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El parto de Paquita.

Recordaban Liando y Paca aquel día del mes de Agosto, en que la mujer del cabrero, habiendo cumplido ya el tiempo de embarazo, y esperando que se pudiese presentar ya en cualquier momento el parto, se había levantado muy temprano y con alguna que otra molestia.

—Frasquica, te veo hoy con pior cara, tiés gesto de andar doloría.

 —No me levantao yo hoy muy católica, hoy no, y mucho me sace que hoy este va a ver la luz del día.
  —O esta, Paquita, que to hay que esperalo ¡anda!, tómate ese café y en acabándolo acuéstate otra vez, que viéndote como tas levantao, me sace que hoy no voy a bajame a la finca. El Genaro ya sabe que de no dejame caer por ahí, es por que ya sa dao el momento y na va a decime.
  —¡Que no, bah, márchate Lio!, son sólo unas pequeñas molestias, que no son de andase con prisas, en la mañana no va a dase que venga la creatura, y en eso de la comía ya andarás por aquí ¡anda, márchate!, que de seguro que vas a velo naciendo.
  —¡Miá que tiés caeza! ¡y dura, Frasquica!, igual que la cabezoná de no ite al hospital, voy a subir pal pueblo y en la centralilla doy aviso pa que vengan a buscate, que no voy a la finca, mujer.

Faustino aquel día estaba en el pueblo, había tenido una semana de vacaciones y decidió acudir a El Villar para ayudar a Venancio en la casa, en unas tareas más propias de albañiles que de ganaderos, pero la economía mandaba y no eran tiempos de mucho gasto. Entre Venancio y dos amigos del pueblo, con la ayuda de Faustino, se estaba reparando el tejado de la casa, que ya era un mar de goteras cuando llovía.

Había amanecido cuando Liando, mirando a través de la ventana, pudo ver como se iniciaba la actividad en la casa de su padre.

—¡Miá Frasquica!, ya empiezan estos con la teja—dijo desde la sala contigua a la alcoba donde dormía Paquita—, aluego si estás mejor, igual me subo un momentico por si necesitan un algo ¿te paice?

Liando no obtuvo respuesta, pensó que Paquita se habría acostado de nuevo y quiso asomarse a la alcoba para comprobar si estaba dormida.

—¿Paquita? ¡coño! ¿ande estás?

Su mujer no se había acostado, había optado por bajar despacio a la cocina que estaba situada en la planta baja, para preparar algo de desayuno a el cabrero, que de seguro pensaba, se pondría con las faenas diarias del cuidado de los animales, las que ella ese día no podría hacer, ya que las molestias iban en aumento.

—¿Qué haces aquí Frasquica?, ya lo habría preparao yo, mujer, anda acostate, luego a media mañana igual estás mejor y pués levantate, mujer, ¿qué no ves que no estás bien?

—Bueno, tú tranquilo, hombre, no te agobies, questo de enfermedá no es y ya será cuando tenga que selo, que un poco de dolor es normal, hijo, que tiés más miedo que yo ¡por Dios!... je je je, ¡anda séntate!, y vamos a tomanos esto, aunque yo tampoco es que tenga mucha gana esta mañana, que con estos calores me se va el hambre, ya ves.

Ambos se sentaron y comenzaron su desayuno.

—¿Y si viene niña, Lio? —preguntó Paca al cabrero.

—¿Otra vez Frasquica?, que será tan guapa como tú, mujer, que cien veces o más te lo he dicho, y una mujer de mucho cuidao con ella, como tú eres… je je je ¡de tal palo tal astilla!, ya verás ya.

—¡Miá Liando!, quel apellío Laparda es de lo más sagrao en el pueblo, y mucho me sace que con lo que este ha costao y la edá que vamos teniendo, pa una espera muy larga ya no sé si hay tiempo.

—¡Bah, chica!, por eso no has de apurate, que si de aquí no sale, ahí está el Faustinico, que de seguro que pué seguilo el apellío palante ¿y qué no es aquí? ¡bah!, pues que sea en otro sitio, que con tal de seguilo, da igual ande sea.

—Es que si es una niña, Lio…

—Pues habrá de selo la más bonica de to la comarca, como su madre lo es y haber si eso no es orgullo pa un padre ¡que crees!

—Pues que sea lo que así tenga que selo—dijo Paquita mientras se levantaba a dejar su tazón en el fregadero.

Iba Paquita a dar el primer paso, cuando de pronto sintió que de su interior manaba un torrente húmedo, miró al suelo y pudo comprobar que había roto aguas.

—¡Ay Lio, que ya viene!

—¡Al cuarto Frasquica, al cuarto! ¡al dabajo! ¡que te lo pongo en un momento!

—Si está puesto, qués ande duermen los padres cuando han de quedase.

—¡Pues lo pongo Frasquica, que no tardo na!

—¡Que está puesto, coño! ¡que está puesto te digo! ¡anda, vamos pallá!

—¡Venga, aguanta na más un poquico!, que voy a por la comadre, a por el cura y el sacristán.

—¡No jodas Liando! ¿estás loco? ¿ya quiés matame?

—¡No no! ¡que digo! ¡Dios que nervios!, ¡al praticante, si es que está! ¡que no estará!

Liando ayudó a echarse sobre la cama a su mujer y salió a todo correr hacia la parte trasera de la casa. Allí dio un silbido que resonó en toda la vega, y al instante fue oído por Venancio y Faustino. El cabrero agitaba a los cuatro vientos una camisa blanca que había recogido del tendedero, cuando vio que le devolvían el aviso desde el tejado de su padre, volvió a casa corriendo y entró en el cuarto donde se encontraba Paquita, como alma perseguida por el mismísimo diablo.

—¿Ya has parío, Frasquica?

—¡Pero como voy a parir ya, hombre! —respondió Paca entre gestos de dolor—, questo no es así, va rápido porque notándolo estoy que rápido va, pero no es tumbase y echalo Lio.

—Ya bajan los darriba, no hay que apurase.

En unos minutos aparecieron Venancio y Faustino a toda prisa. Habían bajado a casa de los cabreros en la moto de Fabián, un vecino del pueblo que les estaba ayudando en la obra

—¿Viene ya? —preguntó Venancio.

—¡Ya viene padre! ¡y viene rápido!, no va a pasale na ¿no padre?

—¡Por Dios Liando!, estás mu alterao, ¡estate tranquilo, hombre!, que na va a pasale ¡cagüen los conejos de maera!

—¿Habéis avisao a la comadre? —preguntaba Liando cada vez más nervioso.

—¡A por ella se han ido ya! —respondió Faustino—, no te preocupes que la partera estará de camino.

—¿Y el médico?

—¡Ese no está!, y el practicante tampoco, que se han ido juntos de urgencia, tranquilo que con la partera va sobrada la cosa—decía Faustino a su hermano tratando de tranquilizarle.

—¡Seguro quel veterinario tié que estalo! —afirmó el cabrero.

—¡A ver si voy y tarreo un sopapo! —le respondió muy enfadado Venancio.

—¡Bah padre, tranquilo!, que está hecho un manojo de nervios ¿no lo ves? —tranquilizaba Faustino al mayor de los cabreros.

—¡Que la Paca no es ninguna vaca, coño!

—¡Ya hombre, ya!, padre llévatelo a la cocina y dale una arroba de tila, que tendrá por ahí algo, anda.

Nada más decir esto se oyó un grito de Paca.

—¡Ya ya, que ya viene! ¡que sale, que sale!

—¿Seguro Paquita? ¿ya sale? —preguntó Faustino a su cuñada saliendo hacía ella como una centella.

—¡Coño, que lo estoy notando! ¡que lo estoy sacando ya!

Paquita sentía los dolores del parto, pero era mujer recia como lo son las mujeres del campo, y se dejaba a un lado los gritos, quejidos y lamentos para emplear sus fuerzas en empujar al bebé para ayudarle a salir.

—¡No da tiempo, no da tiempo! —decía—, ¿ande está el Liando?

—¡Muy nervioso cuñada!, en la cocina lo tienes, déjale, que es mejor que se quede, por si acaso.

—¡Viene viene!, y casi no puedo moveme ¡ayúdame Faustinico, ayúdame!

Faustino no lo dudó, tenía que hacerlo. Se asomó a ver en que trance se encontraba la criatura y levantó el camisón de Paca dejándolo sobre su barriga.

—Pero Paquita, si aún llevas…

—¡Que no ma dao tiempo, Faustinico, que no ma dao tiempo!

Faustino miró a su alrededor buscando algo con que poder rasgar la braga que aún llevaba Paquita, no encontró nada y ante la premura y el nervio del momento, con sus propios dientes hizo una especie de muesca en el tejido, y con sus manos pudo rasgarla, retirándola de inmediato.

—¡Por Dios, si ya tiene aquí la cabeza! ¡padre padre!

—¿Qué pasa Faustino hijo?

—¡Que ya está saliendo padre!, tráeme una sábana limpia y doblada, que esto está empapao ¡rápido!

En segundos apareció Venancio con la sábana.

—¡Paquita! —dijo Faustino a su cuñada—, te voy a levantar un poco el culo, pero no aprietes ni empujes, no vayamos a hacer daño a la criatura. ¡Padre!, mete tú la sábana en cuanto la levante, pero rapidico ¿vale?

—¡Venga, vale, amos!

Con mucha rapidez, se hizo tal y como el menor de los cabreros había dicho, éste preguntó a su padre:

—¿Tardará mucho la partera?

—Con lo coja que está y al otro lao del pueblo… un buen rato va ísele.

—¡No hay tiempo, Paquita! ¡voy a sacártelo!, cuando te diga empujas ¿vale?

—¿Vas a poder, hijo? —preguntó Venancio.

—¡Hay que hacerlo padre! ¡hay que hacerlo o el niño se asfixia!, no puede ser más complicao que una res.

—¡Venga entonces! ¡no te estés!      

Faustinocolocó cuidadosamente su mano sobre la cabeza de la criatura y con los dedos de la otra, intentaba abrirle camino.

—¡Es todo lo que se me ocurre ahora, padre! ¡empuja Frasquita!

La mujer hizo un esfuerzo, empujó y se liberó una buena parte de la cabeza del niño.

—¡Ya casi lo tenemos!, saliendo la cabeza es más fácil ¡empuja otra vez Paquita!

La mujer del cabrero era un mar de sudor por el esfuerzo. A su lado estaba Venancio secándole la frente y el rostro con un paño. Se asomó Liando, que parecía venir más tranquilo, pero al ver a Paquita en aquel estado, el niño con la cabeza fuera y las manos de Faustino ensangrentadas, decidió volver a la cocina, en previsión de algún desmayo, aunque sí es cierto, que se tranquilizó al ver que Faustino, a pesar de la cara de preocupación que mostraba por que todo saliera bien, no daba signos de lo contrario, al igual que Venancio, que a pesar de no haber pasado nunca su hijo Faustino por un trance similar, confiaba en ese momento plenamente en él.

—¡Tranquilo Liando!, vuelve adentro y espera ¡anda, que va bien la cosa! —dijo Venancio a su hijo.

—¡Empuja Paquita! —insistía Faustino.

La chica hizo un gran esfuerzo que se tradujo en un buen empujón, la criatura ya tenía la cabeza fuera.         

—¡Límpiame padre, deprisa, que no veo!

Faustino sentía correr ríos de sudor por todo su cuerpo. Venancio, como un resorte, le pasó el paño por la frente, luego cogió la mano de Paquita, cuando el propio Faustino les anunciaba:

—¡Ya, ya, que ya tenemos la cabeza!... je je je ¡venga! ¡vamos a por el resto, que ya es más fácil! ¡un empujón más me hace falta, para cogerle mejor, Paquita! ¡vamos campeona!

Paquita hizo otro esfuerzo imponente. Faustino pudo asir a la criatura por sus hombros, tiró un poquito al tiempo que Paca volvía a empujar y el niño se precipitó en su salida. Se dejó sacar ya sin ningún problema. Faustino lo apoyó sobre la sábana para intentar centrarse ahora en retirar la placenta.

—¡Vamos Paquita! ¡uno más y ya está!

Fue casi instantáneo. En ese momento apareció un coche con la partera. Venancio salió a recibirla y la condujo hasta el cuarto donde había dado a luz Paquita.

—¡Vaya hija, pues sí que eres rápida, sí!... je je je ¡venga, a ver ese cordón!

La partera anudó el cordón del niño con lo que ya llevaba preparado y lo cortó.

—¡Fenomenal Paquita! —dijo Faustino a su cuñada—, ¡eres toda una señora mamá!, ha sido un niño y tan guapo como tú.

El recién estrenado partero, se acercó sonriente y besó a Paquita en la frente. Ella estaba exhausta, le sonrió y le cogióde la mano como respuesta, después, Faustino y Venancio se abrazaron.

—¡Enhorabuena hijo! ¡enhorabuena!

—¡La naturaleza lo ha hecho todo, padre!, así son las cosas de la vida y esta mujer es una roca, ya lo has visto. ¿Qué, vamos a ver si sigue vivo el padre?

—¡Amos! ¡venga!, no vaya a selo que tengamos ahora que tratale también… je je je.

Salían del cuarto cuando volvía Liando.

—¿Qué ha sío? ¿están bien los dos?

—¡Ven pacá Liando! —dijo Faustino llevándoselo del brazo.

El hermano del cabrero se acercó al niño, que lo había puesto la partera junto a Paquita, lo recogió, le besó en la frente y se lo puso en los brazos a Liando.

—¡Enhorabuena Lio! ¡eres padre de un niño precioso!

—¡Como lo es su madre, y también lo fue la tuya, hijo! —añadía Venancio.

—¡Y la Tomasa, padre! —exclamó Faustino.

—¡Y la Tomasa, hijo! —respondió Venancio.

Liando no cabía en sí de gozo, pero temblaba como las hojas de los chopos movidas por el viento. Con un poco de miedo por esa falta de fuerza que le había dejado tanto nerviosismo, se acercó a Paquita, puso al bebé de nuevo a su lado, le besó y le dijo:

—¡Ya está Frasquica!, lo que tanto hemos deseao ¡ya lo tenemos! ¡te quiero como no he querío a naide, mi niña rubia del pelo limón!, y a éste que se prepare, que mira si tié al lao gente pa querelo, que con sus padres to el pueblo y la familia juntos, ¡casi na! ¡pa que no falte naide!

Liando abandonaba el recuerdo y volvía a pasar bajo el umbral de la realidad.

—¿Recuerdas Frasquica?, casi no tenía pelo.

—¡Ya ya!, je je je… ni rubio ni moreno, “a quien habrá salío”, decían los que bajaron a verle recién nacido… ji ji ji.

—Y yo decía “¿en lo calvo?... ¡al abuelo!”… je je je. Que cuando le vino el otoño a la caeza lo dejó arrasao.

—Y se llamó como quería tu hermano, como tú, Liando.

—¡Jose Liando!, no te se olvide, aunque por aquí casi no se lo llame naide.

—Del color del mismo cielo era la primera ropa que le compramos, con lo que nos mandó el Ambrosio se le encargó y la primera muda.

—Y aquellos primeros trapos culeros, que deso sí que macuerdo.

—Tu hermano de partero, quien lo hubiera pensao en aquellos tiempos… ji ji ji.

—¡Venga Frasquica!, ahora a dormir que se juntan los tejaos.

—¡Hasta mañana Lio, felices sueños!

 

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