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El susto de Paquita.

 

Llevaban ya un rato viendo esa película cuando sonó el teléfono de Higinio, era Faustino.

—Higinio hijo, escucha bien lo que te voy a decir para que se lo digas a tu tío.

—Dime papá.

Faustino comenzó a relatar a Higinio el motivo de su llamada. La cara del chico era una continua exposición gestual, no articuló una sola palabra hasta que Faustino terminó su parlamento.

—¡Vale papá! pues ahora mismo se lo digo, tranquilo, venga, mañana te cuento.

Colgó el teléfono, respiró profundamente y se dirigió a Liando:

—Tío, te tengo que decir algo, pero tu tranquilo, no te pongas nervioso que no pasa nada ¿eh?

—¡Coño! ¡ya me estoy poniendo!¿qués lo que me tiés que decir?

—¡Bueno, verás! no es nada grave, no te tienes que preocupar para nada.

—¡Espera! —le paró el cabrero cogiendo su propio teléfono y llamando el mismo a Faustino.

—¿Qués lo que ha  pasao, Faustino hijo?

—¿No te ha dicho nada el chico?

—¡Quiá!, sa puesto mu nervioso y vas a tener que contámelo tú mesmo, y ya pues date prisa quel que se está poniendo malico soy yo... ¿Cómo?¿que sa puesto la Paca de parto?¿a estas alturas? ¡pero hombre! si yo ya no… ¡no no!¡y ella menos!... je je je. Eso va ser que no tas enterao si… No ¡oye, habla más alto porque no me entero de na !¿Que sa puesto de parto? ¡Ah! con el cesto del cuarto, que sa tropezao con el cesto del cuarto... si es que no toigo bien con tanto ruido, será por la tilevisión, espera me salgo.

—¡Que se ha hecho daño en una pierna! —intentaba decirle Faustino— se le ha hinchado un poco, pero no te preocupes que ha ido la Paulina y le ha puesto un emplasto.

—¿Un plástico? ¡coño! ¿que lan puesto un plástico? ¿lan enfundao toa? ¿oye, que mestás contando Faustinico, hijo?

—Un emplasto Liando, un emplasto, pero como no está el médico y con esto de los recortes, ya no creo que le hagan subir al pueblo hasta la semana que viene, ha dicho el Juanito que la iba a bajar él hasta la pensión, que la esperes ahí que Juanito al centro de la ciudad no sabe entrar, para que tú mismo la lleves a urgencias. Pero no te muevas de ahí, que hasta eso de las cuatro o las cinco de la madrugada no llegarán. Cuando yo os avise os vais al Marañón, que yo la recojo y la llevo allí... y te repito, que no es nada, que es solo por seguridad, que si el médico hubiese estado allí no habría hecho falta ni avisarte, pero ya que la van a traer aquí, pues te lo digo.

—Miá que no me fío, pero si tu lo dices... sea.

—¡Venga, allí nos vemos!

—¡Allí nos vemos Faustinico!

Liando pasó toda la tarde—noche en tensión, haciéndose todo tipo de conjeturas y pensando que no había sido acertada la idea de venirse él solo, sin Paca a la capital. Paca y Juanito llegaron a la pensión hacia las cuatro y media de la madrugada aproximadamente, dentro de los cálculos de Faustino, que ya les estaba esperando en casa de Lola.

—Miá Faustino, que no es na —le informaba Juanito — pero ya que no está el Liando, más que por médicos por compañía la traigo, que aunque no la lleves al hospital tampoco na va pasale, pero así pa la mujer, si en el susto está acompañá, menos habrá de dolele.

—¡Has hecho bien Juan! con nosotros estará mejor que allí que no esta Liando, de todas formas no está de más que la vean, que un poco hinchada si que tiene la pierna.

Se despidieron todos. Juan se quedó a pasar lo que le quedaba de noche en la pensión para volver bien temprano al pueblo. Faustino y Rogelia, que había acompañado a su marido, se dirigieron con Paca al hospital. Al llegar les esperaban ya Higinio, Julia y Liando a las puertas de urgencias. Vieron llegar el coche de Faustino. Liando, con su inseparable pañuelo de cuadros azules se secaba las inoportunas lágrimas que se le iban escapando, él no conocía a ciencia cierta la gravedad o levedad del mal de Paca. Necesitaba ver para hacerse una idea, estaba muy intranquilo, muy nervioso. El coche se paró en la misma puerta. Un celador, previamente avisado por Higinio, salió a recoger a Paca con una silla de ruedas. Faustino salió del coche y se dirigió a la puerta del copiloto que es donde venía Paca, abrió la puerta, le soltó el cinturón y le ayudó a incorporarse.

—¡Ay Paquita, hija! ¡pero ¿cómo ta pasao? ¡Ay señor, que no ganamos pa sustos! —decía Liando casi a gritos — ¡Ay señor, mi Paca!

—¡Tranquilo Liando, tranquilo! —Faustino intentaba calmar al cabrero — ¿no ves que no es nada? si seguramente no habría hecho falta ni traerla, si viene es sólo para asegurarnos de que está bien.

—¡Dios te oiga, Faustino! ¡Dios te oiga! que con la edá que tié cualquier cosa pué ser mucha cosa. Miá que si tién que aserrale la pierna y me la dejan lisiaíca... ¡Ande va ir ella con una pata palo! ¡que ya no está pa jugar a los piratas, hombre!

Paca, al incorporarse no podía disimular sus gestos de dolor y algún ¡Ay! se le escapaba sin poder remediarlo. Ella siempre había sido una mujer fuerte, muy reservada en sus enfermedades y padecimientos, nunca se le vio quejarse de dolor, sino del infortunio de padecerlo. Siempre puso por delante la necesidad y el cuidado del prójimo, antes que el suyo propio. Paca es una mujer recia, fortalecida por el aire de la sierra y curtida en padecimientos, pero a su paso, la vida fue desgastándola, fue dejándole su huella y lo que años antes se hubiese quedado en un leve moratón, hoy podría ser quizá una fractura, una fisura o en todo caso cuando menos, si que es motivo para acudir a los servicios médicos. Paca se puso en manos del celador, quien con esa habilidad que solo da la profesión, la sentó en la silla y sin perder un segundo la introdujo en el box. Fuera quedaba la familia esperando resultados.

El cabrero seguía secándose alguna que otra lagrimilla al tiempo que se lamentaba:

—¡Que miedo me da, Faustinico! Que sé que de a pocos, eso luego pué empezar a hinchase y a hinchase y a ponese de morao y aluego viene la cangreja, digo la cangrena esa, la gangrená, la de cortar y cortar con el serrucho, ris ras ris ras... ¡y a tomar por saco to la poca lozanía que aún pué tener la Paca! con lo que le gusta a ella la cosa el calzao, ande va ir con un zapato solo ¿eh Faustino? Si es que ya somos unos trastos viejos que solo servimos pa molestar y la probe, ya la ves, que ya no me sace solica, Faustino, que ya no puedo dejala sola en casa.

Faustino se dirigió al cabrero que aún seguía muy nervioso:

—¡Liando, ya! ¿vale? ¡coño! ¿no has visto la pierna? Un poco hinchada y ya está, no hay más ¿cuántas veces te habrás dado tú golpes más fuertes que ese? y ni tan siquiera nos hemos enterado.

—¡No hombre, no! —replicó Julia— no digas eso tío que no es así, un accidente lo tiene cualquiera, niño, joven o mayor, ya verás como todo se queda en un susto y nada más.

            Julia y Liando cruzaron sus miradas con tanta intensidad como les pedía el corazón, fue un momento breve pero muy intenso en comunicación. Los dos, sin hablarse, se recordaron la conversación que mantuvieron en la cafetería, intuitivamente, sin gestos, sin palabras... tan sólo una mirada intensa. Liando había comprendido y en ese momento había decidido. Julia tenía algo que a nuestro amigo inspiraba mucha calma, quizá la seguridad que su sobrino veía y depositaba en ella. Se tranquilizó mucho, las palabras de Faustino, expresadas tal como lo hacía él, daban mucho convencimiento al resto de que el incidente no habría de tener mayor trascendencia, y así fue. Al cabo de un tiempo más o menos dilatado, llamaban a Liando a consulta desde el box de urgencias.

—Faustinico, entra tú con la Julia que os enteráis mejor, aluego la chica con más tranquilidá pué explicámelo en casa, porque… ¿no la ingresarán, verdá? Y de cortale, na tampoco ¿no?

—No Liando, tranquilo... ¡Vamos Julia!

Tan sólo estuvieron dentro cuatro o cinco minutos, tiempo que a Liando se le hizo eterno, interminable y al cabo de la espera salían Faustino y Julia con Paca en su silla de ruedas, pero ya con otro aspecto.

—¡Paca, mujer!¡hay que ver que susto nos has dao! —dijo Liando a su mujer—, que no podía conteneme en aguas solo de pensate con la garra el pantalón doblá parriba y sujetá con un imperdible a la cintura.

—¡Tate tranquilo pastor! que desta ya no me muero... ji ji ji—le respondió Paca —, mía que tas vuelto melindris, en un tiempo to arreciaó y ahora, en cuanto ves una miaja morao o un algo de raspaúra en los pellejos, es que te echas a morite, como cuando nació el chico... ji ji ji.

            —¡Mialá!... ja ja ja, la de siempre, que no ma cambiao na... je je je ¡jodía Paca!

—Vais a tener que perdoname chicos —decía Paca — que no os haya dicho na en antes, pero venía tan doloría que solo podía que apretar los dientes pa no chillar, pero fijaros si ma habrán puesto calmantes desos, que ya más que dolor tengo cosquillejas... ji ji ji.

—Mujer, según venías... —respondía Rogelia —, no era para menos, pero mira, algún efecto te está haciendo lo que te han puesto, porque ya te está bajando algo la hinchazón.

—¡Yelo Rogelia, yelo!, el mucho yelo que man puesto y más que me tiés que poner, que voy a parecer un cubota desos de los chicos.

—Cubata tía, un cubata... je je je —reía Higinio.

Todos reían a carcajadas. Efectivamente el golpe quedó en eso, un moratón, un mal rato y un par de días de descanso para Paca.

—Bueno Paquita, tú te vienes con nosotros que hoy tienes que dormir ancha y tranquila —propuso Faustino— Tú Liando, vente también que sitio hay de sobra y vosotros ya habéis visto que se ha quedado la cosa en nada, marchaos a descansar.

—Andate con ellos mujer —dijo Liando a Paquita —, que yo a la mañana tacerco la ropa que tiés en casa el sobrino, aún man quedao un par de cosicas que rematar y acabándolas mañana, pasao nos vamos pal pueblo, que ya que man tocao este año los mandaos, no vayan a decir quel Liando no pué hacese cargo de encomiendas y recaos. Descansa que lo tiés necesitao y en cuanto pueda, ahí me tiés con la ropa y to lo que te haga falta.

—Tú a lo tuyo Lio, no te me preocupes que no quiero yo ser estorbo pa lo que tiés encomendao, no tengas prisa y ven cuando puedas, que estando con la familia estoy bien apañá. Hay que salir al paso de to y esto no es na.

—¡Ay Paca Paca! ¡en fin hijos!, ámonos ya que tos tenemos que descansar un algo —dijo Liando— y al pastor le quea un día mu ajetreao.

 

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