
DE NIÑA A MUJER
—Realmente según me has contado alguna vez, tu infancia si que fue feliz, si, y la de él, a pesar de la necesidad y los tiempos tan difíciles de la postguerra, pero ¿nunca echaste de menos un tiempo para ti sola? —preguntó Lola—, porque todos en algún momento necesitamos pensar, todos, meditar nuestras cosas, encontrarnos a nosotros mismos, pero tanto unos como otros, hombres y mujeres, niños y niñas, ¿no echabas de menos tu intimidad?
—¿De niña, de adolescente o de mayor, me preguntas?
—¡Siempre, Paquita!
—¡Mujer!, según lo que entiendas tú por intimidad. En realidad yo tenía los momentos que necesitaba para mi sola, no siempre justamente cuando lo buscaba, pero al final, de una forma u otra, los encontraba. De todos modos, cuando compartes absolutamente todo, también en muchas ocasiones cuando meditas sobre las cosas o te sientas a pensar en los problemas, también es bueno hacerlo en compañía de quien los compartes, y del pensamiento y de la meditación hacer el diálogo, la comunicación. La pareja se supone que es o debería ser entendimiento, espontáneo o buscado, como dicen hoy, consensuado, eso también forma parte de la intimidad, que no se debe confundir con individualismo o introversión. La verdad es que el cabrero y yo hemos compartido todos y cada uno de los momentos de nuestra vida, importantes y no importantes desde el mismo momento en que nos conocimos… je je je, me río porque me está viniendo a la memoria algo… je je je.
Mirad, sin ir más lejos ese momento tan importante para nosotras, nuestra primera regla, ese momento en que nos decían que nos convertíamos en mujeres… je je je, muy relativo eso, algunas no lo son ni llegando a la menopausia, pero bueno, eso es otra historia. Pues mirad, cuando me tocó a mí estábamos juntos en ese momento y la verdad, yo no necesité salir corriendo ni cerrarme en mi misma, ciertamente me asusté un poco, pero de haber estado sola habría recurrido al cabrero al instante, pero estaba con él y me fue de gran alivio y ayuda. ¿Hay algo más íntimo para una mujer que eso? Cuando ocurrió yo no sabía que pasaba, al enterarme después aún aprecié más la presencia, la ayuda y el cariño con que me regaló el cabrero en aquel momento. Bueno, igual que ese, seguro que los hay, momentos digo, por supuesto, pero esa es mi intimidad, soy tan yo misma como puedo ser de él, y él tan auténtico por si solo como puede serlo conmigo, ni más ni menos. Si queréis os lo cuento, no me importa, es algo vivido con naturalidad, aunque es un poco largo. Para entenderlo os tengo que poner en antecedentes.
—¡Por supuesto Paquita! —respondió Lola.
—¡Adelante tía, te lo agradezco!... ja ja ja. Al final de aquí saco una tesis pero sin nombres —respondió Julia.
—¡Pues mujer!, si así fuese me alegraría mucho hija… je je je. Pues bien, mirad, antes de poneros en el contexto os planteo a vosotras esta situación:
Imaginad por un momento que volvéis a la niñez, cada una en vuestro tiempo, y cuento con que hay una diferencia generacional, vais a tener vuestra primera menstruación y estáis justo cuando os llega con vuestros amigos, con vuestro mejor amigo en particular ¡ojo! no pareja ¡amigo!, eso tiene que quedar claro si es que queremos ver la diferencia. A esa edad no se tienen novios, vamos a dejarnos de tonterías. Estáis por ejemplo bañándoos en la piscina, nadie os ha explicado nada y de pronto, antes los ojos de él, comenzáis a manchar, tú por ejemplo Julia ¿qué sentirías?
—¡Jo!, pues pudor tía, ¡mucho pudor! —respondía Julia.
—¿Y tú Lola?
—¡Uf!, una vergüenza terrible.
—Bien, quedaos con eso de momento. Veréis —proseguía Paca— Como podréis imaginar, en mis tiempos y en una aldea como El Villar, tener agua corriente en casa era poco menos que de ricos, teníamos que llevarnos el agua a casa desde la fuente pública del pueblo, que generalmente solía estar en la plaza, y allí estaba la nuestra. Lo hacíamos en cántaras o cubos. En invierno, mucho más que en el verano, buena parte del agua se destinaba a la higiene personal, a los niños, se tenía la costumbre de bañarnos enteros bastante a menudo, nos manchábamos mucho más que los mayores, que necesitaban algo menos ponerse a remojo. Se calentaba el agua en un caldero y se mezclaba con fría, y bien en un balde o en una bañera de esas que no eran fijas, de las de patas, el que la tenía bañaba ahí a sus hijos. Cuando llegaba el buen tiempo, por ahorrar esfuerzos y viajes a la fuente y al paso divertirnos, en verano nuestras madres nos bajaban al río. Allí, en una remansada, se juntaba toda la chiquillería donde no había peligro, y las madres o quien fuese, que a veces también los padres, se dedicaban al lavado de la ropa colocándose un poco más separados, aguas abajo. Ese baño en el río se hacía desde que te sujetabas en pie hasta bien entrado en la adolescencia, dependiendo de compañías y situaciones.
Cuando a mí me llegó ese día, en el que supuestamente me hice mujer, estaba precisamente en ese baño, en el río con Liando.
—¡Uf! ¿Y él que dijo al ver que manchabas el bañador, tía? ¿se asustó? —preguntó Julia.
—¿Bañador?... ji ji ji. Hija, éramos criejos, nosotros no usábamos bañador, y bueno sí, nos asustamos un poco los dos.
Julia se quedó un tanto sorprendida, Lola quizá no tanto, tampoco dejaba de serle muy desconocida la escena relatada.
—¡Mujer! —exclamó Lola—, A ver, nosotros en mi pueblo alguna vez también nos hemos bañado desnudos, pero bastante antes de esa edad ya nos cubríamos ¡que corte! ¿no?
—¡Para nada Lolica!, ahora os cuento—respondía Paquita mientras servía otro chupito de hierbas a sus interlocutoras —, Ya os he dicho que El Villar era otro mundo, ciertamente un lugar casi utópico para muchas cosas, donde se mantenían aún hábitos y costumbres no contaminadas por influencias externas. Se vivía de una forma mucho más natural y sana, tanto en actitudes como en pensamientos, desde la niñez hasta la edad adulta, viviendo en cada cosa su momento. Una niña o un niño que con dos años se bañaba en el río desnudo en compañía de sus amigos, lo seguiría haciendo con el paso del tiempo hasta que su conciencia le indicase un cambio, y esto podría ser tarde porque, como ya os dije antes, nos auto protegíamos, así lo veían nuestros padres también y así nos observaban y nos aconsejaban. Pero, ¿cuándo una niña empezaría a usar su traje de baño?, pues normalmente cuando se sintiera muy observada, cuando ella notase en esas miradas algo de morbo o algo que se saliese de lo meramente estético. ¿Cuándo se cubriría un chico?, pues lógicamente cuando su cuerpo por sí solo comenzase a mostrar interés por el de ellas, cuando aquello que hasta el momento llevaba consigo “en silencio” tomase vida propia y reaccionase por su cuenta. Era entonces cuando se acababa el compartir baño o lo hacías con quien te daba más confianza, y como os dije antes también, en mis tiempos solo éramos dos chicas en El Villar.
Yo aquello no lo conocía, para Liando, nacido allí, era el pan de cada día. Bajamos al río el primer verano, yo tenía unos siete u ocho años, él uno más, todos los amigos se desnudaron y se metieron al agua, yo no estaba acostumbrada a hacerlo con más gente y no me atreví, en el río no, solo lo había hecho con él y a solas en casa, tanto en la de él como en la mía había esa costumbre de bañarnos en el balde, a mí me bañaba mi madre y él ya lo hacía solo la mayoría de las veces. A esa edad no existe morbo en la mente de un niño, no se tiene instinto sexual, hay mucho desconocimiento de muchas cosas, y eso es, sencillamente, por que no es el momento y nada malo tiene que uno vea bañarse al otro o como hicimos muchas veces, bañarnos juntos cuando podíamos por indicación de alguna de las madres y según en que casa estuviésemos, con el consabido ahorro de agua y jabón. Esto ha sido muy normal en aquellos tiempos y mira tú por donde, empieza a serlo de nuevo en muchos sitios ¡y entre adultos!... je je je. La vida son ciclos.
Ese mismo verano ya habíamos decidido que esa parte de nuestro tiempo, la del baño en el río, la dejaríamos para nosotros solos y no por pudor, que eso yo no hubiese tenido mucho problema en superar, lo hicimos simplemente por reservarnos ese momento para nuestra intimidad, y aquí enlazo con lo que hablábamos antes, para pensar, para hablar sobre nuestra vida, para tomar decisiones propias, para nuestros secretos… para ese tipo de intimidad, la que los dos queríamos compartir.
Y así fue que un buen día, bajábamos por la orilla del río jugando a exploradores, y buscando un sitio para hacerlo nuestro, donde acudir cuando quisiéramos bañarnos y por casualidad fuimos a parar a una zona llena de zarzas y ramajes, donde por debajo se apreciaba un hueco casi escondido por donde, no sin dificultad, aún podría accederse al río. Allí nos metimos llevándonos como recuerdo algún que otro arañazo en cara, brazos y piernas producidos por las púas de las zarzas, nos desnudamos y nos bañamos. Con el tiempo, allí aprendí yo a nadar, tu tío, Julia, el hombre nunca aprendió a nadar. Ese primer día decidimos, al ver que allí era prácticamente imposible acceder sin salir marcado y que no había señal ninguna de que por allí pasase nadie, que ese sería el lugar para el baño y nuestros momentos.
Allí fue precisamente donde me vino a mí mi primera regla, a eso de los once años más o menos. Veréis… Habíamos estado largo rato en el agua luego salimos y nos tumbamos al sol, a ese sitio le costaba entrar entre tanto árbol, pero el poco que entraba a la orilla, si te apretabas un poco uno con el otro, daba para secarse los dos. Ese día nos habíamos llevado un poco de bocadillo cada uno y nos sentamos después uno frente a otro con la intención de dar buena cuenta de ellos. En un momento dado vi. como, al tiempo que se quedó casi sin aliento con la vista clavada entre mis piernas, se le caía el bocadillo al suelo y casi no acertaba a decirme: “¡Paquita, Paquita! ¡estás sangrando!”, y me señaló por donde. Yo me quedé también blanca del susto y no sabía reaccionar, me quedé rígida y luego no daba pie con bola. El me cogió de la mano, me ayudó a levantarme y me acercó al agua, al tiempo que me decía: “¡no te preocupes, Paquita!, que esto no ha de ser na, seguramente tabrás arañao o raspao con alguna raíz o algo”. A pesar del susto, él estaba reaccionando con más rapidez que yo y con más seguridad. Ya en el agua, él mismo me estuvo lavando pero al ver que no paraba de sangrar, él mismo me estuvo buscando la herida y dijo: “¡esto tié que venite de adentro!, y no me gusta na, ¡ven!, voy a ponete algo y vamos pa casa que tendrán que avisale al médico”. Con su propia camisa me hizo algo parecido a una braga, más un tapa rabos como el de Tarzán que otra cosa. Normalmente, como el recorrido no era tan largo y bajábamos solos, cuando íbamos al baño no solíamos llevar nada debajo, al llegar a casa nos cambiábamos de ropa y entonces sí nos vestíamos completamente. Estamos hablando de una edad donde no había aún ninguna atracción de tipo sexual ni nada parecido, excepto una natural curiosidad por las diferencias de género.
Cuando me ayudó a colocarme aquel protector, por llamarlo de alguna manera, salimos todo lo corriendo que pudimos a casa, y en el camino nos encontramos con Ambrosio que venía con una parte del rebaño al que había cambiado mi suegro de pasto. Nos preguntó donde íbamos tan apresurados y le respondimos preocupados que a casa y a buscar al médico que yo iba herida y estaba sangrando.
Paquita relataba con tanto entusiasmo como asombro mostraban Lola y Julita. A continuación les contó su encuentro con Ambrosio, y lo contado fue así:
Ambrosio les volvió a preguntar.
—Pero ¿ande tiés tu la herida, Paquita?, yo no veo na, tiés que tranquilizate.
—¡Ahí Ambrosio! —respondió Liando—, ¡ande tié su cosica la chica!
Paquita se subió la falda y Ambrosio le respondió:
—¡Uf!, ya veo, ya. Pero no tiés que preocupate pa na, lo que tiés que hacer es tranquilizate.
Ambrosio, diciendo estas palabras, sacó de su zurrón un paño que llevaba y que normalmente se suele utilizar a modo de servilleta, colocándoselo encima de las piernas el pastor cuando come en el campo. Ambrosio conservaba su paño completamente limpio.
—Toma Liando, intenta hacer otra braga con esto y quítate eso Paquita, que va mu calao—dijo el mayor a los chicos —, y escúchame con atención hija. Esto que ta pasao es mu normal, ya te lo tendría que haber dicho la Tomasa, pero seguro que pa na esperaba que hubiera de pasate tan pronto, no has de preocupate que ni estás hería, ni enferma, ni va a pasate na ¡pierde cuidao!
Mientras el hermano de Liando decía esto, señaló a Paca entre los árboles diciéndole:
—¡Miá, Frasquica!, ahíneso hay un pequeño manantial, ¡ámonos pallá!, tiés que lavate y ponete lo que el Liando te está preparando, malo ha de ser que de aquí a la casa no haya de servite.
Dieron unos pasos y llegaron al manantial.
—¡Ahí lo tiés!, cuando acabes sales al camino que yo voy a decile a la Rufa lo que tié que hacer.
Ambrosio se fue hasta el rebaño y algo le dijo a su Rufa que lo encaminó hacia el pueblo. Liando terminó de colocar aquel apaño a Paquita y salieron al camino donde les esperaba su hermano. Caminaban hacia el pueblo ya más tranquilos. Ambrosio cogío de la mano a la niña y le dijo:
—Miá chiquilla, eso va a pasate tos los meses hasta que seas viejecica… je je je.
La verdad es que el recurrido hermano mayor les hizo reír después del susto, sabía muy bien como hacerlo y alguna experiencia ya tenía.
—Eso es que tas hecho mujer, Paquita… je je je.
Paquita se quedó parada y extrañada le preguntó:
—¿Pero es que en antes no lo era, o que?
—¡Si, pero niña!, ahora también eres mujer pero no eres niña, tu cuerpo anda preparándose pa cuando quieras hacete madre, pero no ahora ¿eh?, no tiés que asustate, eso ha de selo cuando seas más mayor, y esto que ta pasao hoy es lo mejor que te pué pasar, porque no hay na más bonito que estar prepará pa traer más vía a la vía. ¡Hija!, ahora tu cuerpo empezará a cambiate y aún serás más guapa que lo que eres. ¡Fíjate!, de propio… ya ta cambiao algo.
—¿Si? ¿cómo ma cambiao? —le preguntaba Paquita expectante.
—¿Tacuerdas cuando vinistes como eras?
—¡Pues si, claro!
El le llevó la mano que le había cogido y se la colocó a ella en el pecho.
—¿No te notas na?
—¡Ah claro!... je je je.
—¡Eso es el milagro de la vía!, como ya os tié dicho Don Galo ¿mentiendes?
—¡Pues claro!, ahora sí que lo entiendo.
—¿Tas segura?
—Creo que sí. Oye Ambrosio ¿podemos preguntate siempre to lo que no entendamos?
—¡Claro que sí, hombre!, que soy como tu hermano.
Ella no pudo evitarlo, le abrazó y se echó a llorar. Se sentía querida y protegida por todos.
—Ahora vete pa la casa a contale a tu madre to y lo que yo te dicho también, así va a sele más fácil explicate. Y tú Liandico vete tomando nota, que tú tiés que pasar tus cosas también… je je je, pero sin sangre, ¡pierde cuidao!... je je je.
—La verdad nos reímos todos con muchas ganas —proseguía Paquita con la narración — Ambrosio nos quitó el susto con toda naturalidad. Y ahora te digo Julia, ¿pudor?, ¿que pudor podría sentir yo ante Liando, mejor dicho, que falsa sensación de pudor podía sentir yo ante él? ¿pudor de qué? De haber sabido que era lo que me estaba pasando… ¿de compartir lo mejor que me estaba ocurriendo en la vida con él hasta el momento, uno de los más sublimes en la vida de su amiga? Vuelvo a deciros que en ese momento yo no sabía… pero después, pasado un tiempo, cuando me di cuenta realmente de todo lo que aquello significaba, pienso que me hubiese sentido mal de no haberlo podido compartir. El no solo no lo hubiese sentido algo sucio, si no que se hubiese preocupado, ilusionado y crecido conmigo, de la misma forma que aquel día conmigo se asustó y tuvo la inmensa valentía de ayudarme en lo que pensó que era una herida, y cuando vio que no lo era buscó el remedio para atajar aquello de la mejor manera y llevarme al médico. ¿Qué pudor puedo guardarme yo de algo que vivió conmigo y que pertenece a lo mejor de mí misma? ¿tú sabes la sensación que tuve cuando pensando me acordé de sus manos llenas de mi feminidad? ¿podía haber algo más grande que el hecho de recibir mi cambio en sus propias manos? Cuantas veces me lo habrá repetido, solo volvió a sentir esa sensación cuando Faustino puso a nuestro hijo en sus brazos, volvía recibir vida de mi propia vida, ya ves hija, lo que para unos es asco para otros es vida. Yo no podía sentir esa falsa sensación de pudor ante un tío tan grande como es mi marido, que lo es, grande desde que nació.
Y ¿vergüenza Lolica?, ninguna, en absoluto, él ya me conocía desnuda tal y como era, como yo a él, nada que él hubiese tocado antes, podía darme vergüenza después. El estaba frente a mí, él vio brotar en mí mi cambio incluso antes que yo, él lo vivió antes, él fue, aunque suene raro, mujer con migo, también ese paso fue su paso ¿por qué habría de negárselo? Todo el cariño que me tenía en aquel momento, sus desvelos, la protección y cuidados que me ofrecía le daban derecho a vivirlo conmigo. ¿Vergüenza de que me viera sangrar?, ninguna, de ningún modo, se la haría sentir a él y no hay de que tenerla. El tenía que sangrar conmigo porque mi ser era ya el suyo y mi cuerpo suyo como el suyo era mío. Lo que a mí me estaba ocurriendo nos estaba ocurriendo a los dos, a eso llámale amor, fusión, lo que sea, llamémoslo como queramos, que lo es, pero te puedo asegurar que verme como me vio, queriéndonos como nos queríamos, pudo haber sido, de haberlo sabido en el momento, para mí también una muestra de agradecimiento hacia él, así lo pensé al enterarme , así lo sigo pensando, y así se lo hice saber a él después, poder mostrárselo más tarde sin sentir vergüenza ni pudor, para que él pudiese recordar aquel momento como suyo. Su compañera se hacía mujer, él se hacía mujer también con su compañera, como esta también se hizo hombre con él un día, por que cada uno es parte del otro, de tal manera que su alma es la mitad de un todo que se forma con la mitad del otro, y su cuerpo es parte del cuerpo del otro también. Es todo así de sencillo y grandioso, ¡ni vergüenza ni pudor, chicas!, mucho amor y agradecimiento.
Haciendo click sobre la foto accedemos al audio del fragmento.