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El escrito y Don Galo.

 

Liando, cruzando las piernas se sentó en la alfombra, lo hizo frente a Paca.

—¿Recuerdas Frasquita? Primavera de…¡Bah!¡a saber!… sabe Dios en que año fuera, pero de uno de cuando éramos aún dos mocosos. Don Galo, el maestro, nos llevó de excursión al prao, y a la sombra los chopos nos hizo sentanos tal que así, como estoy yo mesmo ahora.

—¡Uf! macuerdo de toas y cada una de las excursiones que hacíamos con él, era un cacho pan aquel hombre —dijo Paca.

—Tú y yo nos conocíamos de no más allá de un año, pué que a lo mejor dos, que ya había nacío el Faustinico. Nos había puesto deberes el día dantes, escribir algo del mejor amigo            que tuviésemos, al que nunca habríamos de dejalo ni en lo malo ni en lo bueno. Macuerdo que por la tarde ayudé al padre con la leche las cabras, y aluego, aún más tarde, me mandó pa tu casa a llevale a tu madre dos conejos desollaos, los que la mía le había preparao pa esa semana. Cuando llegué a tu casa, tu madre como tantas otras veces hizo aluego, te estaba bañando dentro el balde, en el portal, y recuerdo que la tía Tomasa me dijo: “deja ahí mesmo los orejones que ya os vais, séntate ahíneso un momentico que ya termino con la Paquita”, y ahí me quedé bien sentao. Tú empezaste a meter prisa a tu madre porque ya habíamos quedao en hacer la escritura juntos, como to lo que hacíamos y esta vez en mi casa, y aunque llegué a la tuya antes de lo acordao, ya no querías que volviese solo pa hacer más tarde igual el mesmo camino. “Madre, ya termine usté, que nos vamos”, le dijistes, ”ya ya Frasquita, que hay mucha tarde aún” te respondió ella, a lo que tu mesma le volviste a decir: “que tenemos deberes madre, dese usté prisa”, y tanto y tanto insististes, que casi sin terminar de aseate, cogió el cubo y te lo echó de sopetón to entero encima la caeza… je je je. Te quedastes apenas sin respiración de la mesma impresión del agua, y apenas te secó un poco saliste como una exhalación a buscar el cuadernillo la escuela y menseñaste lo que habías escrito, unas cuatro líneas y torcías… je je je, aluego te pusiste un blusón más arreá que un cabrito con una avispa pegá al culo, y te lo pusistes del revés del puro nervio que tenías. Eran cuatro líneas y se podía leer: “Para Liando, el cabrero “y me dijistes: “es que tú eres el amigo que nunca dejaré, ni en lo bueno ni en lo malo, y quiero ir a donde tu vayas y quiero ser lo que tu seas, ¡siempre siempre!” Yo te respondí: “algún día mi padre me mandará a la capetal como al Ambrosio, ya no estaremos juntos”, “pos le diré a mi madre que me lleve contigo, igual que mi hermano Pancracio se fue con mi tía cuando se puso malito, y así podré cuidarte y tú a mí” me respondiste, “eso bien difícil es” dije yo, “no vas a poder” y tú, casi sin dejarme terminar me replicaste: “pos si hace falta mescapo… ji ji ji”. En eso te dijo la tía Tomasa que terminaras de vestite pa venite a mi casa, y corristes a tu cuarto, yo volví a leer aquellas líneas y me pensé: “ojalá te vengas, ojalá”. Nos fuimos pa mi casa y allí hicimos la escritura, después nos fuimos con las cabrillas y la Rufa pa la piedra del Lobo, pa esconder más tesoros.

A la mañana siguiente, cuando sentaos bajo los chopos que hay al borde del prao, leímos los escritos, primero lo hicistes tú y hablaste de nosotros, de cómo nos conocimos, de los juegos, de los animales, de la Rufa y de nuestros tesoros; los palitroques, las horquillas pal tirador, las piedras, las cajas de cerillas. Aluego leyeron el Antonio, el Felipe y la Vicentina. En terminando ellos me tocó a mí. Lo había leío tantas veces la noche de antes, que me lo sabía de pura memoria, y tanto lo he leío después que ya nunca me sa olvidao, me se quedó grabao lo que me dijistes en tu casa y me pensé que ende aquel momento, siempre te tendría conmigo hasta que fuésemos tan viejos, que sólo nos quedase esperar a quel Darriba nos hiciera sitio. Pedí a la madre de repasar las palabras del escrito, cuando después de dejate en casa volví a la mía. Se titulaba: “Pa cuando seamos viejos”, y así decía:

 

Han pasao ya tantos años

Ende que aquella mañana te viera,

Que siendo la vez primera,

Al ver tus cabellos tan claros

Quise poder robalos,

Pa tenelos a mi vera.

           

Haceme con tu persona,

Guardala en mi corazón,

Perder por ti la razón

Y el ansia que ya masoma

Pa libres como palomas,

Hacer pa siempre esta unión.

 

Pos dime si es menester

Que he de hacer pa tenete,

Si tengo que convencete

De que te tengo que conocer,

Morir y volver a nacer,

Pa volver a querete.

 

Recuerdo que to se hizo silencio. Don Galo, que estaba sentao sobre aquella piedra casi arredondeá, se levantó mu despacio, me sacercó y me tendió la mano. Yo se la cogí y me dijo: “¡Ven Liando!” y me llevó hasta ti pa sentame a tu lao. Sobre la palma su mano juntó la tuya y la mía, y poniendo su otra mano encima nos dijo: “Hijos, ustedes son su mejor tesoro, jamás se pierdan el uno al otro, y háganse viejos juntos. Quiéranse ahora y cuando de amar se trate, y cuando el pelo se les torne blanco, acuérdense que un día de hará ya muchos años, Don Galo tuvo algo muy claro, que ustedes nunca se dejarían”.  Don Galo nunca nos llegó a ver casaos, si es que lo de casaos es firmar los papelicos esos del cura, pero siempre y en cada momento nos vio juntos ¿te acuerdas Frasquica?

Frasquita había bajado la cabeza, en su vestido se habían marcado dos o tres gotas. Extendió su mano, el cabrero le puso en ella su pañuelo a cuadros azules y le dijo:

—Ya somos viejos Frasquica, ya casi to tenemos hecho y to lo hemos hecho juntos, hasta este último viaje, que ya ves, na más que mas dejao que cumplir la promesa… je je je, que aluego tas querío apuntar a la aventura, pa que to sea igual que siempre… je je je. Ya no hay miedo Paquita, hemos hecho lo que teníamos que hacer, que pa eso hemos venío al mundo, y que da igual si mucho o poco o mal o bien, lo importante ha sío habelo hecho de la mano uno del otro, como nos hizo Don Galo, que seguro quel hombre, tan clarico lo tenía, que al llegar allá arriba nos hizo al punto reserva. Trae anda, trae el pañuelico, que el tiempo hace blandura.

Paca levantó la cabeza, miró fijamente al cabrero y apuntándole con el dedo dijo a Liando:

—¡Te lo dije Capitán!, aquel día, esa niña de pelo claro se prometió a ella misma que ni el hombre, ni la necesidá, ni lo bueno ni lo malo, le separarían del hijo del cabrero.

Y los dos quedaron por un momento cogidos de la mano, cuando Paca le pasó el pañuelo. Al oír aquellas palabras que del mismo corazón de Liando salían, Rogelia se quedó muda, apoyada en el quicio de la puerta del salón, con las manos atrás, los ojos cerrados y el alma encogida. Acabando aquella escena y viendo a sus cuñados unidos de la mano, salió y se fue por unos momentos a su habitación, no podía ya contenerse más y pensó para sus adentros: “Por Dios… que tarden”.

 

Haciendo click sobre la foto accedemos al audio del fragmento.

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