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El embarazo de Julia.

 

Marieta se había quedado dormida sobre las rodillas de Higinio y abrazada a él. Higinio, contagiado por el placentero sueño de la niña, había sucumbido también a la insistencia de Morfeo.

—¿Tú los ves, tía? —preguntó Julia a Paquita.

Paquita le miró sonriéndole y al cabo de unos instantes respondió a su sobrina:

—¿Estás ilusionada, verdad?, y no poco.

—¡Mucho tía!, esa es la verdad.

—Si te pregunto si ha sido buscado, me sé la respuesta ¿me equivoco?

—¡No!... ji ji ji, ¡claro que no!, se nos pasa el arroz, tía, habrá        que ir a por el heredero que tampoco es que seamos del día.

—Me imagino que estaréis seguros, tampoco lleváis tanto tiempo juntos. El otro verano, al del año pasado me refiero, estuvimos aquí y no estabais aún ¿no?

—¡Sí!, en realidad, desde el anterior, pero es que… bueno, es complicado, sólo lo sabía Rogelia, hasta este verano no lo dimos a conocer.

—¡Sí, bueno, claro!, nosotros no lo sabíamos y hasta ahora no te habíamos conocido, pero ya que tu marido subió al pueblo un par de veces, te podía haber llevado, mujer.

—No pude ir porque estuve con mis padres en Toledo. Bueno, marido… es que eso es sólo cosa de papel… ji ji ji.

—¡Bah!, así pensaba yo, no creas, pero ya sabes… ¿Son de Toledo tus padres, hija?

—De un pueblo de Toledo muy pequeño, perdido casi con la línea de Ciudad Real, Colmenar de los Mostrencos, pero viven en la capital desde que se casaron, en Toledo, al lado de la plaza de Zocodover ¡ya iremos algún día! No quisimos decir nada hasta el día que decidimos comunicarlo a la familia. Yo no estaba tan segura, tía, lo pasé mal, estuve trabajando unos meses en un centro de acogida para mujeres maltratadas, me hacía cargo de algunas gestiones con los Servicios Sociales a través de Educación, conocí casos de cerca y me impliqué demasiado, me condicionó mucho, la verdad, se lo puse difícil a Higinio hasta que me convenció. Higinio es la persona más buena y más sensata que he conocido, mejorando lo presente, pero no podía subirme a ese tren sin apearme antes del otro, y me costó lo mío.

—Ahora os cambiará la vida con el bebé, ya verás, los hijos son lo mejor que te pueden pasar, no lo dudes.

—Pues como se suele decir, tía ¡por los pelos!, que ya pensábamos que no había nada que hacer, esto ya ha sido un intento a la desesperada, porque ya pensábamos que algo pasaba porque no me quedaba.

—¡Leñes! ¿llevabais mucho tiempo buscándolo?

—Desde que decidimos dar a conocer nuestra relación, pero vamos, que no había forma.

—Pues ya ves, mira ¡ahora sí, hija!, al final esfuerzo recompensado, bueno, esfuerzo… ji ji ji, llámale “X”.

—¡Sí!... ja ja ja, para él sí ¡ya te digo!... ¡agotador!

—No me digas que…

—¡Sí tía, si, si te digo!, todo un puente pim pam pim pam, hasta que rompió la piedra.

—¿Un puente?

—¡Sí!, artificial, nos lo hicimos nosotros, nos fuimos a la Costa Azul francesa, a un hotel en Niza.

—¡Hombre, mira!, una brillante idea, al lado del mar.

—¡Una idiotez, tía!, diría yo, porque nos dejamos una pasta y el mar sólo lo vimos desde el avión, no salimos del hotel en cuatro días.

—¡Hija! ¡válgame el cielo!

—¡Que sí tía, que sí!, que eso fue un ahora o nunca. Higinio fue entrar en la habitación, quitarse la ropa un jueves y no volvérsela a poner hasta el domingo por la noche que teníamos el vuelo de vuelta, y yo… tres cuartos.

—Eso fue una batalla campal por lo que me cuentas.

—Eso fue no darle tregua a la bayoneta, tía. En cuanto había munición a disparar, hija, que si no era a la primera sería a la tercera, y fueron decenas de ataques sin piedad.

—¡Leña al mono, que es de goma!

—¡De goma en el descanso!, que luego… ¡hierro colao, tía!, que vaya como es tu sobrino.

—¡Vamos!, que lo dejaste más seco que la pipa de un indio, pobrecico, como acabaría.

—¡Pobrecica yo!, que salí del hotel que parecía que me hubiese dejado el caballo en la recepción, ¡vamos!, que un poco más y tengo que pagar otro billete en el avión.

—¿Pero por que?

—Por que tenía un pie a dos metros del otro, tía, que no podía cerrar el cuaderno, demasiada pluma y ríos de tinta en semejante escrito.

—¡Hombre chica!, a mayor bolígrafo, mejor se escribe.

—¡Ya, ya!, pero es que tu sobrino en el estuche, tiene más material que la carnicería del Carrefour, ¡vamos!, que si de esta no venía el pedido, mejor olvídate del negocio.

—Eso es cosa de familia, Julita, que todos son buenos escritores y a mejor escritor, mejor pluma. Pero bueno, el caso es que el pedido está hecho y confirmado y la librería abierta que es lo que cuenta.

—¡Ya te digo, ya!, sobre todo abierta la librería, y que tardará en cerrarse con eso del libre horario… ji ji ji.

—¿Sabes una cosa, Julita? me gusta tener este tipo de confianza contigo, porque a pesar de nuestra diferencia generacional, tampoco estamos tan lejos ¿no crees?

—Llevas razón tía, nos entendemos muy bien… ji ji ji.

—En fin, no sé chica, a lo mejor algún día me llevo a tu tío a la Costa Brava… ¡a ver el mar! ¿sabes?

—Ja ja ja… pensaba que a escribir.

—¡Hija!, si se tercia…

—¡Ah!, pero ¿aún el tío?...

—¡Hombre!, a ver, escribir escribe poco, pero tiene buena letra, ¡si!

—Bueno, si ve bien…

—Hija, con estas gafas aún ve donde tiene el tintero—respondía Paca cogiéndose los pechos —, ji ji ji…  ¡por soñar no cobran, Julita!

Liando, que después de irse Fernando a su habitación, entró en la suya para sacar algunos papeles de una caja, salió al salón con una carpetilla en la mano.

—¡Paquita, hermosa mía! ¡lo que encontrao! ¡miá, los papeles del Vespino! —exclamó Liando con gran alegría—, En viéndolos, me dicho que ahora tiés que movete pastor, estos voy a dáselos mañana al Fernando, y en cuanto él vea que pué hacelo, que se lo lleve a Medina y le digan si el cacharro va bien, que bien se quedó cuando lo dejé, y si eso, que lo cargue de gasolina pa cuando vayamos, que pa eso aún estoy bien y en mucha forma.

—¡Ya te veo, campeón!, eso si no te lo cojo yo, zagal.

—¡Anda, tía! ¿tú coges la motillo?

—¿Cómo?... si me hizo ponele un cestillo adelante, en el manillar —respondía Liando—, y na más compralo. En cuanto me descuidaba, ya tenías a la Paca en Villavieja o en Valdecubillos haciendo compra. El último viaje se lo di yo, así como un jueves por la tarde, pero el último della fue ese mesmo día a la mañana, que se había ido a Villavieja a por la cena Navidá… je je je. La “Crivillés” la llamaba yo, y deso no hace más de un par de años que fue.

 

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