
Cuestión de economía.
Se tomaron esos cafés y se fumaron esos cigarros. Mientras, hablaban de cómo Fernando cuidaría de las cabrillas y la despreocupación que Liando habría de tener en ese sentido. Así llegó el momento de subir cada uno a su cuarto. Liando entró en el suyo, recogió el pijama y una de las toallas que Fernando siempre les tenía guardadas en el armario, junto a las zapatillas que un cierto día les compró en el mercado de Fuentecangrejos, para que la estancia en su casa les fuese, a sus amigos, lo más agradable y cómoda posible. Paca estaba leyendo una de esas revistas de cotilleo de las que Rogelia tiene en la mesita del salón, la del sofá, y que le había metido en la maleta sabiendo que a Paca le gustaban. Algo decía la revista de un torero y una cantante, de un futbolista y una modelo… lo de siempre, asuntos de cuerna. A la vuelta de la ducha, Paca se hacía la dormida, Liando, como siempre, se sentó al borde de la cama, se quitó las zapatillas y apagando la luz de la mesilla, se acostó. Habría pasado alrededor de un minuto cuando preguntó Paca a Liando:
—Pastor ¿no sientes frío?
—No, la verdá es que mucho frío no hace.
—Yo sí.
—¿Te echo una manta?
—No.
—¡Ah, ya! que me dé la vuelta y te dé calor, ¡venga, va!... je je je.
Liando se giró y puso su brazo sobre Paquita.
—¡Coño, Frasquita! cómo no vas a tener frío ¡si estás en pelota picá!
—Por algo será ¿no cabrero?
—¡Ay por Dios hija, si estamos mataos! mujer, que tenemos una edá ya, estas cosas más descansaos y con más ánimo.
—Yo lo tengo.
—¿Y no estas cansá, hija?
—No.
—¡Ay señor, al tajo! no paras chico, no paras na de na —se dijo Liando — a esta mujer no ha de bajale la calentura ni con hielo picao ¡ande va llegar!¡Voy hija! ¡voy!
Liando se despojó de todo impedimento para dar cumplimiento a los deseos de su mujer, se sentó de nuevo en la cama, se miró de cintura para abajo…
—¡Bueno Leoparda! se nos ha presentao un imprevisto, to un reto. Pocas cosas se nos resisten, pero esto ya es como la toma del Okinagüas ese de la guerra el Japón. Yo soy buen soldao, ya has oío decilo alguna vez al general cuando me llama capitán, pero no sé yo si tú hoy estás pa ponete firmes. En fin, esto es una orden y hay que cumplila si no quiés pasate el resto de la vía metía en el calabozo. ¡Buena suerte y que sea lo que Dios quiera, hija!
Liando apagó la luz de nuevo y se volvió a meter entre las sábanas. Paca se giró y le abrazó.
—¡Lio!
—Dime hija, dime, digo cariño, dime.
—¿Recuerdas los viejos tiempos, cuando tú y yo?...
—Sí, macuerdo de los viejos tiempos, Frasquita hija, y me se baja la cercunstancia, que no pués comparar un tío como yo, to mazao y musculao de natural, y tú, una moza con aquel cuerpazo que gastabas.
—¿Que gastaba, Lio?
—¡Que gastas, cariño!¡que gastas! tan bien encurvao y lleno fuerza y empuje, y yo con esos reprises, que paecía el Alonso saliendo de la pulposécion a toa pastilla, con ese saber estar pal frente de la Leoparda, con ese saber estalo.
Paquita, poniendo su mano ahí, donde a cualquiera le gusta que se la pongan, le dijo:
—Cari, esto está como el país ¡por los suelos!
—¿Y que quiés que yo le haga hija? va ser cosa de praticale un rescate, como el país también.
—¡Pues tranquilo! acuérdate de que yo, en aquellos años de mocedá, llevaba muy bien lo de la cosa la economía.
—¡Pos na, hija!¡rescata rescata! que ya veo que aún los estudios no los has perdío.
Liando pensaba para sus adentros:
—Leoparda responde, que vas a quedate pa siempre darresto. Leoparda, ¡miá que no vuelves a ver la luz del día! levanta la caeza ahora o date por vencía, no vaya selo que te caiga la perpetua, y sin indulto hija, ¡pon algo de tu parte!”
El hombre acariciaba al mismo tiempo el pelo de su mujer.
—Cari, paice que la curva la inversión empieza a remontar… je je je.
—¡Anda, pero coño, hija! ¿ande aprendes tú tanto? de economía digo ¿en las revistas?
—Ochenta y siete canales en casa, cielo.
—¡Ah! Ya entiendo ya, sí, ¡uy uy!¡ya siento el incentivo, Frasquica hija! ¡ya ya! ¡ya me va viniendo to el crédito!¡Bien bien!
Liando volvía a pensar para sus adentros:
—¡Ahí te visto, Leoparda!¡mu bien!¡amos!¡amos a la batalla!¡controla los flancos, prepara las baterías, ¡municiona hija, municiona!
—Cari.
—¿Qué hija, qué? dime, cielo.
—Te está llegando la primera remesa del rescate, las medías se están poniendo mu duras… ji ji ji.
—¡Sí, sí!¡ya siento el interés!¡uy, uy como viene el tanto por ciento!¡oh, oh!
Paquita se colocó mirando al cielo y se preparó para recibir la inversión.
—¡Amos Frasquita!¡aprisa aprisa! ¡que voy a date la primera inyección de capetal! ¡Sí, sí, sí!
—¡Sí, sí! ¡to, Liando! ¡inviértelo to!
—¡Lo que pueda hija, lo que pueda! hay que dejar algo a plazo fijo y en reservao, por si ha de necesitase mañana.
Liando se posicionó para realizar su ingreso, Paquita se dispuso a recibir el talón. En un momento Liando hizo su depósito en caja… ¡hasta el último céntimo!
—¡Así cariño! —le dijo Paca — hacía tanto que no veía tantos ceros juntos…
Después de repasar las cuentas los dos se sintieron muy relajados, Leoparda supo estar en el frente como una generala y su incursión en terreno enemigo tuvo gran éxito. Liando expandió sus tropas sin dificultad. Nuestros amigos, tras sanear momentáneamente su economía y cubierto el déficit, entraron en un profundo sueño, un broche perfecto para tan jugosa velada. Pero ocurrió de madrugada que al cabrero le vino un pequeño ataque de tos sin importancia, poco fue porque enseguida se le pasó. El hombre, para ayudar al alivio se incorporó, y se sentó al borde de la cama para no incomodar a Paquita, a la que él creía dormida. No encendió la luz para no despertarla y así esperó dos o tres minutos, asegurándose de que no le volvería ningún otro conato. Se volvió a meter de nuevo en la cama, se giró hacia Paquita y cerró los ojos, pero no había pasado ni un minuto cuando notó que su Leoparda sufría una emboscada, volvía a ser capturada por sorpresa y fuertemente inmovilizada. Liando abrió los ojos con verdadero asombro, se le subió un nudo a la garganta con sensación de agobio incluida.
—Cari.
—¡Ay señor! ¿qué hija, qué?
—¿No me habrá menguao algo el saldo? ¿me se habrá movío el interés? Creo que necesito otra inyección de divisas.
—¡Santa Madre del Cesto Lleno! —exclamó Liando — ¡No hija, no! tranquila pués estalo, que aún no han abierto la bolsa y no habío movimiento fenanciero.
—¿No habrían de relanzase los incentivos antes de que la abran?
—¡Na de na, hija mía! que no hay necesidá de volvelos a mover los éndices ¡deja deja! no vayamos a sobrecapetalizar la oferta y nos caiga la ruina encima ¡deja deja!
Paca cogió una mano a Liando y la colocó sobre sus pechos.
—¿Y las ganancias Liando? ¿cómo tengo los depósitos?
—Pues hija, así, tanteando un poco los depósitos y las ganancias… ¡un poco bajas si las tiés!¡por los suelos diríalo yo!
—¡Liando!
—Tranquila hija, tranquila, que con una miajica flujo en metálico han de volvese a su sitio, y anda, ahora a dormite que mañana hay camino y cosas que hacer.
—Bueno, como quieras, pero que mañana habrá que repasalas las acciones, ¡que no puén abandonase!
—¡Que sí, tontina! que mañana pasamos a la acción, no tapures, ahora miá ver si te duermes.
—¡Hasta mañana mi vida!
—¡Hasta luego, luz de la mía mesma!
Y cerrando los ojos los dos de nuevo, no tardaron en volver a dormirse.
Habría pasado un rato largo ya, hora y media, puede que dos y Liando, como hombre mayor que es ya, sintió la necesidad de ir al baño. Se levantó, se colocó el pijama como pudo, a oscuras para no despertar a Paquita, se encaminó a la puerta al tacto, tocando la cama, luego una silla y por fin la puerta, la del armario. El hombre, que estaba más dormido que despierto, por salir al pasillo intentó entrar en el mueble. Al meter la cabeza topó con la ropa que ahí había colgada, alguna propiedad del mismo Liando por cierto, que de vez en cuando bajaba al caserío con Paca para hacer noche con cualquier excusa.
—¡Coño, y esto ¿qué es?—se preguntó mascullando en voz baja —¡Ah ya! recula, que aquí no es —se decía entre sueños cuando tocó con su frente en el fondo del armario.
Con el ruido que sin quererlo hizo Liando, se despertó Paquita.
—Cari, Lio ¿estás bien? ¿qué pasa?
—La cosa la vejiga Paquita, nada, voy al baño, anda duerme que ahora vuelvo. ¡hay que jodese, que sueño!
El pastor seguía aún más en el lado flotante que en tierra firme.
—Da la luz hijo, que así no ves na —le dijo Paca.
—¡Ya, ya va! duerme anda, cielo.
Liando empezó a tactar por la pared pero por más que buscó el interruptor, fue incapaz de encontrarlo, llevaba los ojos cerrados, y tanto era el sueño que el hombre arrastraba que era incapaz de abrirlos, en realidad era incapaz de recobrar apenas lucidez. Consiguió abrir la puerta del cuarto y salir al pasillo. “Al fondo y sin pierde”, pensó para si, y también a tacto llegó hasta el baño. La puerta había quedado entreabierta, no le costó entrar. Al pasar, por encontrárselo tocando la pared, accionó el interruptor de la luz, se afianzó al lavabo con las dos manos, se aseguró de estar bien recto y sujeto, y sin moverse se dispuso a hacer el esfuerzo. Abrió los ojos a medias como pudo y se centró en la imagen que le devolvía el espejo. Las cejas del pastor como acentos circunflejos, los ojos de un perro pachón y “morro” de Bulldog. En su cabeza y cayéndole por un lado, a modo de boina, una camiseta de felpa que seguramente al salir del armario recogería de alguna balda. La chaquetilla del pijama, una chaquetilla de color azul marino, moderna y cerrada a modo de blusón con el dibujo de un barco, aunque esta vez, la nave velera se le quedaba por dentro y a la espalda. Liando se percató de lo anormal de su vestimenta, pero intentar arreglar aquel desaguisado ahí y en ese momento era mucho intentar, tan solo se retiró la camiseta de la cabeza dejándola a un lado del lavabo. Abrió un grifo para mojarse la cara un poco por entrar algo en razón, pero el hombre se quedó mirando el chorro que salía, y al momento, intuyendo que debía estar el agua más fría que el culo del Neptuno Madrileño en Navidad, decidió volver a cerrarlo. Se encogió de hombros y se giró hacia el inodoro. Se situó, midió distancia y con la poca lucidez que le dejaba la modorra en la que estaba sumido, calculó trayectoria y parábola, bajó su mano en busca de su Leoparda, pero…
—¡Leches! ¿andestá la ventanilla? ¿qué pasa?
La llevaba detrás. Con el sueño y la poca luz había dejado a Leoparda contra la pared, y la puerta detrás. Liando hizo un vuelo de reconocimiento con su mano sobre el objetivo, y mientras intentaba el atrape, sintió como por el tubo de alivio se anunciaba la primera suelta del combustible sobrante. Tuvo el tiempo justo de poner el pantalón al calor de sus tobillos, eso sí, envueltos en gruesos calcetines de montaña, y sentarse en el inodoro, momento que aprovechó tras dos disparos de aviso, para deshacerse de material caducado del polvorín. Ya, un poco más despabilado y cumplida la misión, no sin antes haber dejado constancia de su paso por el campo de batalla, en la mengua de existencias de celulosa habidas en intendencia, y tras accionar el mecanismo que habría de ahogar al enemigo, volvió la vista a Leoparda. Al verla hizo un gesto, se miró al espejo y le dijo a su otro yo:
—¿Se habrá enterao esta dalgo?
Y enfiló por el pasillo hacia su habitación. Se sentó Liando en la cama con intención de coger un cigarro y acercarse a la ventana para darle dos caladas, pero era tanto el sueño que tenía que acabó renunciando a ello, se metió en la cama, pero esta vez al contrario, al pastor le gustaba dormirse viendo las estrellas cuando Paca firmaba alguna vez armisticio íntimo. Y así se quedó, mirando las estrellas una vez más, buscando ese sueño que no tardaría en vencerle, y le venció, quizá arrullado por el “canto” del búho, que no muy lejos, marcaba territorio y propiedad de cazadero. Como muchas otras veces, la mente del cabrero se puso a navegar…
Haciendo click sobre la foto accedemos al audio del fragmento.