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¡Más taponazos!

 

Todos se rieron y mientras transcurrió la cena fueron tocando algunos aspectos que resultaban importantes para un buen comienzo del estudio del proyecto. Llegados a los postres y habiendo dado buena cuenta de ellos, pasaron a los brindis. Faustino llamó al camarero.

—¡Luis, por favor!

—¡Sí, dígame Faustino!

—Mire, necesitamos de entrada cuatro botellas de cava, pero aunque le va a parecer un poco raro, tienen que ser de la misma marca, a poder ser de la misma caja, a la misma temperatura y procurando moverlas lo menos posible ¿podrá usted hacerlo?

—¡Por supuesto Faustino!, será un placer, no hay problema.

Faustino hizo un guiño a Higinio y este dijo a Liando en voz baja:

—Tío, parece que repetimos pum pum… je je je.

—Cuatro y al cruce va a tener que selo —dijo Liando.

—Sí, así lo hacemos, ya le explica mi padre a mamá como tiene que hacerlo.

Liando se dirigió a Paquita:

—Paquita, hoy también lo hacemos, echa tú la charla hija ¿te paice?

—¡Pero Liando, como dices esto en alto!, ¡se un poquito más discreto hombre! —y acercándose a su marido le dijo al oído—, voy a sacarte un salto de cama que tenía guardadito, ¡vas a ver lo que son transparencias!… ji ji ji, ya sabes que lo mío es disposición.

—¡Que no mujer, que no digo eso, que no!, que digo que vamos hacelo lo del descorche, mujer ¿ande vas?, eso luego veremos.

—Entonces… ¿lo de la charla?

—¡Que hagas tú mesma el descurso, hija!, ¿te paice?

—Ja ja ja… ¡me paice, me paice bien!

Cuando Luis llevó las botellas a la mesa, las colocó en el centro. Hay que decir, por que al caso viene, que la mesa de nuestros amigos estaba situada en un reservado del comedor y a salvo del posible cotilleo de la mayoría de los comensales ajenos. Paca tomó la palabra, hizo un pequeño discurso de agradecimiento por la ayuda y disponibilidad de todos los presentes, y dedicó la cena a la pronta recuperación de María. Una vez terminado el discurso, la propia Paquita dio la orden.

—Señores Laparda… Señora de Laparda… ¡procedan!

Rogelia tomó una botella, Faustino otra, Liando una tercera y por último lo hizo Higinio. Al momento, el resto de los que ahí estaban, por indicación de Paca, colocaron sus copas al alcance de cada uno de los que se disponían al descorche de las botellas.

—¡Al cruce! —dijo Faustino.

—¡Sincronizando! —exclamó Higinio.

—¡Venga, fuera alambres! —ordenó Faustino.

—¡Lo tengo! —dijo Liando.

—¡Y yo! —le siguió Rogelia.

—¡Yo también! —añadió Faustino.

—¡Venga, y yo! —dijo Higinio aflojando al punto de fuerza y aguantando—, ¡Va, despacio!

—¡Lo tengo! —dijo Liando—, ¿Vosotros?

—¡Venga, va, sí! —respondieron los otros tres.

—¡Atentos! —ordenaba Paca—, ¡inclina Faustino!, ¡sube tú Liando!, ¡bien, Higinio!, ¡bien, Roge!, ¡Atentos!, una… dos… ¡ya!

Pum Pum Pum Pum. Aquellos cuatro tapones salieron disparados en el mismo segundo de tiempo. Las trayectorias cruzadas, las marcas dejadas en el techo parecidas por no decir iguales, buen invento las lámparas de plástico y el de las pinturas sobre tabla, insuperable, como un acierto fue la falta de espejos. El tapón de Faustino tuvo su premio, una flor para Marieta, que dicho tapón segó de cuajo del florero del aparador de los cubiertos. Los tapones rebotaban sin orden ni concierto por el reservado, alguno peinó el bigote de Juanito, quizá el mismo que acarició la calva de Julián o el mismo que, al paso por un trofeo de caza, quedó clavado en un cuerno, quizá el tapón del mismo Faustino, que acabase allí su vuelo. Otro de ellos, de aterrizaje incierto, por encima del biombo se le vio salir a mucha prisa y tras un par de rebotes entre tabiques, fue a dar contra la campana del bar donde se le perdió de vista, a la vez que un camarero exclamaba “¡Bote!”. Y de un tercero sabemos que hasta la hora de cierre del establecimiento, tras apagar a su paso dos velas encendidas, en razón de a saber que acontecimiento y no sin antes haber dejado constancia de su vuelo, al descolgar del perchero el sombrero de un caballero de gris, terminó sirviendo de juguete a los peces del acuario del reservado contiguo, no sin asombro de Luis, el camarero, que al entrar a por las botellas fue advertido por el dueño del restaurante, de que en una cena anterior, hacía ya de eso un tiempo, instauró aquello en costumbre el propio cabrero. El proyectil de Liando tuvo menor viaje y vuelo menos rebotado. Tras impactar en el techo tuvo a bien aterrizar en el escote de Julita, y allí quedarse perdido entre Montserrat y Montblanc, hasta que pudo sacarlo ella después de entrar a buscar, que al estar de tan “buen año”, espacio para ocultarse tuvo de sobra el tapón “minero”.

Marieta se reía como hacía mucho que no reía, como reían también Julita, Lola y Paquita en ese momento, mientras los demás se apresuraban en no perder muchas gotas del cava recién expulsado en forma de espuma. Una vez más el cabrero y la familia daban fiel cumplimiento a la tradición.

—¡Por María, por el futuro y por la amistad! —exclamó Faustino levantando su copa.

—¡Salud! —respondieron todos.

Marieta esta vez lo hizo con un batido de fresa y subida de pie en la silla para estar a la altura. Julia había mantenido entretenida a la niña durante toda la cena, también lo hizo Rogelia que le contó mil y una historias de cuando ella era niña. Terminada la cena Liando preguntó a Higinio:

—Oye ¿llevas ahíneso la tarjetica plástico esa de la cuenta?

—¡Claro tío!, como siempre que vienes, nunca se sabe contigo.

—Pues ¡Hala zagal!, ves aflojando esto que nos vamos y me lo metes en gastos de producción mesmamente… je je je.

—Tú mismo tío, aquí yo no mando… je je je.

—Más de lo que tú te piensas, ¡anda zagal, a la paganza!

Liando se acercó a su hermano y le preguntó:

—Faustino hijo, entonces a este me lo tiés sujeto ¿no?

—¿A Higinio? Ya lo ves.

—¡No hombre, no! al Julián.

—¡Si claro!, es decir, mientras él quiera, que buena faena me está sacando y se me ocurren cosas que ya te iré contando si cuadran. Igual hasta retraso la jubilación ¿qué te parece?

—Hombre, tú de no hacer na no eres, no.

—Ya te iré contando Liando, según vaya viendo.

—¡Venga!, a ver si es verdá.

 

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