante ti y sufrir de nuevo, sólo para eso, y me lo comeré en silencio ahogándolo cada día, como quien ahoga su corazón con una almohada, viéndote a diario y compartiendo cada minuto contigo después de…
—¿De esto?
Jose puso su dedo sobre los labios de María para buscar su silencio, después le acercó hacia sí, buscó con sus labios los de la muchacha, se besaron apasionadamente, largo, muy dulce y totalmente entregados.
—Marián, verás, yo… sí, sí he querido hacerlo, porque lo necesitaba, pero ¿estás bien?
Ella no respondió y volvió a besarle como acababa de hacerlo.
—Me quedaré con esto Jose, la vida me ha querido regalar este momento, me quedo con él. No digas nada, a lo mejor es que me estoy volviendo loca o algo parecido, pero lo necesitaba.
—¡Oye para! ¡chists! ¡escúchame!... 
—No te preocupes, no volverá a pasar.
—¿Qué no volverá a pasar que? ¿esto?
Y por tercera vez, por iniciativa de él se fundieron en otro apasionado beso, en el que pusieron toda su alma.
—¡Escúchame Marián, por favor!, yo sí quiero que vuelva a pasar, ahora y todos los días ¿qué crees?, ¿qué yo no estaba pasando por algo parecido?, has roto tú como podía haberlo hecho yo, eso da lo mismo, yo también me siento encantado de estar aquí y ahora contigo y de esta forma, y sólo son horas, como dices, no me preguntes que siento por ti, porque no sabría decírtelo más que con una sola palabra ¡todo! ¿por qué?, ni idea, pero te necesito. Y ¿sabes lo mejor?, es que tú a mí también, y nos tenemos. Hay que dejar muchas cosas atrás y cada cosa habrá que procurar situarla donde le corresponda, tú, tu desgracia, yo, mis fracasos, todo ha de quedar a un lado. No te estás volviendo loca, ni mucho menos, la vida es así y no hay que darle más vueltas, hay que vivirla como venga en cada momento y sincerarse, a lo mejor mañana no lo vemos de esta forma, pero hoy sí, y hay que vivirlo. Si mañana fuese distinto, nadie se tendría que haber sentido ridículo por haberlo intentado, ni ahogar nada con la almohada, porque habremos vivido juntos lo que hasta ese momento se nos haya permitido, y guardarlo con cariño ¿entiendes?, porque nos ha salido del alma, y un alma como la tuya, Marián, no la hay en otra mujer. No nos conocemos de apenas nada, pero he visto en ti lo suficiente como para saber que eres transparente como el agua de un manantial, y abierta, has confiado y me has hecho confiar. ¡Escúchame!, nunca te arrepientas de nada.
—¡Abrázame Jose, abrázame!
Los dos se abrazaron y se besaron de nuevo. Ella ahora volvía a temblar pero de frío. La noche cambiaba por momentos.
—Bueno, tenemos que irnos —dijo María.
—Entonces… ¿soy o no soy tu amante bandido?
Los dos se rieron abiertamente y abrazados como habían ido hasta el parque, volvieron a casa. Cuando subían por la escalera, ella lo hacia en silencio. Jose le preguntó:
—¿En que piensas Marián?
—Me siento extraña, aunque quiero evitarlo es como si hubiese hecho un poco el ridículo contigo, como te decía antes. Así, tan pronto, el primer día…
Jose la detuvo en el descansillo del primer piso, el de la vivienda de Lola y allí le dijo:

—En ese caso, yo habría de sentirme igual ¿no crees?, y no es así, me ha gustado y lo quiero así, y quiero seguir sintiéndolo.
—Yo también Jose, pero estoy hecha un mar de dudas. No voy a decirte que esta noche no era yo quien te ha besado, porque sí lo he sido, y quiero seguir haciéndolo, pero algo me ha empujado sin poder detenerlo.
—La naturaleza Marián, el destino, el instinto o lo que quiera que sea. Para mí es el corazón ¿te sientes feliz?
—¡Inmensamente! ¡mucho! ¡no te lo puedes imaginar!
—Yo también, y eso es lo que cuenta y lo que vale, por algo será. ¡Ah!, si te sirve de consuelo, mi madre juró a mi padre que siempre estaría junto a él el primer día que le vio, según me han contado, tenía sólo ocho añitos, y ahí los tienes, ¡el primer día que le vio, Marián!, nunca supieron a lo largo de su vida, desde aquel primer momento, si eran amigos, novios, o matrimonio. Ellos dicen, que cuando el cura les echó las bendiciones, ya llevaban mucho tiempo casados.
—Ji ji ji… eso va a ser cosa de familia.
—¡Bah!, no creas, que yo ya vengo apaleadillo, pero bueno, tú me has abierto esa puerta y yo quiero entrar.
—Pues ya has entrado, no lo dudes.
Lola que había bajado a por un paquete de azúcar a su casa para el último de los cafés, no quiso salir directamente al oír el murmullo de la pareja, que se hablaban en el descansillo. Miró por la mirilla para cerciorarse de quien había al otro lado de la puerta, y vio a la pareja abrazados y sumidos, una vez más, en un nuevo beso apasionado.
—¡Coño! ¡Virgen del amor hermoso! ¡de tal palo tal astilla! —pensó Lola para sí misma—, ¡calla calla!, que a ti ya el primer día, el afilador te sacó filo… je je je ¡como está el mundo!, ¡pero hacen buena pareja!, eso no se puede negar. Pero ¿tan rápido?... ¡bah!, se conocerán del pueblo y no habrán dicho nada, ¡en fin, a ver si terminan!
Lola esperó a oír que se cerraba la puerta del piso de los cabreros para subir, y fue la propia María quien le abrió.
—¿Qué tal? ¿todo bien, hija?
—¡Sí!, me he espabilado bastante, sí.
—Ya te veo ya—dijo Lola sonriendo abiertamente.
María pensó acertadamente:
—Nos ha visto seguro.
—¡Sé feliz María! —le dijo Lola en voz baja—, ¡sé feliz!
La muchacha entendió bien el sentido de aquellas palabras, le devolvió la sonrisa y no dijo nada más. Durante la ausencia de Jose y María, Liando y Juanito habían estado hablando sobre la posibilidad de volver a abrir el bar de Lola.
—Pues miá Liando, me tienta la idea, me pica y mucho, pero ya sabes que yo ando mal de posibles. Allí en el pueblo no haría falta gran cosa pa llevalo, pero aquí…
—¡Miá!, esto es en sociedá, usease, tú pones trabajo y experiencia, lo demás habrá que estudialo, aluego tú mesmo verás si quiés ir cogiéndolo to de a pocos o como veas, la cosa es que no falte trabajo, pa los que vienen detrás mayormente.
—¡Hombre, es que eso es mucho!, a sabelo cuando podría pagalo.
—¿Y quien dice que tengas que pagalo tú? ¿no tiés quien lo siguiera?, y si no, ya te dicho que en sociedá. Unos ponen los posibles y tú la caeza y las manos ¿no lo ves?
—¡Bueno!, ¡a ver!, supongamos que me he decidío… 
—Pues si te decides —intervino Lola—, ahí tienes el local, eso lo aporto yo, ya tendrías la primera socia.
—¡Hay que jodese! ¡mira que me lo pones difícil!, con socias como tú ¿quién pué decir que no?
—Y echando cuentas… algo podríamos poner nosotros —dijo Paquita—, ¡ya tienes dos socios más!
—Pero yo, la cosa la cuentabilidá… 
—Deso puedo encargame yo también —dijo Liando—, que tengo quien pué hacelo, y si no, se encarga, tú no tiés que apurate.
—Mira pastor, ahora no puedo dejar el pueblo según está la tía de la Alfonsa, aunque le falta na y menos pa saltar la valla, y aluego ¿ande me meto yo aquí con el Jorgillo, el Luis y la Alfonsa?, si no tengo ni pa alquiler, como no vendiese lo de allá…
—¡No Juanito, de tan pronto no!, que en saliendo la cosa mal, algo tiés que tener ande agarrate.
—Bueno, con el bar está el abuhardillado, cualquiera de ellos, dentro del mismo paquete. A lo tonto y a lo loco tienen cada uno cuatro dormitorios, puedes escoger porque los dos están habitables, un par de cubos de pintura y a funcionar.
—Me parece Juanito que te tienen acorralado—dijo Pedro—, y cabezones parecen un rato, si te sirve en lo que yo te pueda ayudar ¡cuenta conmigo!
—¡Y conmigo! —apuntó Julián.
Fernando también ofreció su apoyo diciendo:
—Yo ni que decir tiene, ya lo sabes, como siempre ha sido, y en hablando con la Felipa, pues igual hasta se te asocia… je je je.
—¡Esto es pa velo y no creelo! —dijo Juanito—, en fin pues, es cosa de hablalo con la Alfonsa, pero amos, ya sabéis, va decir que palante, ya la conocéis. ¡Na!, ir preparando la cosa, que voy a deciros.
Cuando hubieron subido María y Jose al piso, Liando reclamó la atención de ella.
—¡María hija! ¿pués venir un momentico?, que voy a proponete algo.
—¡Dime! —respondió ella mientras tomaba asiento en la mesa.
—¡Miá hija! ¿tú podrías ayudarle al Juan en caso de coger el bar con la cosa la cuentabilidá?
—¡Contabilidad Lio, contabilidad! —dijo Paquita.
—¡Pues eso he dicho!, la contabilidá.
—¡Pues claro que sí!, mientras me repongo y busco algo después, si podría ¡claro!
—Tú preocúpate de reponerte hija—decía Paca—, y hacer lo que puedas, eso de buscar… igual hasta lo tienes hecho ya, que aquí se está generando trabajo hasta para un piloto de línea, ya ves.
—¡Hombre, ojala!, no estaría mal trabajar para el consorcio.
—¿Pa que? —preguntó Liando extrañado.
—¡Consorcio!, Eso es un grupo empresarial, distintas empresas y actividades comerciales, pero que al final son comunes, y que, bajo nombres distintos, todas aportan y son alimentadas por el mismo capital.
—¡Leches!, ¡contrátamela ya mesmo, Liando!, no vaya a escapáseme —dijo Juanito.
—¿Y el Ayuntamiento Juan? —preguntó María.
—¡Coño, pues es verdá!, ¿habrá que esperase entonces a terminar la ligeslatura?
—¡No!, puedes renunciar si quieres, pero bueno, en eso ya te ayudaré también, no te preocupes.
—¡Na chica!, en tus manos lo dejo, que en trabajando ande tú estás, más sabes tú en de secretaria que yo de alcalde.
—Ja ja ja… ¡anda ya!, no te preocupes que eso se arregla.
—Y tú Jose, que mañana a primera hora va a pasase el Higinio por el local que hemos cogido de oficinilla, —intervino Liando—, que dice que tié plan pa ti y pal Fernando, pa que os lo vayáis preparando, que dice el mu granuja, que os va a dar sólo un día de descanso por el viaje, pero que aluego vosotros os vayáis moviendo.
—¿Ha venido?
—¡No no!, ha puesto un mensaje —respondió Paquita.
—¡Perfecto!, Fernando ¿al ataque?
—¡Al ataque chavalote, cuando nos den suelta! —respondía Fernando.
—¡Hay que jodese! —replicó Julián —, si esto no es un equipo que baje Dios y lo vea.
Cuando parecía que nadie le veía, Jose hizo un guiño a María y ésta le insinuó un beso en el aire. Liando, que en ese momento tenía la cabeza baja con la revista aquella de donde nació todo delante de él sobre la mesa, alzó la vista por encima de las gafas de leer, justo en el momento del romántico intercambio de gestos. El cabrero se sonrió y volvió la vista al papel.
—¿De que te ríes, Lio? —preguntó Paca.
—¡Na hija!, que to va saliendo y que al final… —dijo mirando a la pareja recién subida del parque—, ¡to se quea en casa!
—¡Claro, consorcio! —dijo Paquita.
—¡Sí sí, consorcio! ¡eso eso!
—Por cierto ¿los niños? —preguntó María.
—Ahí están, en la salita del fondo con un juego de palabras. Están tan entretenidos —respondió Paca.
—¿Cómo está la noche, chicos? —preguntó Lola a la pareja.
—Frío no hace, calor tampoco, pero no se está mal —respondió Jose.
—¡Que, Julianico! ¿invitamos a estos a una copichuela en el Cigalo Amarillo?, ese cierra tarde.
—¡Venga pues!, si se apuntan…
—¡Que leches!, ¡venga, yo también bajo! —añadía Juanito.
—¡Cuenta conmigo paisano! —respondió Fernando.
—¡La noche es joven! —dijo Pedro—, es un decir, que vosotros parecéis una excursión del Inserso.
—¡Anda ya, chalao! —exclamó Julián.
—¿Bajáis vosotros, chicos? —preguntaba Lola.
—Yo me quedo, no quiero abusar por ser el primer día, no me vaya a coger un resfriado y se me complique la cosa—dijo María.
—Yo también me quedo, voy a ver que me he traído por si tuviese que buscar algo mañana temprano—intervino Jose.
—¡Venga Liando!, si estos se quedan, vámonos, que día pasado es día perdido, si total es un ratico nada más —dijo Paquita a su marido.
Tan sólo quedaron en casa, María, Jose y los niños.
—¿Estas mejor Marian?
—¡Sí, mucho mejor!, gracias Jose, voy a ver a los chicos, habrá que pensar en acostarlos.
—¡Venga vamos!
Jose ayudó a María a levantarse, retiró amablemente la silla y tomándola del brazo le ayudó a salir hasta el pasillo ante aquel mar de sillas.
Los niños estaban en ese momento tratando de formar una palabra, y ellos decidieron esperar a que lo hicieran. 
—¡Diez minutos sólo, niños! ¡y luego a dormir! ¿vale?
—¡Vale mamá! —respondió Marieta.
—¡Vale! —respondió Jorgito también.
—¿Y estos como van a dormir? —preguntó Jose.
—¡Pues mira!, en mi cuarto, cada uno en una cama, ya algo han preparado hoy. Yo me paso al de Higinio esta noche, y mañana ya veremos como lo hacemos. Camas hay de sobra pero la ropa se ha ido gastando. Mañana que tengo visita en el hospital, compraré unas sábanas y un edredón para el chico, ¿quieres que te busque algo?, porque lo que te ha subido Lola, la verdad es que un poco pasado sí que está ¿no crees?
—Iré contigo al hospital, ¡si tú quieres, claro!
—¡Oye sí!, así sacamos el coche y lo movemos un poco. Tu conduces ¿no?, dijo Fernando que os fuisteis turnando.
—¡Sí claro!, puedo llevarte en coche, en moto, en autobús, ¡como prefieras princesa!
—Je je je… amante, ya veo que sí, pero bandido… también ¿eh?
—¡Un poco sí!... je je je.
—Bueno, pues vamos a ver como han preparado las habitaciones entonces.
—¿Está todo perfecto? —preguntó Jose después de ver los dormitorios.
—¡Todo bien! —le respondió la muchacha.
Entraron al dormitorio de Jose.
—Este es gemelo al de Higinio, tal para cual. Oye Jose, una pregunta, y no quisiera… ya sabes, eso de meterme donde no me llaman… pero…
—¿Pero que, Marian?, no temas, dime.
—A ver mira, nosotras, Marieta y yo, estamos de forma temporal, cosa que agradezco de corazón a todos. Estamos en casa de tus padres y no somos familia, aunque de otra forma sí lo seamos. Liando y Paquita nos han dicho muchas veces que los registros son una cosa y los sentimientos otra, pero ¡bah!, supongo que en cuanto esté yo en condiciones, lógicamente continuaremos nuestra vida.
—¡Para para para, Marian!, dejemos al tiempo hacer su trabajo, el futuro está por ver.
—Bueno sí, pero lo que quería preguntarte es otra cosa, una tontería, verás.
—Pues tú dirás Marian, ¡venga!, que pareces temerosa.
—¿A ti no se te hace raro ver en tu casa una habitación que es de tus primos, y siempre de forma permanente?, no me entiendas mal, es simple curiosidad, es que estas situaciones, no las he vivido nunca, Jose.
—¡Anda! ¿y eso te daba miedo preguntar?
—Miedo no, reparo.
—¡Bah, no te preocupes, verás! Higinio para mis padres es otro hijo, y para mí, lo de primo, se me queda muy corto, es mi hermano. Tenerlos a ellos aquí, a él y a Julita, es como tener a mi hermano y su mujer en casa. Yo a ella la conozco por fotos y de hablar por teléfono, y es una tía fenomenal, mañana posiblemente la conozca en persona. Higinio siempre se ha preocupado por todos y en especial por mis padres cuando yo no he podido, será raro pero es así, él es mi hermano y aquí está su casa también, y la tuya Marian. Nosotros tampoco nos conocíamos, sé que subías a casa de mis padres en el pueblo y sé la estima que te tienen. Siempre he pensado que tenía una hermana y una sobrina y que llegaría el día de poder conocerlas… je je je. Pero bueno, hermana lo que es hermana, en fin, no me esperaba esto y tú tampoco, ya lo sé, pero ha surgido y lo queremos, yo al menos.
—¡Y yo Jose, yo también!, porque me está llenando mucho y me hace sentir distinta.
—Pero no nos conocíamos y ya ves, yo ya te quería a ti y a la niña, de otra forma, claro, pero ya te quería, por eso quizá me ha sido más fácil a mí, a fin de cuentas te tenía.
—¿Y ahora que va a pasar?
—Lo que tenga que ser, será, Marian, deja el tiempo actuar y siempre tienes que verlo como algo natural, que habrá de seguir o no, eso se verá, pero el cariño nunca puede perderse, somos personas y por ello razonamos, algo habrá funcionado antes para que estés aquí. Ahora, a lo mejor la situación, aunque precipitada, la queremos porque nos llena, no nos ha dado tiempo a pensar, pero de no resultar, siendo razonables, quedará lo anterior, de una forma u otra siempre nos tendremos, ¡eso no lo dudes!
—Mañana te ayudaré a hacer la cama. Ojalá pasado el tiempo que tenga que pasar, pueda ayudarte a deshacerla, y si no puede ser así, por lo que fuere, siempre podremos ayudarnos en otras muchas cosas ¿no crees?
—Si te dijera lo que pienso viendo la cama…
—Yo también lo pienso, nos lo pide el cuerpo, nos lo pide el corazón. Llegará, no te preocupes, si tiene que llegar, llegará.
—¡Mamá mamá, ya la tengo!
—Vamos Jose, hay que acostarles ya.
—¿Catedral? ¿y eso era tan difícil hija?, ¡anda venga ratoncillo! ¡a la cama que es tarde!
—¡Mañana ganaré yo! —exclamó Jorgito.
—¡Seguro campeón! —le animaba Jose.
Cuando los niños quedaron acostados, la pareja salió al salón, se encendieron la televisión y se sentaron en el sofá. Ella recostó su cabeza sobre él.
—¿Tienes frío? —le preguntó el muchacho.
—¡No, frío no, sueño!
—Acuéstate si quieres, yo les espero aquí.
En sólo unos instantes, ella se quedó dormida sobre él y él no tardó mucho en cerrar los ojos para entregarse al sueño. Cuando llegaron los demás a casa, la imagen era de lo más tierna, él, recostado sobre el brazo del sofá, a sus pies Cristóbal, y María recostada sobre Jose. Su cabeza en el pecho del chico y los dedos de éste, perdidos entre la rubia melena de ella. ¿Quién se atrevía a romper el encanto? Le tocó a Paquita deshacer el hechizo susurrando al oído de la bella durmiente:
—¡Eh María hija! ¡a dormir! ¡venga cariño a la cama! ¡que ya es muy tarde!
María reaccionaba lentamente a los dulces susurros de Paquita.
—¡Vamos cielo, que es tarde, a la cama! —le decía Paca al tiempo que le acariciaba el rostro.
Despertó antes Jose, quien dijo a Paquita también en voz baja:
—¡Espera mamá!, está muy cansada y muy dormida, espera, yo la despierto.
Y comenzó a acariciarle la cara, haciendo que su dedo índice tocara la punta de la nariz de la muchacha con intención de provocarle alguna que otra cosquilla. Al mismo tiempo le decía:
—¡Vamos mujer, a la cama, que se está más calentita! ¡vamos chiquilla! ¡vámonos a la cama!
—¡Hijo! —replicó Paquita sonriendo.
—Es un decir, mamá, ¡a ver si me entiendes!
—¡Ya ya! —se decía Liando para sus adentros —, Anda que has perdío tú el tiempo, zagal.
—¡Vamos María! —repetía Jose.
Ella comenzó a reaccionar, posó sus labios sobre la mano de Jose y la besó, luego, lentamente, abrió los ojos y vio a Paquita que le decía:
—¡Vamos hija, que aquí te vas a quedar helada! ¡a la cama!... ji ji ji.
María comenzó a caer en la cuenta cuando Jose le dijo:
—¡Que sueño tan profundo tienes María!... je je je.
Ella se dio cuenta de que estaba echada sobre él, se incorporó, le miró y le dijo como quien intenta disimular:
—¡Ay, perdona Jose!, es la medicación que me deja grogui.
—Je je je… —reía Liando para sus adentros —, Liandil complex, eso da una sofocación…
—No te preocupes María, estaba cómodo, también yo me he dormido.
—Bueno, yo me voy aplicame un cafecico con leche y masobino en el catre —dijo Liando.
—¿Puedes poner dos papá? —dijo Jose.
—¡Claro hijo!, voy pallá.
María se levantó, ayudada por Paquita.
—¿Quieres algo antes de acostarte María?
—Un poquito de leche desnatada, mamá, si no te importa, ahora me da un poco de frío.
Jose se levantó del sofá y cogiendo la cazadora de María se la colocó sobre los hombros. Al hacerlo, con mucha delicadeza y pretendida discreción, le hizo una caricia en el rostro, pero pudo darse cuenta de que Paquita había seguido sus movimientos. Rápidamente, Jose puso su mano sobre la frente de ella diciéndole:
—¡Pues María, chica!, fiebre no parece que tengas ¿eh?
—No, debe ser un ligero destemple nada más.
Paquita no sabía si reírse o sonreír, pero los músculos de su cara tenían más fuerza que ella intenciones de contenerse.
—Ji ji ji… bueno, voy a por la leche ¡va!
—Yo ya traigo el café —dijo Liando desde la puerta del pasillo—, ¡abrir paso!
Cuando Jose colocaba las tazas, veía como su padre padecía el mismo mal de tirantez en el rostro que su madre. Tampoco él podía evitar esa sonrisa a punto de romper en carcajadas. Todos se sentaron, todos menos Fernando y Juanito, que decidieron quedarse unos minutos más con Lola y Julián en el Cigalo Amarillo, minutos que se iban alargando.
—Mañana iré yo también al hospital con María, vamos a sacar su coche —dijo Jose.
—¡Ah vale!, entonces no tengo que llamalo al Andrés —respondió Liando.
—Bueno, en ese caso, yo me quedo con los niños —dijo Paca—, y cuando vengáis, voy con la Lola a comprar cuatro cosas, si os parece ¿te importa María?
—¡No no, en absoluto Paquita!, haz lo que tengas que hacer, viniendo Jose voy muy bien.
—¡Cuídamela Jose! —dijo Paca a su hijo cogiéndole la mano—, cuídamela mucho, ¿eh? ¡pero mucho!
—¡Mamá!, que sólo vamos al hospital, no al fin del mundo. 
—¡Cuídamela mucho! —repitió Paca apretándole la mano.
El creyó comprender ese gesto y pensó para sí: “demasiado evidente”, miró a María y le sonrió, le hizo un gesto como diciéndole: “para mí que se huelen algo” y dijo sin dejar de mirarla:
—¡La cuidaré mamá!, no te quepa la menor duda.
—Je je je… ¡toma pájaro!, ¡el azúcar!, como los señoritos, aterronao, que me lo he agenciao de ahí bajo.
—Tu no cambias ¿eh pastor? — dijo Jose a su padre.
—¡Bah! ¡pa que!, ¡a mi edá!, ¡tontunas!... cada cual tié que selo como tié que selo… je je je.
—Bueno papá, mañana empezamos ¿no?
—¡Mañana!, dijo el Higinio que nos daba un día de gloria por la cosa el viaje, de paz y descanso, pero eso tendrá que selo pa vosotros, por que él y yo no nos perdonamos ni un día ¡a ver que planes trae el zagal!
—Buenos serán, ese chico es un máquina, papá, si la cosa no va, seguro que no será porque él no le ponga ganas y entendimiento.
—¡Eso sí!, pero tampoco esperís que os lo de to masticao, poner también vosotros la sesera a funcionar.
—Je je je… ¡tranquilo!, que al menos a mí aún me funciona el disco duro ¡hombre!
—¡Y la antena los wifises!, me huelo que también.
—¡Coño papá! ¿y tú como sabes tanto de eso?
—¡La edá hijo!, la edá y las cercunstancias.
—¡No!, digo de las antenas wifi.
—Pues eso hijo, la edá y la vía que uno ha tenío.
—Pues no veo en que…
—¡Na!, tu primo, que ahora quié meteme en esos mundos letrónicos.
—¡Ah!... je je je, pues nada, la red es tuya.
—Si fuese mía, ya la habría vendío.
—Oye papá, que eso no es tan malo.
—Miá hijo—decía ahora Liando con otro tono—, las cosas hayan de venite tarde o hayan de venite sin esperátelo y de sopetón, hay que dales su buen uso, el correto y no desgracialas. To los caminos son buenos, salgan cuando hayan de salinos, pero antes de tomalos, hay que saber cuando dejalos y dejalos bien, sin habelos estropeao antes. Si el camino es bueno, palante, pero en antes hay que asegurase, como en la letrónica ¿me has entendío hijo?
—Creo que sí papá, creo que sí.
—Pues eso hijo, pues eso ¿tapetece un Soberano?
—¡Venga!, y con eso nos vamos a dormir, que mañana se madruga.
María se levantaba ya para irse a la cama.
—Bueno familia, una que se va al sobre.
María dio las buenas noches a Paquita y a Liando, luego miró a Jose diciéndole:
—¡Hasta mañana Jose!, que descanses.
—¡Hasta mañana Marian!, que tengas felices sueños.
—¡Vaya!, Marian… ji ji ji —se reía Paca para sus adentros.
María no retiraba la vista de Jose.
—Oye, perdona si antes te he incomodado, es que me duermo enseguida con…
Jose se levantó y fue hasta ella, la cogió por los hombros y le dijo:
—Ya te he dicho antes que yo encantado, mujer. ¡venga, a dormir!, que si no mañana el hospital…
Ella seguía mirándole fijamente y le besó en la mejilla. El hizo lo mismo y muy bajito, casi para que ni lo oyese ella misma, le dijo:
—Te quiero Marian.
—Y yo a ti, bandido.
—Venga señorita, que como dice el de El Villar, ¡que pa mañana es tarde! —le dijo Jose subiendo el tono de voz y acabando con una risa.
—¡Hasta mañana a todos! —dijo ella.
—¡Hasta mañana María! —respondieron todos.
Cuando la muchacha hubo entrado en su habitación, Paquita se dirigió a su hijo:
—Os veo muy unidos, eso me gusta hijo, espero que sea siempre así.
—Mamá, la tratáis como a una hija, yo tengo que ser consecuente con ello y es muy buena chica, siempre me lo habéis dicho cuando me habéis hablado de ella.
En ese momento entraban Fernando y Juanito a casa.
—¡Hombre, menos mal! —dijo Fernando—, pensaba que os habíais acostao ya, y nosotros pa eso de los ruidos…
—¡Bah!, y que más da, pa eso os hemos dejao la llave, general —respondía Liando.
—Acaba de llamarme la Alfonsa, Paca —dijo Juanito—paice que hay una ligera recaída, mañana en cuanto venga el chico y les diga a éstos lo que sea, tiramos pallá sin falta.
—¡Oye!, que si os tenís que ir antes, problema no tié porque habelo, ya sabéis —respondía Liando.
—No, no tapures, que sólo es una recaída leve, no está la tía pa ise esta mesma noche, y atendía está, que se ha ío medio pueblo a su casa y la Alfonsa con ellos.
—La Felipa ha dicho que también se subía mañana con nosotros —dijo Fernando.
—Bueno, cuando lleguéis, con lo que haya, llamáis —dijo Paquita.
—Pierde cuidao, que así se hará, Paquita.
—Ahí tenís café, zagales, si os apetece un poquico—propuso el cabrero.
Se sentaron los dos amigos a la mesa con sendos cafés.
—Liando, lo dicho en antes, hablao con la Alfonsa por encima, está —decía Juanito al cabrero—, no he podío entrale en detalles, pero mucha falta no va haceme, que dice la Alfonsina que en el pueblo no le quea na, y que no es futuro pa los chicos, así que en dejando a la tía recibía en tierras, y me da que ya le viene llamando la de la sombra por la vega, en cuanto digáis, ya habéis oío.
—Bueno, pues será cuestión de irlo preparando —dijo Jose.
—¡Eso!, entre el Higinio y tú, por afuera, y la María con las cuentas por los adentros, podís ir echándolo palante ¿no Jose? —preguntó el cabrero.
—¡Claro!, no hay problema.
—Pero ¡ojo!, que pa ti y pal Fernando hay mucho plan también, que paice que es lo que seguro os va a traer el Higinio mañana ¿vas a poder con to?
—Habrá que poder, papá.
—Nos toca movernos, chaval… je je je —rió Fernando.
—Al Luis, a ver que le dicen mañana, que si no hace na con el Dionisio podrá echaros una mano aquí, digo yo —apuntaba Juanito.
—¡No lo dudes Juan! —apuntaba Paca—, pero si se puede ir sacando sus cuartos, mejor que mejor, luego, una vez que esté en marcha, que decida él mismo.
Así estuvieron hablando unos minutos de sus cosas. Liando y Fernando habían quedado en madrugar algo más que los demás, para acercarlo con Cristóbal al parque Tierno Galván, tenía intención de despedirse de él a su manera, entre pastores, luego ya verían la forma de volver, seguramente volvería Fernando a recoger a Cristóbal ya camino del pueblo, y el pastor volvería en autobús o en metro a casa, o simplemente esperaría a que Jose y María, pudiesen pasar a recogerle.
Antes de acostarse, Liando bajó a Cristóbal al patio.
—No has de apurate soldao, ya no volverás a dormir aquí apartao, tú ya tiés tu sitio de natural, y ahí es donde tiés que estalo —le decía al perro mientras se fumaba un cigarro con él en la entrada de el portal—, no voy a negate que me ilusioné mucho en viendo el patio, y comprendí que podía traete, pero uno también se equivoca que también es humano y no perro. Voy a echate de menos compañero, voy a echate de menos. Bueno, ¡venga, pa dentro!, mañana te sacaré pronto.
El pastor acariciaba al perro y el perro comprendía el sentido de aquellas caricias. El cabrero le había hablado sentado en el escalón de la puerta, y el perro mantuvo apoyada la cabeza en su pierna, igual que lo hacían en el pueblo. Pero ante sus ojos, no se vislumbraba la sombra del álamo, ni se veía la valla del corral, no llegaba la luz de las estrellas y la luna se escondía detrás de una azotea, tan sólo unos coches perdidos en la noche y el último autobús que ya se recogía. No era su lugar, en realidad, no lo era de ninguno de los dos, pero como decía Liando “yo por ser presona, no perro, lo tengo pior. Por pensar como presona, dejo de ser libre, tú por ser lo que eres, decides con libertá y por ser libre, has de buscar tu lugar”. Cuando Liando entró a casa de nuevo, Jose estaba dejando sobre la mesa sus cámaras fotográficas, las de video, cuadernos, tarjetas de memoria, bolígrafos, todo aquel material que entendió que le haría falta para comenzar su trabajo.
—Vaya arsenal, chiquillo —dijo Liando al ver aquello.
—Cada soldado con sus armas, capitán —respondió Jose—, mañana, después de ver a Higinio recojo esto, es para ver si me falta algo.
—Pues yo me voy a la cama chico, que por lo que veo, ya están tos asobinaos, y estoy ya que no me lamo.
—En un par de minutos me voy yo también papá, que descanses.
—Y tú también hijo, que duermas bien.
Liando se acostó, y al poco tiempo Jose se iba para su cuarto. Vio la puerta de la habitación de María entreabierta, la que en realidad era de Higinio y Julia. María la había dejado así para que la niña, en caso de necesidad, encontrase menos dificultad en llegar hasta ella. Jose entró en su propia habitación y escribió una nota en un papel. Luego, con mucho cuidado, entró despacio en la habitación de María, y ayudándose sólo de la poca luz que se filtraba por los agujerillos de la persiana, llegó hasta ella, la besó en la mejilla y colocó la nota sobre la almohada y salió de allí. Cuando María sintió el beso, aún no estando completamente dormida, no quiso abrir los ojos, se sonrió, después, al sentir el rostro de Jose tan cerca, el corazón se le disparó, tomó aíre en una larga inspiración, aún sentía el aroma del masaje del afeitado que usaba él, y contuvo la respiración como queriéndolo guardar dentro de ella, tanto como pudiera. Cuando Jose salió de su dormitorio, esperó a oír como cerraba el de él y encendió la luz, buscó el papelito que le había sentido dejar y lo leyó:
“Marian, hace ya muchos años, mi madre, el primer día que vio al pastor le prometió que siempre estaría a su lado hasta el final de sus días. Hoy soy yo quien recoge de nuevo esas palabras y las pone en tus manos. Si tu quieres, estoy dispuesto a vivir contigo cada día de mi existencia, deja que sea yo el pastor que cuide de tus ovejas, te quiero rubia”.
Ella, después de leerlo miró al cielo, al que intuía tras la ventana, apagó de nuevo la luz, se llevó aquella nota a su pecho, y así, sujetándola contra sí misma y plena de ilusión, quedó sumida en un profundo sueño, el que alcanzó después de repetir infinidad de veces, las palabras “te quiero”.

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