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¿A qué jugaban nuestros protagonistas en su infancia?                                        

LA MOJÁ

Liando continuaba con su sueño, recordaba tiempos pasados de su niñez con Paquita, dentro del relato de ese sueño pasó la mañana y la comida también. El pastor contó a su madre cómo había ido la jornada escolar, que como estamos viendo, se reducía tan solo a la mañana. Agustina puso al chico al día de las casi inexistentes novedades habidas y cuando llegó el momento, Liando dijo a su madre:

—Madre, me voy a casa el tío Juan con Frasquita, a ver si puedo echar una mano, mañana viene ella aquí, que quiere ayudar con el queso pa aprender.

—Bueno hijo —respondió la madre—, vete si quiés.

—Aluego subiremos a la era, si necesita usté algo nos manda a la Rufa como otras veces.

—Bueno hijo, no te preocupes, que ya la mandaré si eso.

—Madre, ¿sabe usté andestá la flor?

—Ahí la tiés, en la alacena dadentro, tiés que coger una silla que está en to lo alto. ¿es que vais hoy a la Mojá?

—Sí madre, que hace ya mucho ende la última, y habrá que ver quien sigue, por si saliera de concurso otra vez.

—¿Está el chico el Fausto, el del gallinero?

—Hoy sí, madre.

—Miá Liandico, quel Fausto no le ganó una a tu padre y tu padre eso lo lleva muy a orgullo, tú no vayas a descuidate y vaya a ganate. ¿Y a la piedra? ¿vais a la piedra?

—Sí, también, ya lo sabe usté.

—¿Y el Felipe va?

—Sí, pero pierda usté cuidao que en yendo la Paquita… na tié que hacer.

—El padre del Felipe ganó el marrano cuando tu padre cumplió los dieciséis, eran otros tiempos, si algún día vuelven tenéis que dejar el honor de la familia bien en lo alto Liando, que tu hermano ya estará afuera, tú a sabelo y el que viene aquí dentro no sabemos como va salir, hijo.

—Sí madre, pero la Paquita aluego igual se irá también y no es de la familia.

Agustina se le quedó mirando, puso sus manos en los hombros del chico, después en sus brazos y poniendo sus ojos a la altura de los de él, le dijo:

—Hijo, tú eres muy joven pa entendelo, a lo mejor tu madre no va a llegar a velo aquí, pero andesté sí que va a velo, que tú y esa niña vais a crecer juntos y juntos sus haréis mayores y andesté el uno ha de estar el otro. A tu edá hay cosas que aún no te se adivinan y que tú no pués velas, pero a la edá de tu madre se ven, ¿es que no pués ver que no sabéis ni aún respirar si no es el uno con el otro?... je je je ¡Anda zagal!, coge la flor y pierde cuidao, que si ha de volver a celebrase el marrano, tu piedra o la de ella ha de traelo pa la casa.

Liando hizo un gesto como encogiéndose de hombros, dijo: “Bueno…” y una vez que cogió la flor salió rápido como un avión sin frenos en busca de Paquita. Llegó a casa de la niña, ella ya le esperaba y lo hacía con un tirador en la mano. Cuando entró Liando, Frasquita le preguntó:

—¿No sería mejor este, Lio?

—Yo creo que el de nudo, ¿por qué lo dices?

—Porque desde la última creo que tengo el brazo más largo, y si vamos a piedra chica, con este tiro más de tensión y a piedra pequeña que vuela mejor.

—¡Rediósla, Paquita!... vale, ese pues, déjamelo.

Liando tensionó un par de veces el tirador, hizo un amago de tirada y dijo a Paquita:

—¡Es verdá! algo más grandes sí somos ende la última, a mí me va mejor, bah, llevamos este pa los dos, y el mío pal desempate a la caza, si es que ha de habelo, pero escucha, de no ganar yo y tirar tú con el Felipe, tiés que ganale como sea, si ha de venir el cochino cuando haya de venir, tié que ser pa nosotros ¿me entiendes? no pué ser pal Felipe nunca, ¡a ver si me comprendes!

La niña puso su mano en la cara de Liando, él la tenía cogida por los hombros y se volvieron a abrazar. Ella le dijo en voz baja:

—Tú a concentrate en lo tuyo, que al momento del juego, en eso yo no puedo hacelo por ti, y del tiraor pierde cuidao que voy a ganar.

Al separar sus caras los dos chicos, Paquita terminó de decir a su amigo:

—Aunque juegue contra ti, voy a ganar.

—Si lo haces malegraré como si fuese yo mesmo —respondió él— y bueno, ¿ahora que hacemos?

—Yo voy a terminar de ayudale a mi madre, tú hoy no tiés que ayudar, vete preparando la flor, ahí en el fogón lo tiés to, Liando, ¿la has traío?

Liando sacó un pequeño paquete de su zurroncillo.

—¡Aquí la tiés!

—¡Pues andando, hala, a preparala! que aluego nos vamos al corral de la tuerta pal entreno —respondió Paquita.

Y cada uno se puso con lo suyo. Al cabo de un rato, Paquita había terminado sus quehaceres con la casa y Liando tenía la flor preparada.

—¿Has dejao para el juego, Lio?

—Sí, habrá de sobras.

—Vale, cógela, yo ya llevo el tiraor.

Los dos chicos metieron todo lo necesario para su entrenamiento y se fueron al lugar elegido para ello. Cuando llegaron, Liando rápidamente se dispuso a hacer uso de su “dopaje” natural, sacó una botella de lo que llamaban flor y que había preparado anteriormente, le dio un buen trago, luego otro y después los necesarios para vaciarla, mientras, Paquita hacía buen acopio de chinas  y pequeñas piedrecillas para poder utilizarlas como proyectiles con sus tiradores, los comúnmente llamados “tirachinas”. Prepararon las dianas, una buena colección de botes que guardaban en aquel corral abandonado, algún que otro plato viejo y diferentes objetos en desuso que, con el tiempo, fueron acumulando a tal fin. Cuando toda la plataforma de tiro estuvo preparada Paca preguntó a Liando:

—¿Tenemos la vara?

—Sí —respondió Liando— dentro el casillo.

Paca entró al casillo medio derruido y recogió una vara de madera que allí guardaba Liando, una vara recta de aproximadamente un metro y medio de longitud, dividida en marcas equidistantes unas de otras aproximadamente medio metro, y la dejaron apoyada en una de las paredes, después de haber comprobado bien que se encontraba en perfectas condiciones para su uso.

—Primero tiramos y cuando te venga, avisa con tiempo Lio, que es importante, ¡tenemos que ganar!.

—¡Pierde cuidao Paquita, amos pallá!

Estuvieron practicando el tiro con el tirachinas. Paca era una virtuosa del “arma” en cuestión, y ¿quién dice que de poner uno hoy en sus manos, no nos diese alguna sorpresa? Acertó a todo lo que se le puso a prueba en cualquier tamaño o distancia, era imbatible. El cabrero practicó de igual modo en igualdad también de condiciones, tanto en distancia y dimensión del blanco, como en el número de oportunidades, pero falló en los más pequeños. Dos errores hicieron que, de momento, Paquita fuese superior en habilidad y puntería. Iban a comenzar una nueva ronda, cuando de pronto, Liando avisaba a su amiga diciendo:

—¡Ya Paquita! ¡Ah! ¡me viene, me viene! ¡corre, la vara! ¡aprisa aprisa!

Paquita salió corriendo, cogió la vara y se situó junto al chico.

—¡Aguanta Lio, aguanta! ¡Un poco más, un poco más!

—¡No puedo Frasquita! ¡no puedo!

—¡Un poco más! ¡solo un poco más! cuento hasta tres y disparas. Uno, dos… y… tres, ¡YA!

A la velocidad del correcaminos, Liando se bajó el pantalón como si llevase los bolsillos llenos de piedras, se cogió fuertemente a su “arma”, su Leoparda y conteniendo la respiración hasta ponerse casi morado, esperaba un nuevo “ya” de Paquita. Su amiga le dirigía:

—¡Sube! ¡súbela un poco! ¡un poco más! ¡estira, estira! ¡YA!

Liando soltó todo el aire con fuerza e hizo su disparo gritando:

—¡TOMA MOJÁ, TOMA MOJÁ, TOMA MOJÁ!

Paquita gritaba a Liando:

¡Así así! ¡muy bien! ¡campeón! ¡buena meá! ¡la mejor, sí sí sí! ¡tenemos la mejor pilila! ¡sí sí sí!

Cuando hubo terminado por fin Liando su ensayo estaba exhausto, aquello escocía como si le hubiesen puesto unas brasas ahí mismo, no podía apenas subirse el pantalón. Paquita, a toda prisa, comenzó a medir la distancia de chorro que había conseguido Liando.

—Una… dos… y… ¡dos marcas! ¡Liando!

La niña comenzó a saltar dando vueltas de alegría y gritando:

—¡Sí sí sí! ¡hoy ganamos Lio! ¡hoy ganamos!

Estaba que se salía de contenta, ella, sin un solo fallo en la tirada, él había superado la marca del último ganador. Liando, casi extenuado, no podía apenas hablar y a media voz le decía a Paquita:

—Mi padre llegó… a dos… a dos y cuatro… cuatro… marcas.

Liando, tras el esfuerzo se había dejado caer al suelo, Paquita, mientras le ayudaba a incorporarse le decía:

¡Tú también llegarás, pierde cuidao!

La niña, una vez se hubo incorporado Liando, apoyó los brazos del muchacho en sus hombros, con exquisito cuidado y muy minuciosamente, examinó la Leoparda de su amigo, igual que un tenista haría con su raqueta después de un mal golpe, o como lo haría un golfista con su palo después de tocar el suelo al golpear la bola y comprobando que todo estaba en orden, colocó el útil de concurso en su sitio y puso el pantalón del chaval donde le correspondía y en orden de revista.

—Hoy ganamos, Liando, eres el mejor en esto, ya te lo dijo tu padre, como él lo fue y lo fue tu abuelo.

La pócima que utilizaban como dopaje, no era sino manzanilla natural, la que nos viene hoy empaquetada en cajas de sobrecitos para infusiones, pero aquella recogida en el campo por Venancio para estos menesteres, entre otros, y usada reglamentariamente para este concurso y de forma totalmente legal.

Ya cerca de la hora a la que habían quedado y con el cabrero totalmente recuperado, Paquita hizo una última comprobación en el arma de su amigo, tal y como Agustina le había enseñado.

—¿Te duele Lio? —le preguntó al mismo tiempo que presionaba un poco con la yema de sus dedos.

—Nada, nada Frasquita hija, como nuevo.

—Pues no se ve nada raro, Lio. ¡Hoy ganamos de fijo!

Los dos niños partieron hacia la plaza. Allí esperaban ya la mayoría de los chicos y Vicentina, que tiraría a diana sola y mediría a Jacinto en la “Mojá”, actuando de equipo y juez de medida. Como lógicamente, las dos chicas no podrían competir en este juego, se les consideraba parte imparcial, y por lo tanto actuaban de jueces. Cuando llegaron los que faltaban se sentaron en la pileta de la fuente, sacaron sus botellas de flor, los que las llevaban. Liando sacó su segunda botella y todos dieron buena cuenta de ellas. Felipe también utilizaba el mencionado sistema de dopaje, que como estaba al alcance de todos como hemos referido anteriormente, era totalmente legal y admitido sin problema en el juego. Los otros tres restantes competidores lo hicieron con agua “corriente”, lo de corriente lo decían por “normal”, porque al fin y al cabo, era de pozo.

Acabaron todos con su aproximado litro de líquido y partieron hacia las eras mas altas. Decidieron esperar a los efectos del brebaje, por aquello de no interrumpir el tiro por premura de la competición, algunos sintieron esos efectos antes que otros, por lo que todos decidieron concursar “de a turnos”, de forma individual y según las prisas de cada cual, excepto los dos que se consideraban mejores, que lo hicieron juntos, Jacinto y Liando.

Los tres primeros llegaron a las marcas más o menos esperadas, una vara y media uno y una vara y tres marcas los otros dos, si bien es cierto que entre ellos no hubo empate  porque entre las marcas, había una diferencia de unos pocos centímetros entre resultados. Cuando tocó turno a los dos últimos, Paca preguntó:

—¿A la vez?

Ellos se miraron y asintieron con un gesto de afirmación.

—¡A la vez! —respondió Liando.

Las chicas, tras pasar revisión de armas cada una al concursante de la parte contraria, por actuar de juezas y comprobar no haber engaño de ningún tipo, se colocaron cada una al lado de su compañero, Paca junto a Liando y Vicentina junto a Jacinto. Felipe daría la voz de mando.

—¿Estáis listos? —gritó Felipe.

Los dos concursantes ya tenían sus apreturas, y ahí se les veía a ambos aguantando como héroes, poniendo todo tipo de caras y gestos raros, sobre todo de sufrimiento.

—¡A la de una!

—Acuérdate de tu padre Lio —decía Paca a su amigo en voz baja.

—¡Y tú del tuyo! —dijo Vicentina a su concursante.

—¡A la de dos! —seguía Felipe.

—¡Venga, venga que vamos a ganar Liando! —insistía Paquita.

—A la de… ¡TRES!

Los pantalones cayeron como si tirantes anclados al suelo llevaran. Ellos con una mano en la espalda y con la otra dirigiendo su arma.

—¡Amos Lio, amos! ¡sube que vas bajo! ¡súbela más! ¡ahí ahí! ¡ahora!¡estira, así así, estira! ¡ahora, empuja empuja empuja! ¡Así! ¡preparao!

Vicentina hacía lo propio con Jacinto, aquello era un griterío desenfrenado.

—¡Amos amos, Jacinto!

Los chicos hicieron un último esfuerzo y Felipe gritó:

—¡YA!

Con un grito como el que daría un romano atravesado por la espada de un cartaginés, hicieron su correspondiente disparo. Jacinto, burlando la ley de la gravedad, parábola hiperbólica, sacrificando longitud en base a la altura. Liando seguro, trayectoria casi recta, con fuerza, bien dirigida por Paca. Los dos chicos lo dieron todo, tanto que sus disparos se salieron fuera de la zona predispuesta, impactando en la hierba. Liando terminó el suyo. Jacinto, más pródigo en munición, le sacó dos segundos, pero no contaba intensidad, sino sólo la longitud y la profundidad de impacto. Quedaron extenuados, las chicas se dispusieron a medir, no sin antes asegurarse de que caballero y arma se encontraban bien, ellos cayeron al suelo, quedando panza arriba, casi sin aliento. Paquita con su vara en una mano, puso la otra sobre el hombro del chico y le preguntó:

—¿Estás bien Lio?

El le respondió como pudo:

—No sé… ¡mareao!

Ella, como lo hizo también Vicentina, ni corta ni perezosa, cogió de nuevo el útil de concursar de su amigo y estirando delicadamente un poquito, le volvió a preguntar:

—¿Te duele?

—No, Paquita —respondió el cabrero— ¡rápido, mide mide!

Las dos chicas midieron dos varas y una raya, pero faltaba lo que se había salido fuera de los límites de la pista, dudaban como medir porque era hierba y no se veía bien la marca. Se daba la circunstancia de que un poco más abajo, como a unos cien metros, había un corral en uso, y en él un aldeano. Las chicas dijeron:

—¡El tío Fermín, amos!

Echaron a correr en busca del paisano, él las vio venir a todo correr y salió a su encuentro.

—Tío Fermín ¿pué usté venir un momento?—preguntó Paquita.

—¿Y eso? —preguntó a la niña el tío Fermín.

—Se han salío a la hierba y no sabemos medilo.

—¿Que estáis en la Mojá?

—Sí claro —respondieron las chicas.

—¡Hombre! —exclamó Fermín— ¡eso se dice antes! Tú eres la chica que va con el cabrero ¿no?

—Sí, Paquita, soy yo.

—Y él, ¿está en el concurso?

—Sí, está con el Jacinto que san quedao pal final —respondió Paquita.

—¡Rediósla! ¡Buen mano a mano!, será un placer pa mi medile al cabrero, y eso se hace al brillo del sol, si ha de selo en la hierba. El hijo el Venancio, el mejor pilila de tos los tiempos, que antes lo fue su padre, como en antes lo fue su abuelo. ¡amos, amos, correr, correr, no vaya secase!

El tío Fermín corría como galgo apaleado hacia donde estaban los chicos. Ellos ya se estaban recolocando sus pantalones y los otros tres chicos ayudándoles con botellas de agua que fueron a buscar a una casa cercana, que diciendo que eran para la Mojá, ningún alma que la tuviera se la iba a negar para tal acontecimiento.

—¡A ver zagales! ¿andestá esa vara? —requirió el tío Fermín.

—¡Ahí la tié usté, tío Fermín! recostá está en la paré —respondió Vicentina.

El tío Fermín tomó una de las dos varas que había y se colocó entre las dos líneas de disparo. Llevando la vara a modo de cayado de pastor, dio unos pasos llegando al límite del terreno, donde comenzaba la hierba, se giró buscando el sol y dio dos pasos atrás, miró la hierba, se acercó, se agachó y dijo:

—¡La de la derecha, un palmo más! Y eso van a ser dos varas y cuatro marcas, no va hacer falta medilo, se ve mu claro ¿de quien es el tiro?

—Del cabrero es, tío Fermín —respondió Vicentina un tanto triste.

—Pues el ganaor es… ¡Liando, el cabrero! —exclamó Fermín— ¡sin duda alguna!

Y volviéndose donde se encontraba nuestro pequeño amigo le dijo:

—Has igualao a tu padre, hijo, Venancio, el cabrero, ¡qué tiempos aquellos! el mejor pilila de to los tiempos, que nunca ha habío otro ni en El Villar, ni en pedanías, ni en comarca ni región alguna, que la marca de tu padre pudiera superar, y en antes la de tu abuelo, como también lo fue el de tu padre. ¡Que Dios te guarde muchos años la fuerza y la habilidá!, que de haber habío marrano y en la fiesta se hubiese celebrao, este año, la Agustina, matanza habría tenío pa preparar y seguro que por el hijo, quel padre mayor ya está y las fuerzas las tié pa dejalas reposar. Haré correr por el pueblo la hazaña conseguía, pa que tol mundo sepa que la estirpe del cabrero continúa entoavía. Mañana echaré el pregón de tan memorable día, donde sa dejao mu claro que es aquí, en El Villar, andestá el mejor pilila.

—¡Bien bien! —gritaba Paquita— ¡lo has conseguío!, ¡ya te lo decía yo, capitán!— y se abrazaron los dos.

—Así ha sío zagal, has ganao haciendo honor al apellío, que así sea muchos años —le halagaba el tío Fermín— como ha sío el Venancio, que le dio renombre a la fiesta El Villar. ¡Qué tiempos los pasaos, cuando era el juego mayor, y hasta de a dos se podía ir contra Fuentecangrejos, Ribalobas, Villavieja y otros pueblos del Conejal. Lástima que tuvo que dejalo tu padre cuando al año siguiente se jugaba el primer marrano a la mejor Mojá. Pero del equipo pililas él fue el mejor zagal, y de cerca le ha seguío tu padre, Jacinto, el Fausto, que aunque al cabrero no le ha ganao nunca, lo llevaba pegao al trasero en fuerza y habilidá, le sacaba mejor trayetoria y más vistosidá en parábola, pero el cabrero siempre ponía la gota más alejá.

            Si a bien tenéis el seguir con esto de la Mojá, habrá que recuperala pa fiestas, aunque no haya de jugase gran cosa, algo habrá pal ganaor, que en pensando de que se perdía la tradición no hemos hecho caso de na. Esos tres que vayan aprendiendo y vosotros a manteneos, que igual pa la fiesta de Agosto lo volvemos a sacar.

—¡Muchas gracias, tío Fermín! —dijo Liando.

—¡De na hijos, ir con Dios!

—¡Con él vaya usté, tío Fermín! —respondió Paquita.

Los chicos estaban contentos y el tío Fermín tanto como ellos, pues había visto la posibilidad de resucitar una tradición de la comarca que había caído en el olvido, de la que el pueblo de El Villar había sido un día el mejor representante. Pero quedaba la otra parte del concurso, el tiro, disciplina en la que se presumía que el ganador debería estar entre Felipe, Paquita y el cabrero. Primero compitieron a cinco disparos sobre veinte metros, prueba que tuvo que repetirse por darse un empate, finalmente quedaron fuera Vicentina y Jacinto, pasando con el resto a la prueba de treinta metros, con bola de agallón como blanco, donde quedó fuera Felipe. Quedaron como finalistas Paquita y Liando. Volvieron a repetir en distancia, sobre los treinta metros y empataron. Para no dilatar el concurso decidieron resolverlo mediante prueba de caza. Saldrían cada uno con un equipo de apoyo a recorrer las calles, el primero que hiciese diana en un gato a no menos de veinte metros ganaría. Paquita dijo a Liando en voz baja y al oído:

—Has de ite por la escuela, allí harás caza.

—Eso es ir de ventaja, Lio.

—Bah, tú ve por la escuela que yo sé donde la tengo, ¡mucha suerte Frasquita!

—¡Lo mismo digo, cabrero!

Recorrieron las calles del pueblo, parecía que los gatos hubiesen intuido algo, porque no se dejaba ver ninguno por el pueblo a tiro de china, que pudiese ayudar a resolver el concurso. No tardaron los dos amigos en coincidir por los alrededores de la escuela. Cada uno apareció por una calle distinta en busca de un corralón, donde se solían reunir los gatos para comer los desperdicios de comida, que algún vecino o vecina les echaba por encima de la pared.

—¿No has visto na?

—Na —respondió Paquita— ¿y tú?

—Na tampoco.

—El primero que vea que dispare, Lio

—Venga pues ¡y suerte!

—¡Pa ti también la suerte, Lio!

Comenzaron a acercarse muy sigilosamente hacia una brecha que había en el muro. Paca, al llegar se agachó, tras ella quedó Liando a la espera, los dos tenían buen ángulo de tiro. Esperaron aproximadamente un minuto y al no ver ningún animal susceptible de poder hacer de blanco, Liando levantó la mano. Al momento, Felipe por parte de un equipo y Vicentina por el otro se pusieron a maullar como gatos en celo, al punto salieron dos de ellos de su escondrijo, los dos a la misma distancia porque salieron juntos del mismo sitio. Los dos chicos tensaron sus tiradores, cargados con chinas de las “de dormir”, como decían ellos, de las que solo hacían “calambre”, sin causar mayor perjuicio al minino. Liando esperaba el tiro de Paca, Paca el de Liando. Ninguno se atrevía a disparar antes que el otro.

—¡Amos! ¿a que esperáis? —susurró Vicentina.

—¡Ya, ya! —respondió Liando, también en forma de susurro.

Al cabrero se le puso uno de los gatos “a güevo”, como decía él, se le hacía difícil tanta caballerosidad y al final no pudo resistirse más, disparó y en décimas de segundo también lo hizo Paquita tras él. La china de Liando pasó a su gato rozándole las orejas, pero sin suerte, y justo al pasarle el proyectil por encima, en el intento de salto, el proyectil de Paquita impactó de lleno en el flanco trasero izquierdo del animal, el maullido del pobre bicho debió oírse por todo el pueblo, así como los gritos de júbilo de los chicos. Hay que decir en descargo de los jugadores que el daño causado al minino fue mínimo, similar al de un pellizco en un humano, los concursantes, conscientes del daño que puede llegar a causar un tirador en uno de estos animales, utilizaban para ello unas chinas de un tamaño apenas apreciable, redondas, pulidas y sin peso, para no dejar herida ni señal alguna en ellos, de hecho, aquel gato ni siquiera abandonó la zona y puede que maullase más del susto que del escozor del impacto.

—¡Bien bien bien! ¡somos los mejores! ¡hemos ganao! ¡Bien Bien! —gritaban Paquita y Liando.

Los dos amigos se abrazaban una y otra vez dando saltos de alegría.

—¡Bueno chicos! —dijo Felipe— La gran campeona del concurso… ¡Paquita Igorda!

Los chicos aplaudieron, y de todos ellos, el que con más ganas lo hizo fue Liando. Volvieron a la plaza con la intención de quedar para el día siguiente y una vez hecho, nuestros amigos marcharon calle abajo en dirección a su casa. Los dos bajaban cantando a “grito pelao” algo así como:

♪♩♬♪ Paquita Paquita, ella es la mejor,♪♩♬♪

No hay otra no hay otra, para el tirador.♪♪♬♬

♪♩♬♪Liando el cabrero, para la Mojá,♪♩♬♪

♪♪♬♬ como este pilila, nunca habío igual.♪♪

Se encaminaban a casa de Paquita cuando los chicos se encontraron de paso con Agustina y Tomasa, que venían de comprar en la taberna el vino para el gasto, el vino de garrafón ahogado que el tabernero tenía para el consumo doméstico. No era el mismo que se servía en el chateo.

—¿Dande venís, golfantes? —preguntó Agustina en tono jocoso— que ya nos han contao, ya… je je je.

—Pues del concurso, madre ¿dánde iba ser si no?—respondía Liando.

—Ya ya… ji ji ji, lo estaba contando el tío Fermín en la taberna.

—Sí—dijo Paquita—, al final he ganao yo y el segundo el Lio.

—Pero ¿cómo tú? el tío Fermín andaba contando que era la Mojá —preguntó Tomasa extrañada.

—Eso era una parte, madre —respondía Paquita— la otra era el tiraor, pa poder participar todos.

—¡Ah, ya! por eso decía el Fermín que había ganao el Liando —comentaba Agustina.

—Ella en el desempatao ma ganao, la dao de lleno al gato… ji ji ji —dijo Liando riendo.

—Pues orgullosa has de estar Agustina, —dijo Tomasa a su amiga— tiés al mejor pilila de la Mojá. Hoy en el pueblo son ellos los que quean pa poder celebrala, miá lo que decía el Fermín, que hay que volver a sacala pa la fiesta, que a lo mejor se pué ir contra Fuentecangrejos o Villavieja, y tu marío fue el anterior, que bien sabía mandala lejos ¡y bien hermosa que la tenía!

Agustina se dirigió a Liando.

—Y que te haya ganao al tiraor la chica tié su merito, eso es que las enseñao bien, tu padre va estar contento, que él ganó la tirá muchas veces cuando aún era un mocoso… ja ja ja.

—¿Cuándo viene el padre? —preguntó Liando.

—Ha mandao recao con la camioneta el correo, que tié primero que acompañar al ganaero de Villavieja pa un trato, que tié que dale consejo y eso será… mañana, así que de venir será en después de hacelo y va ser que pa mu tarde, tiempo habrá pa contáselo, no tapures, zagal.

—Pues ganas tengo de hacelo, madre.

—¿Vienes dolorío? ¿te doy el ungüento?

—Ni falta que hace madre, que ya estoy como nuevo.

—Venga, questo es de celebralo, vamos tos a casa, que tengo leche recién ordeñá y buen queso, deja lo que tiés que dejar Tomasa y andando.

Y dejando Tomasa el vino, preguntando también a Juan, el abuelo de la niña, si necesitaba algo se fueron a casa de Agustina.

—¿Qué tal el padre, Tomasa? —preguntó Agustina.

—Ahí lo tiés, con una tajá que no vale tenese, cualquier día se nos va, Agustina, que en las últimas ha perdío ya hasta el resuello.

—¿Y pués dejale solo así como está?

—De no hacelo, nunca saldría yo de la casa, hija, pierde cuidao que dande está no va movese. Aluego vendrá lo pior, cambialo darriba abajo, pero eso no tié remedio, al fin y al cabo es el padre y eso hay que respetalo.

Ya en casa, Agustina sacó cuatro hermosos tazones de leche, con bollería hecha por ella misma en el horno del pueblo, un antiguo horno de poya, horno que se llamaba así por ser de intercambio. En los hornos de este tipo, el hornero ponía el local, el horno y el fuego a disposición de quien lo necesitase, siendo el pago del servicio, una parte de lo que el usuario hubiese cocido en él. A este pago se le denominaba “poya”. Todos degustaron aquella merienda con gran apetito y mejor gusto, no había nada como la leche de cabra recién ordeñada y los bollos de la tía Agustina.

—Si tú quiés, ya quel Venancio no está y el Ambrosio va de camino al trabajo, podéis veniros a casa —dijo Tomasa— y hacemos algo de cena pa tos, que mejor que en compañía no se cotillea sola, Agustina, je je je.

—¿A ti que te paice Liando, nos vamos pallá arriba? —preguntó Agustina al chico.

—¡Sí, sí! —gritaron los dos niños al unísono, llenos de alegría.

—¡Pues no hay ya más que hablar! parriba, ámonos parriba —dijo Tomasa.

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